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Elvira Mínguez retrata a dos mujeres ambiciosas y sin escrúpulos. P. Urresti

Elvira Mínguez defiende el papel de las «mujeres malas» en la ficción

La actriz publica su primera novela, 'La sombra de la tierra', sobre el «odio» entre dos personajes femeninos en el siglo XIX

Sábado, 25 de marzo 2023, 22:54

«Quiero que la cámara sea el lector», dice la actriz Elvira Mínguez sobre su primera novela, 'La sombra de la tierra' (Espasa). Tras más de un cuarto de siglo dedicada a interpretar personajes, a «construirlos y rellenar sus lagunas», reconoce que no es que ... el texto esté impregnado de cine por contagio y costumbre, sino que es lo que ha buscado.

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«Cómo describo a los personajes, las secuencias , las escenas, la luz, todo eso estaba en mi cabeza ya en movimiento cuando empecé a escribir». Y ha querido hacer partícipes a los lectores en la misma medida de «los planos que veía en mi cabeza, de esa recreación visual de todo». Así, de repente la mirada se traslada del plano principal a un detalle en un rincón de lo que se cuenta; y la propia mirada de los personajes, o la sonrisa o el fruncimiento de cejas, adquieren más importancia que lo que llevan puesto o los grandes gestos que puedan hacer.

'La sombra de la tierra' es, sin serlo, un guion. «Necesitaba muchísima veracidad para que el lector entrara en esta historia que transcurre a finales del siglo XIX en un pueblo de Zamora, necesitaba que lo viera todo. Es como un libro pop-up: las secuencias se ven, te metes en el fango como se meten los personajes». Que son, fundamentalmente, Garibalda y Atilana. La primera es la caciquesa del pueblo, la segunda ha pasado a ser su víctima (como los demás vecinos). «Garibalda tiene el poder económico, las tierras y el manejo de la información y mete miedo a todos», explica Mínguez.

Atilana, que un día fue la mujer con más posibles del lugar, es objeto de su odio en la misma medida que Garibalda lo es del suyo. «Son dos perros con el mimo collar. Son lo mismo. El odio que se tienen por algo que ocurrió en el pasado las iguala. Y las víctimas son sobre todo sus hijos».

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Estas dos mujeres no responden al esquema clásico que sigue representándolas como incapaces de una maldad y un rencor sin fisuras. «Nos falta legitimar a las mujeres malas. Yo tengo la sensación de estar siempre como escorada en los papeles que me llegan: trabajadoras, empoderadas, sí, pero siempre incompletas».

Ha hecho muchos «personajes duros, fuertes, pero siempre teñidos de dolor y resignación y sacrificio. Y no somos solo eso». En este libro no se sacrifican ellas. «Hay mujeres como Garibalda y Atilana, que sacrifican a sus hijos, que no los quieren y que incluso los odian. Mujeres ambiciosas que pueden dejar gente atrás porque quieren algo pese a quien pese».

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