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Edición
Cuenta Luis Landero (Alburquerque, 1948) que interrumpió 'El huerto de Emerson' (Ed. Tusquets), una inmersión en sus años infantiles y juveniles, para escribir 'Lluvia fina'. ... Al terminar la desoladora historia familiar que cuenta esa novela, continuó con esta serie de recuerdos que son el origen de tantas ficciones y la mayor parte de sus personajes. Lo explica desde su casa, añorando las entrevistas personales pero confiado en que la pandemia también pasará. «Saldremos de esta y seguiremos adelante».
- Tras dos novelas en sentido tradicional llega un libro que es un elogio de la memoria.
- Me apetecía un texto más libre. Una novela es un torrente y este libro es un remanso.
- Habla aquí de la relación entre su vida y la literatura. Incluso confiesa que ha vivido para evadirse del dolor que le causan los infortunios de algunos personajes literarios.
- La literatura es un poco enfática y retórica, pero en parte es verdad eso que he escrito. Vida y literatura han ido siempre muy unidas para mí. Pero eso ya pasaba en el Quijote, que une realidad y ficción, lo que uno vive y lo que le gustaría vivir.
- «Pasé de la infancia a la literatura», dice. ¿Cómo se consigue?
- La época más inspiradora para casi todos es la infancia. Lo que se vive entonces queda para siempre y es inagotable porque cuenta con la imaginación como cómplice. Lo que recordamos de esos años lo vemos con la mirada prestada del niño, por eso es magia. En la infancia yo escuché mucha historias y me impregné del lenguaje oral y los cuentos que me contaban. Luego, en la adolescencia era muy solitario y tenía un trato difícil con el mundo, y apareció la literatura como un refugio.
- ¿Cuándo acaba la infancia?
- La infancia es una época de impunidad porque el pasado no existe y por tanto no se conoce la nostalgia, y el futuro no se sabe lo que es. Vives solo el presente y eso es maravilloso. Pero llega un día en que descubres el deber y a qué has venido a este mundo: trabajar, casarte, tener hijos. La infancia acaba cuando aparece el monstruo del futuro.
la condición humana
- De adolescente renunció a relacionarse con una chica porque prefería soñar con ello. ¿La historia imaginada es siempre más bella que la real?
- El amor está idealizado por los boleros o cualquier música. Luego llega la realidad y el sueño se queda en otra cosa. El hombre es un animal que sueña con imposibles, con construir la torre de Babel o volar hasta el Sol como Ícaro. Somos animales profundamente insatisfechos.
- ¿Por eso escribe que prefiere soñar la vida a vivirla?
- A veces sí. Me pasa con los viajes, por ejemplo. Los hago, recupero los recuerdos, los escribo y es ahí cuando les saco el sabor, cuando los reinvento y les pongo el añadido de mi imaginación. Escribimos porque la realidad se nos queda pequeña.
- En 'El huerto de Emerson' habla de un marino que volvía a casa con chucherías e historias de lugares remotos, y en el pueblo le exigían que regresara a la mar para traer más relatos. ¿Es como lo que sucede a un novelista?
- Todos necesitamos historias. Lo que hace hermoso lo vivido es contarlo. Es casi mejor. Pero eso habla en el fondo de la mísera condición humana: no nos resignamos a ser lo que somos y a nuestro destino, que no es otro que la muerte y el olvido. Por eso las historias que cuentan la literatura y el arte son un soplo de consuelo.
- ¿La literatura es más fuerte y perdurable que la vida?
- Ya sabemos en qué consiste esto: vivimos, envejecemos antes de lo esperado y morimos. Lo único que perdura son los sueños. En realidad, la cultura de Occidente son los sueños que hemos tenido. Lo más noble de nuestro ser es la mezcla entre lo que uno es y lo que quisiera ser.
- Usted se califica de impostor. ¿Un novelista lo es siempre? ¿Al contar una historia no tiende a sentirse un dios?
- Lo es en la misma medida que un actor que hace de Hamlet, por ejemplo. Hay una impostura buena y una mala. Un escritor es el que se pone en el pellejo de otro y crea realidades que no están ahí. Pero es cierto que de alguna manera todos somos impostores y cuando buscamos algo nos transformamos para conseguirlo. A mí la vida me ha obligado a serlo. Cuando vivía en el pueblo no era del todo de allí; cuando llegué a Madrid, era de pueblo; cuando tocaba la guitarra, como leía mucho me decían que era escritor; y cuando empecé a publicar novelas, los escritores me llamaban guitarrista.
el legado
- Asegura que su pasado está ya «muy vendimiado» pero luego no para de contar cosas nuevas sobre aquellos años. ¿Cómo van a creerle sus lectores?
- Pensamos que conocemos nuestro pasado pero en parte está por descubrir. Lo de la magdalena de Proust es real: una sola cosa sirve para focalizar y de ahí empiezan a surgir imágenes del pasado y a veces hasta del presente.
- Una imagen recurrente de su pasado es la del guitarrista. ¿Siente nostalgia por lo que pudo haber sido?
- No, porque empecé con 16 años, que es una edad muy tardía para ello, aunque conseguí hacerlo bien, con un cierto virtuosismo. Pero no me sentía cómodo en el mundo de la farándula ni me gusta viajar.
- ¿La toca alguna vez?
- Hace muchos años que no lo hago.
- El libro acaba con la imagen de una mujer que representa la muerte. ¿Los miedos ancestrales siguen ahí?
- El hombre está condicionado por su finitud. La vida probablemente es valiosa porque es breve. No hay que pedirle más que lo que puede darnos, pero siempre lo hacemos. Como le comentaba antes, no aceptamos que somos mortales. Quizá por eso habría que insistir en lo que dicen los filósofos: la conveniencia de aprender a morir.
- ¿La pandemia le ha hecho más pesimista?
- Estamos en un momento estelar de la Humanidad, con más progreso, más paz y más recursos que nunca. Aunque hay gente que ha perdido a personas próximas, si vemos lo sucedido con una perspectiva de conjunto, tampoco es para dramatizar. Quien conoce el pasado lo sabe bien. El pesimismo lo tengo encima desde hace tiempo, pero la pandemia no lo ha aumentado.
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