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Carles Porta, autor de 'La farmacéutica', posa en un hotel de Madrid. josé ramón ladra

«La farmacéutica de Olot fue una víctima y una heroína; su secuestro fue un vodevil»

El periodista Carles Porta recrea en un libro los 492 días de cautiverio de Maria Àngels Feliu

antonio paniagua

Lunes, 22 de marzo 2021, 00:24

Cuando arrancó el coche, Maria Àngels Feliu Bassols no se dio cuenta de que tres hombres la seguían desde otro vehículo. Ni por asomo pensó que los dos policías locales y un delincuente de poca monta que ocupaban aquel automóvil la iban a secuestrar. En ... realidad se trataba del tercer intento. En las dos anteriores ocasiones el valor de los malhechores se arrugó y se produjeron malentendidos e impuntualidades. Pero el 20 de noviembre de 1992, pasada la fanfarria de los Juegos Olímpicos de Barcelona, los captores no fallaron. Unos encapuchados la conminaron a que les entregara las llaves de su Renault 25 plateado recién aparcado y se metiera en el maletero de su coche.

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Así empezó la pesadilla de Feliu Bassols, la farmacéutica de Olot, un cruel cautiverio que duró 492 días y que ha contado Carlos Porta (Vila-sana, Lleida, 1963) en un ejercicio de periodismo narrativo, género en el que ha dado sobradas muestras de talento. 'La farmacéutica. 492 días secuestrada' (Reservoir Books) no solo es el relato de la odisea de una mujer que permaneció encerrada en un cuchitril no más grande que un armario, sino una indagación sobre la incredulidad de buena parte de la sociedad española que ignoró el sufrimiento de la víctima e incluso lo negó. «Con la excepción de los vecinos de Olot, Maria Àngels Feliu es una víctima maltratada por una sociedad que no la acompañó. Pero también es una heroína».

«Salió bien vestida, fuerte, enérgica y digna. Eso provocó que la gente no la acabara de creer»

incredulidad

«'Fargo' a la catalana»

Feliu permaneció encerrada en un zulo, con arañas, hormigas, ratas, serpientes y humedad como compañeras de cautiverio. «Sobrevivió porque pensaba en sus tres hijos y porque estaba convencida de que la liberarían al día siguiente». Los delincuentes eran incapaces de cobrar el rescate y algunos de ellos ya ni se hablaban.

Cuando la liberaron, enseguida afloraron las presunciones de culpabilidad. «Salió bien vestida, fuerte, enérgica, y eso provocó que la gente no se acabara de creer que había estado 492 días secuestrada. La gente no se creyó su dignidad. Nadie entendía que la familia no hubiese pagado el rescate. Hasta el gobernador civil de Girona de aquella época, Pere Navarro, hoy director general de la DGT, dijo públicamente que no descartaba el autosecuestro», cuenta Carles Porta.

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Los participantes en el rapto fueron Antonio Guirado y Josep Zambrano, agentes locales de Olot; un guarda forestal y su mujer, Ramón Ullastre y Montserrat Teixidor; y Josep Lluís Paz, alias 'Pato', un hombre que se sumó al crimen en el último momento.

Todo lo que podía salir mal salió mal. Los maleantes, con poca experiencia en el mundo del hampa, habían pensado en un secuestro rápido que se prolongara entre tres y cinco días, pero duró 16 meses. Todo adquirió un tono de vodevil, una mala «versión de 'Fargo' a la catalana». «Fue una conjura de necios y una negligencia colectiva», sentencia el periodista. Las fuerzas de seguridad actuaron descoordinadas y las cosas se desmadraron, con televisiones enloquecidas por el 'prime time' y el periodismo basura.

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El crimen tenía todos los ingredientes del teatro del absurdo . Prueba de ello es que Sebastiá Comas, alias 'Iñaki', un camarero que se convirtió en carcelero de Feliu, lo primero que le dijo a la rehén nada más verla fue: «¿Es la primera vez que te secuestran?». El agua filtrándose por la paredes, soportando el hedor de sus propios excrementos, encapuchada por voluntad propia para no reconocer a sus secuestradores, Maria Àngels Feliu Bassols debió de escuchar aterrorizada cómo uno de sus raptores le decía que le cortarían «un dedo cada tres semanas» si su familia no pagaba el rescate. Durante su encierro recibió por toda ropa una camisa y un pantalón de chándal.

Su vigilante, Iñaki, se apiadó y le procuró un mechero, velas y luz eléctrica. También consintió que caminara 20 minutos al día y hasta le permitió escuchar la radio, aunque por ella se enteró de que la daban por muerta. «Para ella fue terrible porque pensó que entonces abandonarían su búsqueda». Sabedor de que no iba a recibir un duro, Iñaki la abandonó en una gasolinera el 27 de marzo de 1994. Antes le dio unas monedas para llamar desde una cabina.

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