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Existen las novelas históricas, así, como género. Tal vez en algún momento empecemos a hablar de las arqueológicas, una etiqueta aparte que no tiene nada ... que ver con elegir como protagonistas a las personas que se dedican a la arqueología (ni hablar de excavaciones, de civilizaciones antiguas, ni nada de eso), sino que se construyen superponiendo capas espacio-temporales y poniendo en relación todas ellas. Es más o menos lo que hace José Ovejero en su última novela, 'Vibración' (Galaxia Gutenberg): «Es como ir haciendo en un mismo lugar una serie de catas y una reconstrucción no lineal, sino en determinados momentos, para ver cómo distintas épocas y personajes que habitan un mismo lugar se relacionan entre sí». Porque puede que haya muchos siglos entre esa voz en primera persona de la Edad del Hierro y lo que le ocurre a una adolescente en época actual, pero hay una conexión entre ambas historias, más allá del sitio y a través del tiempo. Hay un hilo que no se ve pero que, dice el autor, «algunos sí sienten».
En el caso de los muchos habitantes de 'Vibración' el punto en común es «una decadencia constante». Hoy la vemos en esos entornos rurales que «no es que hayan quedado un poco fuera del progreso, porque progreso hay, sino que han quedado fuera de las promesas que nunca se han cumplido y de los sueños traicionados», explica. No se dan nombres, no se localiza ni el pueblo ni la ciudad ni la comarca o región, no hay un lenguaje de un territorio concreto –aunque Ovejero se ha inspirado en el lugar de origen de su madre, en Extremadura–; este sitio de promesas nunca cumplidas podría ser cualquiera en el que una gran inversión (léase una central nuclear, una hidroeléctrica, el turismo) hizo creer en un futuro mejor y... a esa tierra que por sí misma «da poco» jamás llega ese impulso definitivo.
Los habitantes de cada época se apañan para tener esperanza, «es una forma de superviviencia». Y van emigrando, moviéndose, buscando lugares mejores que a menudo no encuentran. «Hay una sensación de abandono» y luego «la sensación de que ellos mismos son los fantasmas del lugar, que están pero no del todo, que comunican pero no del todo, que quieren irse o ya se han ido», enumera el autor. Hay algunos que llegan, que vuelven o pisan el pueblo por primera vez y extrañamente «encuentran su espacio a pesar de lo inhóspito y de lo ajeno». Pero 'Vibración' está sobre todo habitada por quienes viven incómodos en una tierra ni siquiera prometida. Cargan con dolores y daños heredados, la herencia de todo lo que ahí ha ocurrido (o no), de «instalarte, creer, ver que no da nada y caer en la decadencia moral y el rencor».
Todo está narrado de forma muy realista y sin embargo es una historia casi de fantasmas. Están presentes todas las presencias anteriores, esa «herencia fantasmagórica» –de «deudas y culpas atrasadas, de cadáveres sin enterrar tanto metafórica como físicamente»– y la vibración del título, «una conexión que atraviesa el espacio y el tiempo y de la que a veces somos conscientes y a veces no».
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