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Vive en Laredo desde 2021 y ha venido al hotel Carlton con motivo de la presentación de 'Todo empieza con la sangre', su sexta novela. ... Hace tres años que publicó la anterior y está impaciente por lanzar otra 'criatura de papel'. Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) se ríe ante la ocurrencia de pensar que los libros son, a su manera, hijos de sus autores. «Sí, sí. Total. Se desprenden de ti y, de pronto, ya ni siquiera la autoría parece del todo propia, como si fuera un producto emancipado», reflexiona la escritora. Es algo que hace mucho. Pensar y drenar hasta el fondo el mundo que mejor conoce. Vive para escribir y escribe para vivir.
Publicó su primera novela a los 19 años y en 2020 ganó el Premio Euskadi de Literatura por 'Cambiar de idea', una crónica descarnada sobre la transición a la edad adulta. En la siguiente, 'Las herederas', volcó todas sus obsesiones (precariedad laboral, inestabilidad psicológica, vacío sentimental...) y ahora tiene otra sobre la mesa que aborda el amor romántico en todo su arrebato y desmesura. «Terminé de escribir este libro en noviembre y ahora sería incapaz de ponerme delante del ordenador. Necesito pensar, experimentar, dejarme interpelar... Hay un tiempo de siembra y otro de cosecha».
Lo dice mirando muy fijamente a los ojos. Es una mujer que se concentra en el aquí y ahora, no se abstrae del entorno ni se plantea la literatura como un ejercicio de escapismo. Expareja del también escritor Iván Repila, tiene una niña a punto de cumplir seis años y hace tiempo que mantiene a raya los emails, las redes sociales y los mensajes de WhatsApp. «Llegué a la saturación y el bloqueo. Soy una persona que necesita poner el foco y centrarse».
Por eso ha exprimido hasta la última gota del concepto de pasión ciega en las 224 páginas de 'Todo empieza con la sangre'. La protagonista, Violeta, persigue sin cesar un ideal de carne y hueso que colme su existencia. Lo busca en hombres y mujeres, anticipando un paraíso que nunca es permanente. Una ilusión arrebatadora con guiños a 'Cumbres borrascosas' que la convierte en una criatura que succiona la energía ajena para ser feliz.
«La relación con el otro tiene que ser de alteridad y no de fusión. No tengo un argumentario radical en contra del amor de pareja o del amor romántico. Lo que sí me interesa es el postulado de Bell Hooks que concibe las relaciones de pareja como procesos de crecimiento personal y espiritual». Ahí está la clave. El crecimiento es un mantra para Aixa de la Cruz. Necesita como el aire que respira avanzar y conocerse a sí misma. O, al menos, intentarlo. Se siente cómoda cuando su terapeuta la psicoanaliza porque ha descubierto que es un proceso muy similar al de la escritura. «Hay algo muy sanador en sacar lo que llevas dentro y mirarlo a distancia. Verbalizar lo que sientes y alejarse de ello te permite entender todo mucho mejor».
¿Y se puede saber qué hay en su interior? Pues mucho y muy variado, porque contiene multitudes igual que Walt Whitman. No se cierra en banda a nada. Ya de niña era una lectora voraz y siempre tuvo debilidad por la belleza que se esculpe con sangre, sudor y lágrimas. Practicó ballet clásico hasta los 13 años , cuando una lesión frustró sus avances y decidió volcarse en el piano. Llegó a terminar el grado superior y soñaba con dar conciertos. Pero lo dejó «porque no era lo bastante buena». Tampoco le atraían las candilejas y los aplausos. Entre sus defectos, no se encuentra la vanidad. «Si fuera una cantante pop, me comportaría como una diva. Pero no es el caso. Nosotros vendemos 20.000 ejemplares cuando van bien las cosas. He conocido gente en el mundo literario que va de diva y siempre me ha generado mucha risa». El postureo y la frivolidad nunca le han interesado.
Al acercarse a los 40 años, la heroína de 'Todo empieza con la sangre' entra en un convento con la ilusión de encontrar la paz y el éxtasis. «Una de las cosas más bonitas a nivel personal que me han sucedido con esta novela -da vergüenza decirlo- es que he leído la Biblia por primera vez con 36 años». En los salmos descubrió versos que la fascinaron. La poesía es su género predilecto, pero nunca lo abordará «porque no me atrevo a profanarlo». Su poeta favorita es Rosa Berbel, «una chavalita que me encanta, me encanta». También admira a Berta García Faet y Luna Miguel.
- Y pasando de la poesía a un tema más prosaico. ¿Qué opina de la polémica que ha suscitado 'El odio', de Luisgé Martín?
- Sin haberlo leído, solo puedo decir que los libros tienen que publicarse. Pero los escritores también tenemos una responsabilidad previa. En los talleres de escritura, cuando hablo de autobiografías, siempre recuerdo dos cosas. Que hay límites jurídicos, por eso no puedes calumniar, y que hay límites éticos. Cada uno construye su propio código deontológico. Escribir es un privilegio y trae consigo una responsabilidad importante.
- ¿Usted recomienda pedir permiso a las personas que puedan sentirse ofendidas?
- Yo sí que se lo recomiendo a mis alumnos.
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