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Alberto Moyano
Miércoles, 16 de abril 2025, 07:20
La muerte de Mario Vargas Llosa pone de relieve el impacto que en su momento tuvo una obra en la que se imbricaban hasta hacerse inseparables la dimensión literaria, el compromiso social y el impacto de cada novedad en el lector. Un tiempo que ya quedó atrás para dejar paso a una época en la que el escritor abandonó la centralidad del debate social. En la elaboración de este reportaje han participado cinco escritores -y lectores- de distintas generaciones, pero también han rehusado hacerlo otros que confiesan no haber leído ninguna novela de un Vargas Llosa que vio en los últimos tiempos cómo cuestiones alejadas de lo estrictamente literario mediatizaban el juicio sobre su obra.
Arantxa Urretabizkaia afirma que fue lectora del escritor peruano «durante bastantes años, pero a partir de un momento de tanto floripondio del 'boom' me pasé a otras lecturas de prosa más sobria». Y se explica: «Me encantaba, como todos los del 'boom', y me parecía deslumbrante, pero luego me saturé, lo cual seguramente me hizo perderme cosas estupendas, pero hay tanto para leer y tan poco tiempo, que opté por otro tipo de prosa». Reconoce Urretabizkaia que «la influencia de ese grupo de escritores está fuera de toda duda, encima, muchas veces a través de traducciones, lo cual resulta el doble de meritorio porque ahí pierdes gran parte de esa voz tan local y auténtica».
Su encuentro con Vargas Llosa se produjo con 'Conversación en La Catedral', «una obra deslumbrante. Para entonces, yo ya hacía mis cosas y me preguntaba a mí misma: '¿podré yo llegar a este grado de virtuosismo?' Y luego me contesté que no, pero que podrás hacer otras cosas, otro tipo de cocina». Lo que sí descarta de forma tajante es que las opiniones políticas de Vargas Llosa interfirieran en su opinión sobre sus novelas. «Durante años he leído sus artículos políticos, que no coincidían con mis ideas, pero que siempre me parecieron interesantes porque eran argumentados, no exabruptos. Leer a gente que piensa distinto te ayuda a perfilar y a mejorar tus ideas».
El autor de 'Twist' y 'La voz del Faquir' no sólo leyó a Vargas Llosa de joven -como tantos otros entrevistados-, sino también ha continuado haciéndolo a lo largo del tiempo. «De joven leí 'La ciudad y los perros', que para ser una novela escrita con veintitantos años, me pareció muy impactante». Posteriormente, señala que aunque «no sea la mejor, le tengo especial cariño porque me reí mucho a 'La tía Julia y el escribidor', con su doble trama. Por aquel entonces yo trabajaba en la radio y me gustó mucho la parte de los culebrones radiofónicos». También destaca 'La fiesta del Chivo', «una obra que he leído bastante tarde», así como «su faceta ensayística, sobre todo con 'La orgía perpetua', al igual que 'La verdad de las mentiras'».
Cano admite que las opiniones del escritor pudieron afectar en los últimos tiempos al juicio literario de sus obras. «Era mucho más conservador en sus opiniones que como narrador, clarísimamente», apunta el de Lasarte. Respecto al peso intelectual de los escritores en aquellos años 60 y 70, indica que «las trincheras literarias están mucho más replegadas ahora. En la época del 'boom' literario, aparte de ser unas 'starlets' mediáticas, se asumía que la relevancia de los escritores era mucho mayor a la hora de influir en las opiniones».
El editor y escritor Iñaki Aldekoa pone por delante que «no soy el mayor especialista en su obra» para, a continuación, explicar que «había dejado de leer sus últimas novelas porque ahora me interesaba mucho más como ensayista». En este sentido, dice que «al conocer la noticia de su muerte, me acordé de que se ha quedado sin publicar el libro que nos había prometido que sería el último: un estudio sobre Jean-Paul Sartre. Es una pena porque también era un grandísimo ensayista». Y aquí apunta a 'La orgía perpetua', «lo mejor que seguramente se ha escrito sobre 'Madame Bovary', un libro que siempre menciono en mis cursos para mayores de 55 años».
Recuerda que llegó a su obra por «'Los cachorros' y 'La ciudad y los perros'. Me quedé absolutamente tocado por el hecho de que un señor que no había cumplido los 24 años hubiese escrito semejantes obras, sobre todo, la segunda, y que a día de hoy, me sigue pareciendo lo mejor de su obra».
Con el paso de los años, Aldekoa quiso «hacer una prueba» y volver a novelas como 'Conversación en La Catedral' «para ver cómo iba envejeciendo. Y vi la pérdida del aura de lo que supusieron los años 60 y toda la Revolución cubana, que tan importante fue en todo ese esplendor del 'boom' latinoamericano». Apunta que «todas aquellas discusiones que tan magníficamente narró han quedado ya un poco pasadas. Estamos en el siglo XXI, en la época de Trump y dónde ha quedado todo aquel mundo...». Lo que no quita, dice, para «reconocer que sigue siendo una obra grande».
A su juicio, el influjo de aquellos tiempos afectó a la lectura de los autores del 'boom' porque, además, guarda la magia de «aquellas primeras lecturas de los Cortázar y demás. Y concretamente, es diferente leer 'Conversación...' en los años setenta que en los ochenta. También me pasó con 'Rayuela' y supongo que es inevitable».
La escritora donostiarra dice de Mario Vargas Llosa lo máximo que, a su entender, un escritor puede decir de otro: «Que le considero un maestro; y que desde ahí, con respeto y agradecimiento, me he acercado y me acerco a su obra, admirando su ambición temática, la brillantez de muchas de sus propuestas formales; la calidad y la anchura de horizonte de su estilo». Etxenike, que acaba de publicar su novela 'Cuerdas', recuerda «el deslumbramiento» que le produjo 'La ciudad y los perros' -«el primer libro suyo que leí»-; y luego 'La casa verde' y 'Conversación en La Catedral.
Al igual que Cano y Aldekoa, la autora ensalza la narrativa de Vargas Llosa, pero sin olvidar sus ensayos literarios, que tantas lecturas han iluminado. «Un maestro literario te enseña a escribir y a leer. Y tampoco voy a olvidar, desde mi devoción 'flaubertiana', el extraordinario y fértil itinerario de lectura y análisis que contiene 'La orgía perpetua'».
En cuanto a «su faceta público-política», que tanto ha opacado quizás su obra literaria en los últimos tiempos, confiesa Etxenike que «no me ha provocado la misma adhesión», aunque añade que «sin compartir muchas de sus ideas o tomas de posición, sí le he reconocido el que no se desentendiera de la realidad en la que vivía y escribía; el hecho de que pensara que no debía mirar para otro lado, sino comprometerse con/en ella». La escritora donostiarra concluye con una reflexión: «Creo que es lo que siempre hace falta y más en tiempos como los que padecemos: escritores e intelectuales que, sea cual sea su mirada, no la aparten del mundo».
La primera vez que la autora de 'Los últimos románticos' y 'La seca' escuchó hablar de Vargas Llosa fue en boca de su profesora de EGB Mertxe, «que mantenía un vínculo especial con Perú y nos hablaba con pasión de los 'indios del Machu Pichu' y se refería con admiración a Vargas Llosa». Un autor que, más adelante, Txani Rodríguez leyó «de manera desordenada, intercalando sus últimas novelas con otras más antiguas como 'Conversación en La Catedral'», según recuerda. Afirma Rodríguez que si le preguntaran cuál de sus libros es su favorito, escogería 'La fiesta del Chivo', elección que no atribuye «tanto a que esa sea su mejor obra como a que cuando la leí yo me había convertido en una mejor lectora».
A modo de anécdota, recuerda que en 2014, escribió los guiones de 'De vuelta a Tumbes, una saga de cómics protagonizados por Manuel, «un niño peruano, emigrante en Australia, que lucía siempre el característico chullo. En una de las entregas, el pequeño volvía a su país natal para acudir a la fiesta de cumpleaños de su abuela, y se me ocurrió que en ese viaje tuviera la oportunidad de encontrarse con el Nobel de Literatura». Así que el dibujante Nacho Fernández y la escritora se tomaron la licencia de convertir a Vargas Llosa en un dibujo manga. «Imagino que así cumplí un deseo que albergué de niña quizá sin saberlo: saludar a ese escritor tan importante que formó parte, junto a los indios del Machu Pichu, de mi imaginario infantil», concluye.
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