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La obra de Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) es una carrera en bucles concéntricos que se cruzan y danzan entre sí. A veces, con la magia de su escritura, que devuelve la vida a la memoria en prosa o poesía, según se antoje, porque la libertad ... creativa que siempre le atrajo de Nueva York es ya una forma de vida.
Este año las estrellas se han alineado para cerrar ciclos y abrir otros nuevos, ahí donde todo comenzó, en su Euskadi natal, sin miedo a sacudir las disciplinas ni a perder el control de una obra que ya no es suya –pertenece al mundo del arte colectivo–, y la entrega con generosidad a quien esté dispuesto a convertirla en música o en imágenes. La palabra de Uribe es como la energía. Nunca muere, se transforma.
La semana pasada se embarcó en un viaje de fusión que hace 20 años le llevó a la Gran Manzana y ahora le trae de vuelta a casa. Euskadi siempre ha sido el mapa de su vida, pero este año también es el de su puesta en escena porque todos los grandes proyectos que tiene entre manos van a eclosionar en el lugar que le vio nacer. Entre ellos, la publicación de una nueva novela que ya está escribiendo –verá la luz a lo largo del año que viene– y el estreno de una ópera en el Arriaga, 'Saturraran', con libreto de su autoría y música de Juan Carlos Pérez. Además, en 2025 se publicará en EE UU la traducción de su último libro, 'La vida anterior de los delfines', realizada por Megan McDowell, traductora de Alejandro Zambra, Mariana Enriquez y Samanta Schweblin, entre otros.
Poesía, cine, canción, rock alternativo e ilustración se dieron la mano para invocar al adolescente de Ondarroa que escuchaba a Lou Reed y la Velvet Underground en el Hai Brahian, el bar de su pueblo. Se trataba de hacerlo presente con el espectáculo que le llevó a Nueva York en 2003. Por una noche, el Teatro Arriaga se convirtió en el Bowery Poetry Club, y en su escenario vibraba su poesía con la música del compositor Mikel Urdangarin y las imágenes de Rafa Rueda lo vistió con imágenes. «Fue muy emocionante, una recepción muy calurosa», saborea. Unos días después, el pasado miércoles, participó en un recital enmarcado en BilbaoPoesía con Manuel Vilas y Miriam Reyes en una Biblioteca de Bidebarrieta a rebosar.
Su recital de poesía multidisciplinario se inspiró en el disco 'Songs for Drella' que Lou Reed y John Cale grabaron en homenaje a Andy Warhol. Un disco sencillo de pocos instrumentos en el que se recitan poemas. «¡Me gustaría hacer algo así!», recuerda haberse dicho. «Y además, en Nueva York, ¿por qué no?». Soñar es libre, y en la ciudad de los rascacielos en la que se ha quedado a vivir, el cielo es el límite.
Su trasplante al Arriaga era una celebración profunda y efímera a la vez, porque se esfumó en una noche, a pesar de trazar el inicio de su aventura neoyorquina dos décadas atrás. Allí, al final de una semana «reveladora» de marzo de 2003 que tanto le marcó, su traductora, Elizabeth McKlin, le informó de que la revista 'The New Yorker' iba a publicar en inglés uno de sus poemas, 'Mayo', que MacKlin tradujo del euskera y él mismo lo haría después al español.
«¡Imagínate, hacer esos recitales en un lugar tan mítico como el Bowery, que vaya a verte la editora de poesía del 'New Yorker' y le guste como para publicar un poema tuyo!». Solo tenía en su haber un libro de poesía y ya lo había presentado Bob Holman, el poeta y activista más identificado con la tradición oral y la poesía del slam, fundador del club y «el promotor posmoderno que más ha hecho por traer la poesía a los cafés y a los bares desde Ferlinghetti», escribió 'The New Yorker'.
Con esa estrella empezó su andadura en EEUU hace dos décadas. Y como si hubiera que sacarle lustre al astro para no perderse en el universo que le llevó a vivir en lugares tan dispares como San Francisco, Iowa y Nueva York, este otoño volverá con ese espectáculo a la Gran Manzana para completar la efeméride en algún otro templo que aún está por decidirse y que incluso podría volver a ser el Bowery, nunca se sabe. Será otro viaje en el tiempo, porque existe documento gráfico de aquel estreno neoyorquino para compararlo, y estuvo filmado por el director de 'Agian/Maybe', Arkaitz Basterra, en ese momento un estudiante de cine en la New York Film Academy. La cosa va de talentos de la cultura vasca, por si no se han dado cuenta. Los comienzos de quienes pusieron al euskera en el mapa estadounidense y le imprimieron un sello de modernidad, con la libertad creativa que aprendieron de sus calles y su música, sin perder las imágenes de la infancia que conectan a las artesanas de anchoas con la guitarra de Lou Reed y su contracultura.
– ¿Intenta trasladar a los vascos a Nueva York?
– No, es un performance que trata muchísimos temas. La migración, el sida, la guerra y la paz, temáticas 'trans', temáticas muy urbanas en general, pero también universales. El amor, el cuerpo, la muerte, la pérdida, la memoria, el medioambiente.
– Tiene por delante un año prolífico que toca todas las artes.
– Sí, en abril comenzará el rodaje de la película 'Karmele', basada en mi tercera novela, 'La hora de despertarnos juntos' (Premio Nacional de la Crítica en euskera), sobre una mujer que durante los años de la guerra civil conoce a su marido, un trompetista de jazz de Bilbao, en la Eresoinka que montó el Gobierno vasco de la república en el exilio, una especie de embajada cultural de propaganda. Ambos se enrolan en los servicios secretos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial. Es la historia de una mujer que vivió dos exilios, la guerra y toda esta experiencia cultural. Y se va a hacer con un elenco muy potente.
– ¿Esta inspiración no se la debe a Lou Reed, no?
– No (risas). Me basé en la vida real de una mujer mayor que conocí. Siempre pensamos que las personas mayores no tienen nada que decir pero esta señora tenía un historia increíble detrás. Yo se la conté a Asier Altuna, director de 'Aupa Etxebeste!', cuando estaba escribiendo la novela. Estábamos en Ondarroa, empezó con una conversación típica de «¿qué haces?», a lo que yo le respondí: «Pues mira, ¿ves esa casa? Ahí vivía la familia Urresti y …». Él se quedó de piedra. La visualizó inmediatamente y me dijo que «es muy de cine». Yo le dije que «vale, primero deja que la escriba» y entonces todo se paró con la pandemia.
– Será también en euskera, supongo.
– Sí. Aunque haya otras lenguas en la película, fíjate cómo ha evolucionado el cine en euskera desde aquel primer largometraje. La novelista afroamericana Toni Morrison decía no podía escribir vidas de blancos ricos «porque soy una mujer negra y pobre». Pues a mí me pasa lo mismo, voy a contar lo que sé.
– Y del cine a la ópera contemporánea en euskera, con 'Saturraran'.
– ¡Sí, ese libreto lo escribí en Iowa! Un sitio perfecto para encerrarte a estudiar ópera, no hay nada que hacer. Es muy difícil escribir un libreto. No es como una canción, que te mandan la grabación y tú le vas metiendo palabras. La ópera es al revés, se basa en el texto. Un libreto es como un plano en el que se basa la música. Sin el texto, el músico no puede empezar. Tuve que estudiar ópera metiéndome en ese mundo durante dos años. Me vi todas las óperas del mundo, me enamoré de Britten, de Philip Glass y de mucha gente. Así aprendí a escribir libretos.
– Pero es contemporánea, ¿no?
– Sí, va sobre una historia de amor que me marcó cuando era adolescente. Dos chicas que en los años 80 tuvieron una historia de amor muy trágica. Una era de Ondarroa y la otra andaluza. Al final son varias historias que se mezclan. Cuando uno hace ficción no cuenta solo una historia, sino que va modelando los personajes para contar algo mayor. Tiene partes muy luminosas, muy bonitas, pero también partes más oscuras que tienen que ver con la heroína. Es un libreto muy bello, es un libreto muy poético. También es onírico. Pero como está el mundo de la droga, uno no sabe realmente qué es real o qué no es real.
– ¿Qué le atraía de ellas?
– Que era gente muy libre, miraban mucho a Londres, a Nueva York, se relacionaban muy libremente. No tenían nada que ver con la tradición. Los vascos hemos sido muy tradicionalistas, ¿sabes? La familia, todo esto. Esa generación fue la primera en romper un poco.
– Este año, en el que tiene entre manos ua nueva novela, habrá una lectura de la primera, 'Bilbao-New York-Bilbao', también en el Arriaga, en junio.
– Sí, tiene que ser un clásico y este año han elegido mi primera novela porque se cumplen 15 años de su publicación y habrá también un ciclo de conferencias sobre ella. Guau, me parece que fue ayer.
– De pronto se ha repartido en un montón de cosas y disciplinas, se ha hecho todavía más libre.
– Es verdad. Al vivir en Nueva York he aprendido mucho desde la distancia. Primero, por las relaciones que haces con otros escritores, artistas..., que te enseñan otra manera de ver las cosas, pero también la propia distancia, la perspectiva. Gertrude Stein decía que había un lugar para nacer y otro lugar para ser. Tal vez uno necesita la distancia para encontrarse con uno mismo. Y eso es lo que me ha dado Nueva York. Ahora, en cierto sentido, me he encontrado a mí mismo y soy más libre a la hora de construir cosas.
Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como a esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor de ser amable,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
Los abedules blancos de la rivera.
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