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Caminaban disgustados por la calle Bernardo Atxaga y su mujer, Asun Garikano; era 1993 y acababan de enterarse de que su inminente viaje a Nueva York estaba en el aire porque el apartamento que habían reservado se había alquilado a otros viajeros. «Seguramente habrían pagado más... Y nos encontramos con Ernesto Valverde, el entrenador del Athletic, que nos dijo: '¿Y por qué no os vais al pueblo de mis padres en Cáceres?'. Así que en lugar de ir a Nueva York, nos fuimos a Viandar de la Vera (218 habitantes), un lugar peligrosísimo porque tienen un pan maravilloso... Estuvimos en la casa de la familia de Ernesto y su hermano Mikel, ilustrador de libros. Los Valverde son gente estupenda», recuerda Atxaga. Se quedaron 4 meses; él volvió con parte de su 'Lista de locos y otros alfabetos' y ella terminó la traducción del inglés al euskera de 'El bebedor de vino de palma', del nigeriano Amos Tutuola.
Aquel fue solo uno de los viajes de larga duración a destinos 'perdidos' y generalmente pequeños que Atxaga emplea para escribir sus libros, y el repaso para este reportaje le ha dado, confiesa, la motivación para empezar sus memorias. Explica su idea de inspiración: «Cuando das tiempo a los lugares es cuando empiezas a conocerlos y a darte cuenta de las cosas. El tiempo vale más que el oro». Y así, acaba de regresar de pasar dos meses en Carboneras, en la costa de Almería, 8.500 habitantes, de donde se ha venido con 100 páginas de su nueva novela, 'Enarak', golondrinas en euskera.
Atxaga pasó 9 meses en Villamediana del Cerrato (Palencia). Fue allí donde empezó a escribir 'Obabakoak'
En Santa María del Campo (Burgos), Atxaga residió durante tres meses. Allí continuó con su obra 'Obabakoak'
Atxaga y su mujer viajaron en coche a la ciudad de St. Andrews (Escocia), donde pasaron seis meses. En este periodo acabó 'Obabakoak', que se publicó en euskera finalmente ese mismo año.
El matrimonio pasó tres meses en París. Allí, Atxaga escribió a mano 'Behi euskaldun baten memoriak' ('Memorias de una vaca'), en el apartamento que les dejó el traductor André Gabastou.
Durante los cuatro meses en los que Atxaga vivió con Garikano en Mas de la Croix (Cévennes, Francia), el escritor trabajó en 'Gizona bere bakardadean' ('El hombre solo').
Bernardo Atxaga escribió alguno de los alfabetos que luego se publicaron en 'Lista de locos y otros alfabetos' durante su estancia de tres meses en Viandar de la Vera (Cáceres).
Atxaga y Garikano marcharon a Reno con la beca William Douglass en sustitución de un profesor que se había puesto enfermo. En los 10 meses que pasaron allí escribió 'Zazpi etxe Frantzian' ('Siete casas en Francia').
Ha estado dos meses en el pueblo almeriense de Carboneras, donde ha realizado la primera redacción de su nueva novela, 'Enarak' ('Golondrinas').
AUX STEP FOR JS
Se fue allí con unas 50, el límite que para él supone seguir adelante con una historia o darle carpetazo si no se ve claro el camino. La inspiración andaluza en este caso ha dado sus resultados y apenas le faltan un par de páginas para ponerle el punto final. «Si tú vas a Carboneras y te quedas cuatro días, verás la playa, las palmeras, cuatro cosas, y te vuelves y el lugar no te ha enseñado nada. Es necesario dar tiempo, sirve como metáfora la manera en que se revelaban las fotos antes, cuando la imagen iba apareciendo poco a poco por acción del líquido revelador». Cita también la teoría situacionista de los artistas del anarquismo: «Si te colocas en una situación que no es la tuya habitual, poco a poco vas entrando en ese lugar, te va hablando. Y eso es lo que yo hago». Suelen decirle que es una suerte que pueda pasar tanto tiempo de viaje: «Es el resultado de mi mala suerte al no tener trabajo ni sueldo fijo», comenta con ironía.
Una mesa de tres metros. En un lado Bernardo y en el otro Asun, cada uno con sus respetivos ordenadores -«el mío es muy grande y no la veo»-, él con su nueva novela y ella con su trabajo para el banco de textos de Euskaltzaindia ('Noeren ontzia', 'El Arca de Noé'). «Al principio, Carboneras nos pareció demasiado quedo, como si el pueblo se hubiera quedado dormido, recostado sobre la montaña». El ventanal a un lado dejaba ver el mar Mediterráneo lamiendo la Playa de los Muertos. El despertar, temprano, a las seis de la mañana, desayuno y a trabajar. El comer no les quita sueño ni tiempo: «Me encantaría hacer como los americanos, un sandwich y listo. No soy de complicarme la vida con la comida y no entiendo el interés que despierta lo gastronómico, los 'culinary centers', la sofisticación en la comida. Una ensalada basta, o algo tradicional. Y el pan, eso sí me gusta, es el alimento insuperable».
Los paseos al pueblo vecino de Garrucha. La lectura de una biografía del papa Francisco. Y el tiempo, que para él pasa más despacio, le regaló uno de los detalles que quedarán para siempre en su memoria, los barcos. No los de pesca, esos los tiene muy vistos en Euskadi. «Barcos enormes. Barcos de carga de 150, hasta 200 metros de eslora, edificios flotantes. Vienen a por lo que llaman áridos: yeso, arena, minerales, lo que sea, y los cargan y se van. Y vienen otros. Así todo el rato. Los veíamos desde un bar de la Garrucha, el Pósito. Y también desde nuestra ventana. Con el tiempo descubres los pequeños camiones, llevando la carga y depositándola en los buques. Tráilers gigantes que parecen diminutos en comparación con los barcos. Son 20, 40, 100 camiones que cargan y la línea de flotación de los barcos baja. Luego vienen los barquitos de los prácticos y sacan los buques del puerto. Y si hay mala mar están tres días esperando para entrar. Yo pensaba '¿cuántos marineros estarán ahí metidos, esperando?'. Y el mar, que de cerca se mueve, de lejos parece una llanura donde miras y aparece un barco, dejas de mirar, vuelves y ya ha desaparecido. Y yo no sé de qué valen estos detalles, pero para mí ese instante es eterno. Mucho más a la vida no le pido. Cuando le das tiempo a un lugar, te va enseñando».
Carboneras le ha enseñado tanto que, además de 'Enarak', ha escrito un avance «no sé si de otra novela o de algo así como una ensoñación con los barcos...«. En su instagram también colgó un poema a la memoria del hombre de 30 años que falleció «tras caer al mar desde una patera con 22 personas que alcanzó la Playa de los Muertos», según informaba el 'Diario de Almería' en una pequeña noticia ese día, 25 de marzo. Conoció además al farero, Mario Sanz se llama, «uno de los pocos que quedan y que está a punto de jubilarse. Nos dejó visitar el faro. Subes las escaleritas y ahí estás viendo todo, tiene fotografías de todos los fareros de allí desde 1800. Fíjate, había tenido un bar en Madrid y un día lo dejó todo por irse al faro. Pues si no tienes tiempo para estar no le conoces. Ni los edificios que André Bloc y otros artistas cinéticos hicieron por la zona hace décadas, casas extrañas, laberínticas...».
El primer viaje inspirador sucedió entre 1985 y 1986. Fueron nueve meses, «una redondez metafórica», en Villamediana del Cerrato, en Palencia, que hoy tiene 183 habitantes. «La España vaciada de la que tanto se habla hoy lo lleva siendo desde hace mucho», reflexiona. Allí estaba solo, Asun y él empezaban a salir y le visitaba de cuando en cuando. «En esos meses salí del pueblo una vez, para ir al dentista. Y ahora te digo que los lugares enseñan cosas como lo que es la soledad. Tenía que madrugar para ir al dentista pero no había traído despertador. Así que me fui donde el vecino, Crisantos, que era muy pobre y muy viejo, y me dijo: 'O sea, que quieres un despertador'. Y volvió el hombre con uno de aquellos grandes, metálicos, que hacían un ruido infernal. Me lo entregó y me dijo. 'Cómprate uno, anda. ¿No ves que hace mucha compañía?'. Y entonces pensé que hay muchas definiciones posibles y buenas de soledad, pero esta es inmejorable, es una situación en la que hasta el tic tac del reloj te hace compañía. Eso te lo enseña el lugar, Villamediana, con sus casas abandonadas, fantasmagóricas, donde la gente marchó dejando atrás su vieja radio...«.
En Villamediana empezó a nacer 'Obabakoak', que continuó forjándose en otra estancia de tres meses de 1987 en la localidad burgalesa de Santa María del Campo (523 habitantes). Al año siguiente, la pareja disfrutó de seis meses en Escocia: «En la Universidad de St Andrews se enseñaba la lengua vasca, y Asun fue allí de lectora. Aquel viaje lo hicimos en coche acompañados del escritor Ignacio Martínez de Pisón y su mujer, Mari Jose, aunque ellos se quedaron en Edimburgo. Lo ha contado en su último libro, 'Ropa de casa'. Allí terminé 'Obabakoak', que se publicó en euskera aquel mismo año, 1988». También pasaron tres meses en París en 1991: «Escribí a mano 'Behi euskaldun baten memoriak' ('Memorias de una vaca') en el apartamento que nos había dejado el traductor André Gabastou».
Al de unos años, sobre 1993, la pareja decidió ir a conocer el pueblo que se nombra en una de sus canciones favoritas, una de Georges Brassens, 'Supplique pour être enterré à la plage de Sète' (Súplica para ser enterrado en la playa de Sète). «Es preciosa y quisimos conocer aquel sitio». Se fueron en coche, conducía Bernardo. Pero al llegar, había una actividad enorme de camiones que hacían de aquel destino algo demasiado estruendoso para sus propósitos: traducir al euskera 'El ruido y la furia' de William Faulkner en el caso de Garikano, y escribir parte de 'El hombre solo', novela de Atxaga publicada en 1994. «Entonces cogimos otra vez el coche y nos fuimos por una carretera secundaria, luego una comarcal, después un sendero con piedras, más tarde sin piedras... y acabamos en Mas de la Croix, una aldea perdidísima de la zona de los Cévennes. Nos quedamos en una granja con dos casas. Mirábamos por la ventana de noche y no se veía ni una luz. Pasamos 4 o 5 meses, y era como estar en el fin del mundo«.
El último viaje de inspiración antes de Carboneras fue a Reno (Nevada, EE UU), diez meses entre 2007 y 2008: «Fuimos allí con la beca William Douglass en sustitución de un profesor que se había puesto enfermo. Pero no tuvimos que dar clase y nos dedicamos enteramente a escribir. Asun su 'Far Westeko Euskal Herria' y yo 'Zazpi etxe Frantzian' ('Siete casas en Francia'), que recoge la experiencia de aquellos nueve o diez meses. La casa era muy pequeña, pero tenía su gracia. Estuvimos con nuestras dos hijas. El coche que compramos llevaba la matrícula 'Obaba'...«.
Atxaga, avisa, va a decir «una maldad» sobre su estancia en Reno: «La diferencia entre los escritores y los profesores. Estos no compraban el periódico, porque en general son seres de una tacañería insufrible, ja, ja, pero allí un 'donante' regala el 'New York Times' y es lo que leen. Yo normalmente me hago suscriptor del periódico local, en este caso, el 'Reno Gazette Journal', Me encanta cuando llega un señor en moto a las seis de la mañana y me lanza el periódico a la puerta. Pero el mundo debe conocerse a partir de tus propios pies y de ahí a lo general. Entonces estaban todos los profesores leyendo sobre la política con Japón y yo con mi periódico me fui enterando de que en los alrededores había un violador. Y luego un intento de rapto. Yo pensaba, 'pero si está aquí al lado'. Y luego otro más y otro. Le advertía a Asun 'vamos con cuidado por aquí' y les preguntaba a los profesores, '¿no habéis leído sobre este asunto tan grave?' Ninguno con su 'New York Times' sabía nada. Pasaron dos meses, y hay un rapto y un asesinato posterior. Y entonces llega ese momento de 'Huy, qué miedo, qué espanto'. Eso sí, sabían mucho del comercio con China y Corea.... Un escritor nunca piensa así, parte de los detalles, lo concreto».
Al cabo de los años, Atxaga regresó a Villamediana del Cerrato en busca de aquella casa donde pasó nueve meses. Le costó, pero ahí estaba... «Me impresionó sinceramente lo pobre que era, qué pobre, Dios mío, con una ventanita y poco más. Claro, en aquel entonces estuve solo y lo hacía todo y cocinaba, ahora también, pero me refiero a que era obligado. Estaba yo un día fregando platos y se encaraman a la ventana unos niños del pueblo, y con ojos espantados dicen: '¡Anda, si está lavando platos, como una mujer!' Ja, ja, ja, un comentario premoderno. Eso es lo que yo llamo aprendizaje, tú vas aprendiendo y veías cómo aquellos niños estaban todavía en esos esquemas. Hoy tendrán 50 años, cómo habrán evolucionado...».
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (gráficos)
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