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Una lesión de menisco le obligó a replantearse sus aficiones deportivas. Ni pala, ni fútbol ni sokatira. El médico le recetó una bajada de peso de por lo menos cinco kilos para que su rodilla trabajara menos. Se apuntó al gimnasio. La mecánica de la ... bicicleta estática y los ejercicios le aburría. Se lo vio en la cara su monitor, que se acercó y le invitó a acudir al entrenamiento de boxeo del siguiente viernes. Hasta hoy. Iñaki Mendizabal (Berriatua, 1968) viste calzón y guantes al menos una vez a la semana. Sale al ring para sentir la vida con intensidad, para dar y encajar golpes, para aprender de ellos.
Escritor, periodista, editor y director de comunicación de Euskaltzaindia, también boxeador amateur, ha plasmado en su primer libro de fotografía, 'Box', su percepción del cuadrilátero como un escenario donde se suceden u ocurren al mismo tiempo caídas y esfuerzos por levantarse, soledad, miedo, análisis sobre uno mismo y sobre el otro que está enfrente. «El ring es brutal. Cuando estás arriba peleando, el cuadrilátero se vuelve circular. Te parece que estás dentro de una burbuja. Los brazos no llegan al cuerpo del otro, al contrario que cuando entrenas, que casi siempre tocan. Oyes la campana, te vas a la esquina, te sientas, vuelves a la realidad y sabes que estás mal. Buscas la mirada del contrario y percibes el mismo miedo que tú tienes», explica.
Su libro no es «ni documental ni descriptivo». Le gusta que haya salido reseñado en las revistas de fotografía y que se le juzgue por este aspecto y no por el deportivo. «'Box' no es un libro de fotos de boxeo. No es esa la intención. Prefiero sacar a la gente en los pasillos, o frente a una ventana del gimnasio, que captar un golpe sobre la cara. De hecho no hay una foto de este tipo en todo el libro».
Sólo dos personas de su gimnasio, el MGZ de la calle Morgan en Deusto, han comprado el volumen. No se sienten retratados. Esperan un mayor realismo, mientras que Mendizabal capta sus sombras, sus fantasmas, su interior. «Mis compañeros me dicen que por qué no me he hecho un autorretrato. Les contesto que todas mis fotos lo son». Kerman Lejarraga, campeón de Europa de peso welter; Andoni Gago, que ostenta el mismo título en el peso pluma; y Eneritz Borinaga, campeona de España minimosca, entrenan en ese gimnasio.
La foto le sirve a Mendizabal para detener el tiempo, hacerlo suyo y desentrañar aquello que sin la pausa fotográfica no comprendería. «Por eso una buena parte de las imágenes están sacadas desde la esquina. En ese minuto de reposo ocurren tantas o más cosas que en los tres de cada asalto».
La lucha en el boxeo es en teoría a muerte, aunque los dos contrincantes sepan que van a salir vivos. «La posibilidad de morir funciona en el subconsciente. No es exactamente un juego. Es lo más parecido a un combate de gladiadores romanos. Te caes y te levantas. Estás sólo y nadie te va ayudar a mantenerte en pie. Eres tú, con todo lo que has aprendido en los entrenamientos y todo lo que olvidas en cuanto saltas al ring».
Aunque la escenografía de este deporte asigne al boxeador el papel del bravucón y provocador, es el miedo el que le hace bailar de un sitio a otro. «Lo tienes, por supuesto, y lo utilizas para sobrevivir. Es igual que en la vida, que lo sientes y eres consciente de que debes salir adelante. Pero lo que más impresiona es el silencio que creo que mis fotos expresan y que rodean al boxeador. Un silencio que a mí me asusta mucho más que el ruido».
Silencio y soledad, insiste: no hay nadie que pueda echar una mano al boxeador. Mendizabal piensa que en muchos momentos de la vida ocurre lo mismo.
Pasión, disciplina, honestidad, sufrimiento, dolor de la carne, cálculo, instinto, improvisación: estas son algunas de las palabras con las que Mendizabal acorrala al boxeo en su breve prólogo en euskera.
Le gusta fotografiar sobre el antes y el después del combate porque los boxeadores profesionales saben cómo moverse por el cuadrilátero pero se encuentran como sonados en la vida 'real'. Explica que no es lo mismo un combate amateur, a tres asaltos, que uno profesional a cinco o más, momento «en el que empiezan las averías».
Del proceso de producción del libro, de los errores y los aciertos, ha aprendido mucho. Con modestia, atribuye los últimos a sus dos editores de Noctis, Txelu Angoitia y Jesus Mari Arruabarrena, ambos fotógrafos.
El libro surgió a partir de las fotos que iba colgando en Facebook. Una editorial se puso en contacto con él autor para publicarlas. El proyecto no salió adelante pero lo retomó Noctis. Ahora Mendizabal va a por el siguiente, a por otro combate con la cámara.
SU PRÓXIMO PROYECTO
Cuando Iñaki Mendizabal sale a sacar fotos, le gusta tener una idea clara de lo que quiere o de lo que busca, con independencia de lo que surja después. «Tengo que saber por qué cruzo la puerta de casa con la cámara al hombro», explica. Suele pasar unas semanas al año en La Habana y para su próximo proyecto ha elegido un acontecimiento esencial en la vida de los habaneros: la espera. «En La Habana se hace cola para todo», incide.
Hay que armarse de paciencia, la que no suele tener el foráneo, al que le han dicho que la guagua pasaría en cinco minutos, lleva 25 en la parada y nadie se mueve. «La espera es un arte y un oficio», dice Mendizabal. Como su objetivo es capturar el tiempo con la imagen, nada mejor que su paso lento y casi inmóvil en La Habana para su siguiente libro.
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