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Querido profesor». «Honorable señor». «Muy respetable amigo». En el olvidado arte epistolar cada detalle cuenta, y el encabezamiento de las cartas que recibía Miguel de Unamuno dice mucho de las remitentes y del destinatario. La casa museo del filósofo y escritor, dependiente de la Universidad de Salamanca, guarda como un tesoro nada menos que 25.000 misivas, incluidas las que le escribieron 600 mujeres de todos los ámbitos y clases sociales. Sobre ellas ha puesto la lupa un equipo de docentes e investigadoras que ha divulgado su trabajo en internet mediante un proyecto audiovisual e inmersivo.
'Bajo pluma de mujer' se puede consultar de diferentes formas y desde cualquier lugar. En la plataforma digital que han creado hay un documental y una exposición que permite recorrer las habitaciones de la casa en 360º mientras escuchamos fragmentos de las cartas. Las firman escritoras, artistas e intelectuales como Emilia Pardo Bazán, Margarita Xirgu, Clara Campoamor y María de Maeztu, pero también maestras, estudiantes, religiosas y amas de casa. Como dice Josefina Cuesta, profesora emérita de la Universidad de Salamanca, «Unamuno era un espejo en el que todo el mundo podía verse reflejado. No solo las élites de la cultura, sino cualquiera que le hubiera conocido o leído».
Ella tuvo la idea de abordar el «inabarcable» fondo de correspondencia desde la perspectiva femenina. Tras una investigación previa, el proyecto se ha desarrollado con el trabajo de Begoña Gutiérrez, Maribel R. Fidalgo y Adriana Paíno «y la complicidad de Ana Chaguaceda», directora de la casa museo. En una primera fase se han centrado en 250 figuras relevantes y más adelante profundizarán en las mujeres desconocidas que se dirigían a él «con afán de saber», para pedirle consejo, favores o simplemente expresar su admiración.
Al menos una de esas cartas hizo historia. Enriqueta Carbonell, esposa del pastor protestante Atilano Coco, íntimo amigo de Unamuno, le pidió que intercediera por él para salvar su vida tras ser apresado por el bando franquista en 1936. «Se acusa a mi esposo de masón y en realidad lo es (...) Desde luego, no ha hecho política de ninguna clase». No pudo evitar su fusilamiento, pero, como refleja Alejandro Amenábar en 'Mientras dure la guerra', llevaba esta misiva en el bolsillo el 12 de octubre, cuando ocupó su lugar como rector en el Paraninfo de la Universidad. Y en su reverso tomó notas apresuradas –'Vencer y convencer', 'Odio y compasión'– antes de pronunciar el célebre discurso con el que se enfrentó a Millán Astray.
Los documentos están bien conservados, pero el proceso de digitalización ha sido laborioso. «¡Bendita caligrafía! Hemos llegado a estar toda la tarde con una carta», cuenta Fidalgo, vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales. Ha valido la pena recomponer esta crónica de las inquietudes femeninas en el primer tercio del siglo XX. Con la libertad que da expresarse en el ámbito privado, las mujeres «traducen el mundo en el que viven» y plantean sus preocupaciones sobre la política, la maternidad, el divorcio y las múltiples formas de discriminación. «Todo, absolutamente todo lo que usted me dice respecto a la mujer que escribe para el público lo he pensado yo», se sinceró la periodista y escritora Ángela Barco, que tuvo que firmar sus primeros artículos con seudónimo. «Es verdad: civilización, instituciones e ideas públicas, lenguaje literario, todo es exclusivamente masculino. Así que las mujeres que nos lanzamos a un tiempo que no es el nuestro a la fuerza hemos de ponernos pantalones. Es un fastidio, pero es irremediable».
La Marquesa de Ter, presidenta de la pionera Unión de Mujeres Españolas (UME), le consultó sobre «la Liga Femenina Española que para la emancipación de la mujer acaba de formarse» y que podría ayudar «a la España hermosa y digna a ponerse a la altura de las demás naciones». La hispanista y poeta Mathilde Pomès se atrevió a pedirle que cambiara el final de su obra 'El otro', «algo duro para un público no hecho a ver la mujer reducida a líneas tan descaradas». Propone «quitar algunos gritos de aquellas dos harpías y hacerla a Damiana hablar algo más veladamente de su luna de miel porque eso, con ser de tan anchas tragaderas, no creo que nuestro público lo trague».
De sus respuestas tenemos indicios por la continuidad de la correspondencia y el tono en el que se dirigía a él, por ejemplo, la periodista Carmen de Burgos, 'Colombine', «amiga y admiradora que besa su mano». En 1904 le pidió «un nuevo favor. En el 'Diario universal' estoy tratando de la implantación del divorcio en España. Por ser el del divorcio un problema muy complejo, solicito la opinión de nuestros hombres eminentes».
El análisis del fondo epistolar aporta nuevos matices al perfil de un personaje «poliédrico». Incluso escuchamos su voz en la única grabación que se conserva, expresando el temor «a que mueran mis palabras en los libros y no sean palabras vivas». Era un defensor del voto femenino, «se enfrentó a muchos amigos por ello», y daba conferencias en el Lyceum Club, algo que otros escritores no hacían. «Estas cartas nos ofrecen una parte de Miguel de Unamuno que desconocíamos», explica Fidalgo. «Una persona cercana que se interesaba por las preocupaciones de estas mujeres, estuviera de acuerdo o no, porque él decía siempre lo que pensaba. Se le ha tachado de misógino, pero hay que tener en cuenta la perspectiva histórica. La relación con las mujeres de su familia, lo ves en las cartas, era increíble. La cercanía, el cariño... en esa época los hombres no se comportaban así».
Junto a cuestiones sociales y literarias, se abordan temas muy personales. Concepción, hija de Valle Inclán, le pidió ayuda después de que Pío Baroja publicara un artículo en el que sostenía que su padre era comunista, lo que provocó la «inmediata detención» de su hermano y su marido. La poeta Margarita Ferreras le confió sus sufrimientos en el sanatorio mental que llama «enfermatorio», donde veía pasar las horas «acurrucada en un rincón como un animal enfermo». Y una jovencísima Carmen Conde le envió su primer poemario en prosa, 'Brocal'. «En el momento menos ocupado de su día, léalo». Suya es también la despedida más luminosa. «Que la nieve de su cabeza se llene de sol y que goce usted de los mejores días».
El bilbaíno más universal recibía cartas desde Alemania, Francia, Rumanía... y en especial desde países hispanoamericanos. Aunque fue aplazando el viaje y no llegó a ir, escribía en 'La Nación', el gran periódico de Buenos Aires. Junto al respeto por la figura del intelectual, se apreciaba ya un «consumismo cultural», lo que hoy son los selfis con famosos. Unamuno se hartó de las peticiones de coleccionistas de frases y autógrafos. En 'La Nación' arremetió contra lo que consideraba «una enfermedad y casi una plaga» y pidió que le dejaran en paz.
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