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«El peor enemigo de la ciencia, seguramente, se encuentra en su interior», afirman el biólogo Juan Ignacio Pérez y el físico Joaquín Sevilla en ' ... Los males de la ciencia' (Next Door Publishers), obra que presentaron ayer en la Biblioteca de Bidebarrieta. Científicos, profesores universitarios y divulgadores, reflexionan en el libro sobre los defectos y enemigos de la empresa científica, unos males para los que proponen remedios.
El más importante, en su opinión, se resume en la sentencia 'publish or perish' (publica o perece), que se refiere a la presión por publicar para progresar en la carrera investigadora. Un artículo científico ('paper') en una revista es el paso final de todo hallazgo, que se da así a conocer a la comunidad investigadora. Pero los 'papers' también se usan para evaluar los méritos profesionales: cuantos más publiques en revistas más importantes y más veces se citen, más progresarás en el ecosistema científico y académico.
'Los males de la ciencia' , de J. I. Pérez y J. Sevilla. Next Door Publishers. 284 páginas. 22 €
Origen. Intervenciones en el curso de verano 'Los demonios de la ciencia' (2015) de la UPV/EHU.
Primar la cantidad sobre la calidad conlleva perversiones, advierten los autores. Entre otras, trocear un trabajo en varios 'papers', abusar de las autocitas, llegar a pactos con colegas para que citen tus trabajos y tú los suyos, y que haya revistas -llamadas depredadoras- que cobran por publicar para satisfacer la necesidad de los investigadores de firmar 'papers'.
«Habría que separar la comunicación de los resultados de la valoración de los científicos. Acabar con la idea de que para ser un científico de prestigio tienes que publicar mucho», dice Sevilla, catedrático de Tecnología Electrónica en la Universidad Pública de Navarra. Y recuerda que Einstein y Darwin publicaron «pocos documentos, pero intensos y arriesgados». El sistema actual supone «una presión sobre los investigadores para producir que deriva en una ciencia de miras cortas -pensando más en la publicación que en generar conocimiento transformador- y causa problemas de salud mental, sobre todo en los científicos en formación», apunta Pérez, catedrático de Fisiología Animal de la Universidad del País Vasco.
Los autores de 'Los males de la ciencia' abogan por desligar el éxito profesional en investigación del «mero contaje» de artículos y que los comités evaluadores se centren en la calidad del conocimiento producido. Eso exigiría reformar el sistema para proteger a los miembros de los tribunales y blindarlos ante posibles demandas de quienes se sintieran perjudicados por criterios 'no objetivos' como la calidad.
Perez y Sevilla, responsables de las cátedras de cultura científica de sus respectivas universidades, exploran en la obra desde la discriminación sexual hasta la terrible burocracia en torno a la actividad científica, un monstruo que devora cada vez más horas que debían dedicarse a la investigación. Y sostienen que uno de los males de la ciencia es cómo la percibimos los ciudadanos de a pie. «Existe la creencia social de que la ciencia consiste en una colección de verdades, cuando en realidad es un proceso en el que vas corrigiéndote a ti mismo de manera permanente», indican.
«'Demostrado científicamente' es una expresión perversa. Científicamente, puedes refutar, pero demostrar no. Las matemáticas demuestran, pero otras ciencias no», destaca Pérez. Su compañero lo ilustra con un ejemplo. «Yo puedo decir que las piedras caen porque he visto miles caer y ninguna que vaya para arriba, y el marco teórico es muy razonable. Pero una piedra podría ir para arriba o de lado por alguna cuestión que no he tenido en cuenta. El conocimiento que tengo de que las piedras caen es sólido, pero podría refutarse en cualquier momento. Toda verdad es provisional», recuerda Sevilla.
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