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Filósofo y profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Calabria, era autor de bestsellers como 'La utilidad de lo inútil' y 'Clásicos para la vida'. En su juventud trabajó como periodista mientras estudiaba –«en mi casa no sobraba el dinero»– y desde entonces nunca ... perdió el gusto por la rabiosa actualidad. Nuccio Ordine siempre fue un pensador y ciudadano comprometido con la sociedad, «de mi país y de todo el mundo», recalcaba el pasado septiembre en conversación con EL CORREO, poco antes de recibir en el Museo Guggenheim el Premio Ad Honorem en la quinta edición de los Fair Saturday Awards. Ante un auditorio abarrotado, el intelectual italiano agradeció el galardón en castellano y euskera.
Ahora desgraciadamente no podrá volver a España para recibir en octubre el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en el Teatro Campoamor de Oviedo. Hace una semana tuvo que ser ingresado de urgencia tras sentirse mal en su casa de Calabria y falleció ayer, como consecuencia de un derrame cerebral, en el hospital Annunziata de la localidad de Cosenza. Tenía 64 años. Experto en el Renacimiento y muy particularmente en la obra de Giordano Bruno, un pensador que acabó en la hoguera en la misma plaza de Roma donde ahora se levanta un monumento en su honor, Nuccio Ordine era un hombre que se definía como «más que optimista». Su propia trayectoria personal le había dado razones para ver el vaso medio lleno. «Nacer en una casa sin libros, vivir en una ciudad sin librerías ni bibliotecas, sin teatros ni espacios culturales, no significa estar condenado a la ignorancia», aseguraba con una total convicción.
Sus padres soñaban en su día con que el pequeño Nuccio fuera abogado, con la cándida ilusión de que se convirtiera en un hombre con prestigio y dinero. Pero él no tardó en rebelarse para seguir su vocación y ambiciones más íntimas, «porque solo se vive una vez y en lo posible hay que morir en paz». De modo que se transformó un humanista de raza, dentro y fuera de las aulas de la Universidad de Calabria, muy pendiente de la realidad de la calle y de la profundidad de sus lecturas. Profundo admirador de Albert Camus y Umberto Eco, había aprendido de ellos a valorar la claridad y la erudición. Tampoco le amedrentaban los micrófonos ni las entrevistas. «Ahora más que nunca reivindico la educación de calidad, las humanidades y el papel de los profesores. ¡No me gusta nada la mercantilización de la enseñanza! Hay que educar para ser libres, no para ser empleados buenos y obedientes. En esa línea, que libros como los míos sean bestsellers me parece un buen síntoma», dejaba caer con una sonrisa en su última visita a Bilbao, con un ejemplar de 'Los hombres no son islas' encima de una mesa del hall del hotel Carlton.
Abominaba del «neoliberalismo thatcheriano» que, a su juicio, se hacía fuerte gracias al miedo. «El lema de 'sálvese quien pueda y yo primero' me pone enfermo. Los políticos hacen el caldo gordo a todo eso, alentando el temor en las masas». Nada más contrario a su talante, el de alguien que intentaba no dejarse arrastrar por nadie. «Hay que mantener las distancias ante los discursos encendidos e incendiarios. Yo tengo claro que el destino no está escrito. No hay que ser fatalista».
Ordine presumía de una biblioteca de más de 20.000 libros, pero su mayor orgullo era el bienestar de su madre, de poco más de 80 años, al cuidado de una enfermera albanesa. Todo le parecía poco cuando se trataba de ella. Profundamente cosmopolita y europeo, su corazón era italiano al cien por cien. Si bien no llegó a ser profeta del todo en su tierra, en el extranjero gozaba de mucho predicamento. Sus libros se han traducido a 24 idiomas y como docente se le abrieron las puertas de las instituciones más prestigiosas.
Era profesor visitante de centros como Yale, Paris IV-Sorbonne, el CESR de Tours, el IEA de París, el Warburg Institute y el Max Planck de Berlín, además de miembro del Harvard University Center for Italian Renaissance Studies y de la Fundación Alexander von Humboldt. Allí donde viajaba, fuera donde fuera, siempre entusiasmaba al público con un recordatorio: «Lean a los clásicos, a Platón, Cervantes, Shakespeare o Montaigne, porque esa gente nos dejó un regalo maravilloso, libros que abren horizontes y ayudan a ser libres».
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