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Sostiene Marta San Miguel (Santander, 1981), que «en lo cotidiano es donde tenemos muchas veces la explicación de lo más complejo que nos pasa». La periodista y escritora se mimetizó durante un año con Lisboa hasta sentir «esa necesidad de la ciudad de contarse a ... sí misma». La vibración narrativa, los recuerdos y la identidad se han fundido en 'Antes del salto' (Libros del Asteroide), su debut en la novela, que supone un homenaje a la capacidad que tenemos para asimilar los cambios. La autora, Premio José Hierro de Poesía, es redactora de 'El Diario Montañés' y ya debutó en la narrativa de no ficción con 'Una forma de permanencia' (Libros del K.O., 2019). También fue finalista del Premio Cosecha Eñe de Relato.
- Diría que su libro es un alegato para quienes olvidan que, ante todo, la vida es cambio.
- Yo diría que es un homenaje a la capacidad que tenemos para asimilar los cambios. ¿Por qué tenemos tanto miedo a saltar, a salirnos de la rutina? Es una forma de protección pero también nos adormece por dentro.
- En tiempos de ruido y furia, ¿'Antes del salto' reclama el valor de la intimidad y los espacios de la memoria?
- La protagonista se enfrenta precisamente a eso. Toma conciencia de todo lo que ha olvidado y entra en ese espacio de la memoria al que alude gracias a un caballo. Juan Tallón se refiere al personaje del caballo como un 'caballo de Troya', y es así, porque es el animal quien la hace adentrarse en ese territorio. Así arranca la historia, cuando en pleno vuelo a Lisboa, donde la protagonista se muda a para vivir un año con su familia, se da cuenta de que ha olvidado la foto del caballo que montaba de joven. Y lo que parece un olvido intrascendente, acaba siendo un detonante: como un ruido fuerte cuando estás medio dormido y te hace espabilar.
- ¿Qué supone más esfuerzo, domar al caballo o a las palabras?
- Creo que escribir y montar tienen mucho que ver. Subirte a un caballo supone ceder tu autonomía a un animal de casi 500 kilos; es tener humildad para que sea él quien te lleve, debes respetar su fuerza y confiar en él. Y escribir tiene que ver también con un abandono físico de la conciencia sobre el teclado aunque lleves las riendas de lo que quieres contar.
- El caballo es el icono, el afecto, el vínculo, la metáfora de este libro. En su caso, ¿el animal fue antes que la necesidad de narrar o ambas se solapan?
- La necesidad de narrar y el afecto por este animal son previos, hay algo preverbal en mi querencia por ambos. Mis hijos suelen preguntarme por qué el caballo es mi animal favorito y no sé contestarles porque, en realidad, no lo he elegido sobre el resto de los animales. No hay un argumento que explique esa decisión razonada porque me vino dado, como la escritura. Tengo recuerdos de pequeña, apenas fogonazos, de ir en coche y por la ventana ver escenas que me hacían pensar en cuentos, imaginaba lo que estaba pasando a la velocidad a la que avanzábamos por la carretera. Después, solo tuve que sentarme en una mesa y pasarlo a papel.
- El libro es un cuaderno de bitácora, diario a veces, dietario emocional otras.
- En realidad, yo estaba trabajando en otra novela cuando empezaron a aparecer estas anotaciones. Mis amigos del periódico me regalaron un cuaderno antes de irme, y las primeras semanas lo llevaba conmigo a todas partes, Empecé a escribir notas a lápiz. Es fantástico escribir a mano porque el pensamiento se ralentiza y te vuelves más preciso en el uso de las palabras. Cuando me quise dar cuenta, en ese cuaderno palpitaba una historia.
- ¿Escribir es empaparse de saudade?
- Saudade es una palabra bellísima. Pero algo que me abrumó de Lisboa fue la necesidad de la ciudad de contarse a sí misma. Lisboa es una historia escrita con aceras, balcones y andamios. Cómo entender si no que Pessoa firmara con tantos nombres. No hay una única vida posible, y en una ciudad como Lisboa tomas plena conciencia de ello.
- Una de sus autoras de referencia, Natalia Ginzburg, escribe: «La memoria es amorosa y no es nunca 'casual'».
- Natalia Ginzburg ha sido y es un referente que se adentra desde lo personal hacia lo literario, porque la descubrí entre los libros de mi madre. Leerla fue como leerla a ella, y desde entonces en sus novelas, en los ensayos o en los cuentos hay una experiencia vital de la que aprendo; es reconfortante tener su voz al otro lado de los libros. Junto a James Salter, es la autora que más me ha ayudado.
- ¿Las ausencias, las pérdidas se cubren, afortunadamente, de manera inútil con palabras?
- En 'Una pena en observación', C.S. Lewis intenta superar la pérdida de su mujer y la única manera de hacerlo es entendiendo ese dolor, escribiendo sobre él. Creo que las personas que nos dejan siguen intactas dentro de nosotros, no en nuestra memoria sino en nuestra identidad, en quiénes éramos cuando estábamos a su lado. Y escribir a veces logra rescatar ese reflejo.
- Contar historias une al periodismo y a la literatura. ¿La convivencia será su mayor reto?
- El periodismo está en plena transformación porque el mundo al que se dirige también está cambiando constantemente, pero hay algo que se mantiene en el tiempo y es la necesidad de contar historias. Creo que la narración de nuestro tiempo es lo único que hará posible la convivencia.
- Como en su oficio, ¿la novela también es fruto de hacerse preguntas?
-Totalmente. Hay que preguntarse por qué hacemos lo que hacemos, es la única manera de fijar la atención y darse cuenta de lo que nos pasa desapercibido como, por ejemplo, lo aparentemente fácil que la tecnología ha vuelto la vida y cómo nos lo hemos creído.
Novela. Editada por Libros del Asteroide, 192 páginas.
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