Una 'road–movie' a todo trapo en la que se cruzan la memoria de cómo se ha llegado hasta aquí y los pensamientos más extraños originados precisamente por este lugar al que se ha llegado: haber perdido la custodia de los hijos, haber sido denunciada ... por el marido por violencia –¿pero eso ocurrió o fue al revés y todo es una estratagema para quedarse a los niños?– y secuestrarlos. Esta madre es una mujer mayor –fue madre cuando ya no se esperaba– y es una inmigrante argentina en Francia, es decir, no tiene una red de apoyo con la que minimizar el impacto de los problemas. Lo de su marido, ¿es una secta? ¿Quién tiene atrapado a quién? Los pensamientos fluyen inconexos. Y hay que armar el puzle.
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«El vientre es un refugio y a la vez una garra». Violeta lo sabe bien. Su madre se suicidó a los pocos días de nacer ella y esa es una ausencia que no es posible suplir, menos con una abuela como la suya, que no tiene problema en señalar lo oscura que es su piel y en marcarla con la vara. Lo sabe también porque su propia hija murió en el parto, y ese es otro vacío que no supera. Ni hija ni madre, habita en un pequeño pueblo mexicano que va a ser cubierto por las aguas de una presa. Es el progreso. La echan de su tierra, pero Violeta se agarra a ella con uñas y dientes mientras ve cómo se va vaciando. Porque, tal vez, la madre es la tierra y es la tierra el único refugio que te queda cuando ninguna otra de tus expectativas se ha visto cumplida.
Hay aquí una madre en el sentido más tradicional de la palabra: una mujer aún joven con muchos hijos, con una vida muy estable, dedicada en cuerpo y alma a su familia. Hay otra que se siente no madre todo el tiempo y cómo duele: lleva muchos años casada y desea tener hijos pero los hijos no llegan. Hay también una madre que perdió a sus hijos no nacidos y ha sacado adelante a su hija trabajando mucho y sin tiempo para mostrarle afecto más allá de asegurarle la seguridad económica, y otra que se agarra a su hijo como una lapa, esa es su razón de ser en la vida. Y, en el centro de todo, hay una niña pequeña desaparecida en la Ciudad de México de mediados del siglo XX, un caso que empezaba a ser algo habitual ya entonces.
Hagar Shipley tiene noventa años y vive con su hijo y su nuera. La relación está bastante tensa porque una madre anciana pero aún con la cabeza en su sitio –capaz de decir lo que desea– puede ser un problema cuando uno está a punto de jubilarse, quiere usar su libertad y tiene que cuidarla. Shipley repasa su larga historia, que comienza por cierto con la muerte de su propia madre, mientras se decide si la mandan a una residencia o no. Una madre es, también, una persona con una existencia previa, con una vida aparte de la maternidad. Y en este caso, ayuda a contar la historia de las llanuras canadienses en la primera mitad del siglo XX.
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Esta es una novela sobre el vínculo entre una hija y su madre, en eso es muy clásica. Lo que aquí se cuenta es la necesidad de una niña de que su madre la quiera, pero que la quiera de verdad. Hay un problemilla. Mientras que la madre es casi un ser mitológico para la niña, la niña es una cosa pequeña, insignificante, algo que no cumplió la expectativa y que nunca lo hará. Es físicamente pequeñísima, vaya. «La mera idea de decepcionarla me resultaba insoportable», dirá la narradora ya de adulta, consciente de tantas cosas y aun así incapaz de abandonar. Además, Sofía Vivier, que así se llama la madre, guarda algún secreto, hay una parte de su existencia que siempre permanece oculta. Inalcanzable.
Hay hermanas que son madres, que se preocupan, se comprometen y cuidan como (buenas) madres. Esa es la relación que Tilda, la protagonista de este debut literario que ha sido Premio del Público de Baviera, entre otros, tiene con su hermana menor. Sin padre, porque se largó hace mucho, ni madre, porque es una mujer alcohólica incapaz de hacerse cargo, es Tilda quien educa y quiere a Ida. Pero es muy joven y se abre ante ella un mundo de oportunidades, empezando por una beca en Berlín que supondría el inicio de una nueva vida. Los 22 largos que cada día nada en la piscina la ayudan a pensar qué puede hacer, cómo tomar las decisiones adecuadas para las dos.
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