![«Una caza de brujas es aterrorizar a todo el mundo»](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202002/21/media/cortadas/toti-k0ZB-U100231445251G7C-1248x770@El%20Correo.jpg)
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¿Qué llevaría a hombres que han estudiado durante años (nueve, al menos, en sus tiempos para llegar a ser jueces), que hablan varios idiomas, que son de las pocas personas que en una sociedad sin acceso a la cultura pueden leer y escribir, que han leído las obras de teólogos y filósofos, a perseguir a mujeres con la excusa de que vuelan y sacan fetos de los vientres de su madres, dejan a hombres impotentes y demás cositas relacionadas con la brujería? Es larga la pregunta, pero es que el tema tiene su miga. Es lo que se preguntaba Toti Martinez de Lezea cuando estaba documentándose para su última novela, 'Hierba de brujas' (Erein), un libro en el que vuelve al tema de la brujería -«que no existió», por si a alguien le quedan dudas- 18 años después de haber publicado 'La herbolera'.
Lo que la autora alavesa ya conocía y fue refrescando es que a finales de los años veinte del siglo XVI, en los valles navarros Erronkari, Zaraitzu, Aezkoa y Erro, se desató una caza de brujas que fue mucho peor que la famosa quema de Zugarramurdi: frente a media docena de acusados (mayoritariamente acusadas), más de un centenar. «Los jueces civiles fueron por todos estos pueblos y aldeas, uno por uno, y en todos hubo mujeres y hombres ejecutados por brujería», explica. Ese es el escenario en el que vive Loredi, la séptima hija de una familia que solo ha tenido niñas. Según la superstición, la séptima salía bruja sí o sí. «Pero el séptimo hijo varón estaba destinado a ser poderoso, un héroe, un rey», lanza la escritora.
Con las andanzas de Loredi, acusada desde el momento de su nacimiento, Martinez de Lezea ha querido«hablar del abuso de poder, de la indefensión de quien no sabe, no entiende, no puede defenderse ante quien cree tener toda la verdad». Ese es, en este caso, un tal Avellaneda, juez obsesionado con las brujas. «Un misógino, un obseso sexual, tenía un grave problema con el sexo y con las mujeres», sentencia la autora, que le da contenido a un personaje, Avellaneda, que existió... o no. No se sabe muy bien. Su nombre aparece en algunos documentos, pero la falta de datos sobre él le permitía a la escritora convertirlo en uno de los dos personajes principales de esta historia.
La perversión de Avellaneda (que fue compartida por muchos otros hombres poderosos) es solo uno de los motivos de esta persecución de un pueblo entero, el que habitaba en el norte de Navarra por entonces. La otra, explica Martinez de Lezea, es la política. «La caza de brujas no es acusar a una sola persona, es aterrorizar a todo el mundo». Hacerles creer que la mitad de ellos eran perversos era buena forma de hacerlo, pero lo era más la amenaza de ajusticiarlos si no se comportaban; cualquiera podía ser el próximo. La caza de brujas era por tanto una manera de mantener a la gente calladita en un momento convulso y de oposición a la Corona. «Se dice que la conquista de Navarra se da en 1512, pero empezó entonces y tardó años en asentarse. Fue en 1527 cuando Carlos V renunció a la parte más al norte, la Baja Navarra, que pasó a ser francesa. El pueblo no estuvo de acuerdo». Y la persecución política disfrazada de creencia, dice Martinez de Lezea, se convirtió en arma para luchar contra eso.
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