A finales de 1905, todos los habitantes de un pueblo salmantino le pidieron por carta al presidente de la República Argentina que les dejara emigrar a aquel país, porque en el suyo, España, se habían quedado sin nada. No tenían presente y no veían futuro ... ninguno. Hasta las tierras comunales en las que pastaban sus animales o de las que obtenían algo de comer habían sido subastadas por el Gobierno -y acabado en manos de un gran terrateniente que, qué cosas, tenía un cargo político-. Ramiro de Maeztu los puso de vuelta y media en un artículo en el mes de diciembre, por querer abandonar la patria. Y Miguel de Unamuno, que «se lo leía todo y estaba interesado en muchos temas», se puso el abrigo, se montó en el tren y se fue a preguntar a los vecinos de Boada, que ese es el nombre del pueblo, qué estaba pasando.
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Hasta aquí, todo real, todo «verídico», todo recogido en los papeles de la época. Lo demás es parte de la imaginación de Luis García Jambrina en 'El primer caso de Unamuno' (Alfaguara), primera novela de una serie en la que el bilbaíno universal se convierte en detective aficionado. El autor de esta historia, que bebe del marco sociopolítico de comienzos del siglo XX para detallar algunos problemas que aún colean en el XXI -la propiedad de la tierra y por lo tanto su uso-, explica que «había muchos 'unamunos' en Unamuno, que era de una personalidad rica y variada, compleja y plural», y que aunque se tiene de él una visión de hombre encerrado en un aula o en su estudio, pensando y pensando, «era alguien de acción. Por eso fue a Boada a hablar con los vecinos».
García Jambrina imagina, con esa idea de un Unamuno que «podía estar meditando pero que luego podía ser muy lanzado», que cuando en el pueblo se descubre el cadáver del terrateniente se dedica a investigar qué está pasando. «Así hacía siempre: iba, preguntaba, leía todo, quería saber». Y en ese camino de descubrir al asesino, se encarga de «arrojar luz» sobre un problema de su época y de la nuestra, la famosa «España vaciada, que en realidad es más bien desahuciada». Porque, según explica el escritor zamorano y va exponiendo el filósofo bilbaíno, «esa forma de propiedad de la tierra forma parte todavía hoy del sistema económico». Con grandes extensiones de terreno en las mismas pocas manos, poco movimiento hay.
Doctor en Filología Hispánica y profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Salamanca, Jambrina recuerda que cuando llegó a estudiar a la ciudad del Tormes «se hablaba mucho de la 'cuernocracia'». A finales del XIX y principios del XX, la subasta de tierras comunales que acabaría en esa concentración de tierras supuso el abandono de pueblos enteros.
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«Todo lo que narro aquí está basado en hechos reales. Echaban a la gente de los pueblos. Les hacían la vida imposible. Y eso preocupaba mucho a Unamuno, interesado en los problemas sociales de su época... que siguen vigentes, como sigue vigente lo que escribió con tanta valentía, sin casarse con nadie». A Don Miguel se le puede leer en clave de actualidad, asegura el escritor. Y su «compromiso social» queda reflejado en esta novela, y en las que seguro que habrá en un futuro. El narrador tiene casos reales para por lo menos otras cuatro.
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