La periodista vitoriana Laura Alzola tiene la doble nacionalidad, española y alemana. alejandro ernesto
Laura Alzola Kirschgens | Autora de 'No os recuerdo'

«La memoria nos puede salvar de cometer errores pasados»

El debut de la periodista narra la sorprendente historia de sus abuelos alemanes, quienes se conocieron a través de las cartas que se enviaron entre 1944 y 1949, «cuando Europa se desmoronaba»

Jueves, 16 de septiembre 2021, 00:37

«La imagen que tengo de mis abuelos alemanes es de segunda mano. Mi madre nos contó que se conocieron en la guerra a través de cartas. Sin verse, sin tocarse». Los abuelos maternos de Laura Alzola Kirschgens (Vitoria, 1991) vivieron un romance particular. Se ... empezaron a enamorar a través de la correspondencia que se enviaron durante cinco años, entre 1944 y 1949. No se habían visto en persona. Un amigo le habló de ella y él cogió un bolígrafo. En el remitente, un soldado nazi en el frente del Este, más tarde prisionero en un 'gulag', que era un veterinario reclutado. Al otro lado, una joven que escribe desde una Alemania devastada por los bombardeos. 'No os recuerdo' (Libros del K.O.), el debut de la periodista, es mucho más que la reconstrucción de la historia de amor de sus abuelos. También es una reflexión acerca de los silencios familiares y el papel de la memoria. Y una forma de reconocer el progreso sin engaños nostálgicos. A partir de ese intercambio epistolar, «amarillentos manuscritos con tinta desvaída», cose una biografía familiar que recalca la importancia de mirar hacia atrás. «Que pudiera ocurrir algo como el Holocausto nos debería enseñar que debemos desconfiar de nuestras capacidades cognitivas y analíticas. La mayoría de la sociedad no fue capaz de anticipar, de ver lo que iba a ocurrir. Ni en Alemania ni en otros países que miraban a Alemania. Por eso hoy hay que dar más importancia a lo que hemos hecho que a lo que hemos pensado y valorar que vivimos en democracia, procurar que exista un debate plural y que la indiferencia política no se extienda».

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- Todo comienza cuando hace tres veranos descubre en la casa de su familia un archivo el que ponía 'Historia familiar'. ¿De inmediato pensó que había una historia que contar?

- En 2018 viajé a Alemania para visitar a mi familia. Como explico en el libro, encontré el archivador de casualidad y al día siguiente pedí permiso para leer los documentos. Comencé a investigar por interés personal. En mi familia ya sabíamos que la de mis abuelos era una buena historia, pero era una historia personal, íntima y delicada. Empecé a transcribir las cartas con la intención de conservarlas mejor, de leerlas mejor y de que no se perdieran. No tenía pretensiones de publicarla. A mi vuelta a Vitoria, mi tío las fue escaneando para mí y subiendo a la nube, y yo las transcribía. Fue entonces cuando comencé a documentarme sobre el contexto de aquella época, a ponerme en el lugar de mis abuelos y a hacerme muchas preguntas.

- No era la primera vez que un familiar indagaba en su pasado. Su tío seguía la pista.

- Es doctor en Sociología y ya investigó por su cuenta. Más o menos cuando tenía la edad que tengo yo ahora. Condujo entrevistas con nuestros familiares en los noventa, con testigos directos de aquellos años, con quienes yo ya no puedo hablar.

- Reconoce en el libro que pudo encontrar archivos familiares, pero otros cuyos antepasados acabaron en una fosa no pudieron como los de Phillipe Sands.

- Pude encontrar los archivos familiares solo porque hubo alguien en la familia, mi abuela, que se preocupó por conservar las cartas y las fotografías, cuando nadie se interesaba por ellas. Y también porque, a pesar de las desgracias que sufrieron, consecuencia de la guerra, y de las dificultades e injusticias, de los incendios, los bombardeos, etc, pudieron conservar una parte de su archivo familiar. Otras familias europeas, millones de personas como el abogado Phillipe Sands, no conservan nada, porque un proyecto político quiso hacerles desaparecer, literalmente. Porque sus familiares acabaron en una fosa y sus pertenencias, todo el rastro, la prueba de que existieron, destruídas.

- De las preguntas incómodas que se hizo hay una que sobrevuela todo el rato: la actuación en la guerra de su abuelo como soldado nazi. Decía en una carta que no era «seguidor ni amigo de esta idea unilateral de la raza». ¿Ha sabido responder acerca de su implicación?

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- Aunque muchos libros escritos por descendientes de participantes en la Segunda Guerra Mundial sí lo hagan, yo no me siento capaz de ofrecer una respuesta concluyente sobre la participación de mi abuelo en el conflicto. Fue soldado, veterinario en el frente. ¿Qué hizo, qué vio, qué decisiones tomó? En el libro planteo más preguntas que respuestas. Porque es lo que tengo. ¿Qué habría hecho yo como ciudadana normal en un contexto como el de 1933? ¿Habría hecho algo para impedir el ascenso de Hitler? ¿Y una vez en el poder, me habría enfrentado a la violencia poniendo en peligro el bienestar y la seguridad de mi familia para defender a mis vecinos?

- Su madre, profesora de alemán ahora jubilada, también fue descubriendo la historia de sus padres. ¿Hubo momentos de especial emoción al bucear entre esa correspondencia?

- Le debo un agradecimiento enorme a mi madre, primero por dejarme publicar esta historia y segundo por acompañarme en todo el proceso. Me ha ayudado a descifrar la letra de mis abuelos y también a mejorar las traducciones. Sin ella, no habría libro. Y ha habido muchos momentos de emoción. Sé que con este trabajo he abierto la puerta a conversaciones y reflexiones que de otro modo no habrían existido.

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- Habla de sus dos mitades, la española y la alemana. Y recoge esa afirmación de Angela Merkel en la que señaló que la identidad alemana es inseparable de la memoria de las víctimas del nacionalsocialismo. ¿Siente que parte de la sociedad española todavía no ha conseguido asumir esto con las víctimas del Franquismo?

- No soy quién para darte una respuesta a una pregunta tan compleja. Una de las cosas que me pregunto en el libro es por qué la generación que lo vivió guardó silencio pero sí han podido hablar de lo ocurrido en Alemania los hijos y nietos, con mayor distancia. Los protagonistas, perdedores de la guerra, como mis abuelos, guardaron silencio para curar las heridas y tirar hacia delante. Mi abuelo tenía 25 años cuando pasó de universitario a soldado, y volvió de Rusia diez años más tarde. Es una década perdida. Mi abuela perdió a todos sus hermanos en la guerra. Después pisaron el acelerador de la vida y formaron una familia. No había tiempo ni fuerza para grandes reflexiones. Me imagino que algo parecido ocurrió aquí en la posguerra y más tarde, en la Transición. «Ahora toca mirar hacia delante», pensaron muchas personas. El problema está en que así se silencia a las víctimas.

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- Señala en el libro la importancia del lenguaje en el contexto del ascenso al poder de los nazis . Términos como «traición», «Prensa de las mentiras» y «sobreextranjerización» o «dejar la corrección política a un lado» se empleaban por los nazis frecuentemente. En España, hay un eco de esos mensajes en partidos que repiten consignas similares. ¿El auge de la extrema derecha puede suponer un peligro de tales dimensiones?

- Sí siento que el auge de la ultraderecha supone un peligro real. Está ocurriendo en España y en otros muchos países. El movimiento tiene sus especificidades en cada lugar, pero existe un denominador común, el auge de los nacionalismos excluyentes, que señalan al otro, y lo convierte en el culpable de todos los males. Por un lado seguimos siendo igual de xenófobos que antes, ahora en lugar de aplicar el patrón excluyente al judío lo hacemos al pobre, al migrante pobre. Se llama aporofobia. Y por el otro creo que estamos reafirmándonos una y otra vez cultural e identitariamente para tener certezas, para simplificar el mundo. La memoria nos puede salvar de cometer los mismos errores. Puede evitar que convirtamos nuestras ideas excluyentes en proyectos políticos en los que no tenga cabida una parte de la ciudadanía. Tenemos que ser capaces de reconocer los indicios a tiempo y no ser indiferentes. En una de las cartas que comparto en el libro, mi abuelo dice: «Pero dejemos que estos problemas los resuelvan otros sabelotodo. Vas a pensar que te voy a dar una conferencia sobre política y raza». Leo eso y pienso: ¿cuántas veces me han dicho que de política es mejor no hablar? Que es incómodo. Con esa actitud se deja paso a los regímenes autoritarios y las políticas excluyentes. El gobierno de todos, la democracia, el bien común, hay que defenderlo. No basta con darlo por sentado y hacerse a un lado en los debates incómodos.

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- El fascismo también dejó su huella en Álava. En el libro se menciona el instituto de Zuia, antiguo convento, que fue uno de los 296 campos de concentración de España. ¿Se puede aprender algo de Alemania en términos de memoria?

- Creo que España puede aprender que nunca es tarde para hacer memoria. Aún tenemos un camino de memoria que recorrer, y estoy segura de que antes o después los pequeños pasos que ya se están dando, como la placa que recuerda a quienes estuvieron presos en Murgia, darán paso a las conversaciones necesarias. Después de la violencia, en un escenario con víctimas y verdugos, siempre hay quien defiende la idea de que la única forma de comenzar a construir la paz es cerrar los ojos y mirar hacia delante. Tras la Segunda Guerra Mundial, los alemanes también construyeron en falso. Pero esa intención de dejar el pasado atrás, de no hablar de ello y mirar hacia delante encierra el peligro de no ser justos, una vez más. De borrar a las víctimas y construir en falso. De no reconocer el dolor, la pérdida. Ese mirar hacia delante se hizo a costa de silenciar la historia de muchas otras familias, por ejemplo los hijos de las víctimas del Holocausto, que durante años vivieron avergonzadas de serlo. En Alemania tuvo que pasar medio siglo para que empezaran a abundar las biografías y las investigaciones que recuperan esas historias silenciadas. Recordar es difícil, es incómodo, es molesto, nos pone frente al espejo, genera más preguntas que respuestas, pero es lo más justo.

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- En el contexto más cercano hay voces que dicen que lo que toca es «mirar hacia adelante» para esquivar hablar del terrorismo de ETA.

- Me sorprende mucho escuchar por parte de líderes de la izquierda abertzale que lo que toca ahora es mirar hacia adelante. Me recuerda a una Transición con la que muchos en España somos cada vez más críticos por no haberse parado a hacer memoria antes. En el libro menciono brevemente el escenario vasco porque forma parte de mi historia. Después de un periodo de violencia deberíamos ser capaces de hablar de lo ocurrido desde el pluralismo, la autocrítica y no volver a repetir el error de decir que ahora toca mirar hacia adelante. Mirar hacia atrás no es malo. Una sociedad madura que ha pasado décadas en democracia debería ser capaz de abrir debates complejos y ser justa con quiénes perdieron más durante ese periodo de dolor.

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