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Las intervenciones de Bernardo Atxaga en Euskadi Irratia, a iniciativa de la periodista Maite Artola, comenzaron en 2016. La idea era que hablara de lo que quisiera. Y lo hizo. «Había dado mis opiniones durante años, sobre todo en conferencias, pero nunca de manera continuada ... y ante un público amplio que, en su mayor parte, por lo visto y oído, no compartía mis puntos de vista».
Utilizó el tono «neutro o humorístico», y comenzó con una reflexión sobre «la poco delicada irrupción de la política en el mundo tradicional». Hablaba de la fiesta del monte Hernio, en septiembre. Los que subían compraban cintas de colores para adornarse con ellas en caso de llegar a la cima. Lucían sus lazos lilas, rosas, azulados y verdes. «No puedo expresar cuánto me gustaban», escribe. Cuarenta años después solo se vendían cintas rojas, verdes y blancas, los colores de la ikurriña. Ojo, nada en contra de la bandera vasca. Le parece normal que en un diccionario de , como el de Xabier Kintana, se respetara la decisión del autor de incluirla en la portada, como en los diccionarios de francés aparece la tricolor francesa. Pero lo de Hernio le pareció un reduccionismo.
Tampoco está a gusto con todas las fiestas que se organizan en torno al euskera. No es que le parezcan mal, sino que corren el riesgo de la autocomplacencia. Le extraña que no exijan una revisión de los letreros de las carreteras o de algunos libros de texto «escritos en un euskera más duro que la piedra».
Sus escritos se recogen ahora en 'Un grillo en la autopista', traducidos al castellano por la editorial Folch & Folch. En ellos se siente el profundo amor de Atxaga por la lengua vasca, por sus palabras, por sus sonidos, por la gente que la habla. Pero tampoco se olvida de otros temas, como el asesinato de Lasa y Zabala por los GAL.
– El grillo es un insecto negro, molesto. ¿Hubo metamorfosis para escribir estas crónicas?
– Después de 120 intervenciones en la radio, y de repasarlas para el libro, te preguntas para qué han servido en medio de la indiferencia general a todo lo que no sean canciones de radiofórmula, para entendernos. Te preguntas si el canto del grillo ha tenido algún efecto. En la literatura infantil hay algo bueno, divertido, absurdo, que me pone de buen humor. En la infantilización social y política, sólo hay reduccionismo y regresión. Son los niños que siempre quieren que les cuenten el mismo cuento. Eso se mantiene en muchas mentes, que no aguantan la mínima disensión.
– ¿Ha sido disentir de la opinión general uno de sus objetivos?
– En la Grecia clásica, había una persona que se encargaba de dar las malas noticias, de poner la tragedia sobre la mesa. Yo no me atribuiría ese papel tan ambicioso, pero sí he buscado el envés de las cosas. Vivimos en una sociedad que presume de una enorme cantidad de valores que hace mucho tiempo han desaparecido. Uno de ellos es la receptividad a los otros, la apertura, la tolerancia. Vivimos en una época extremadamente agresiva. Los políticos tratan de legitimarse a través de sus enemigos. Actúan como hinchas y fomentan ese comportamiento.
– Se nota que estas intervenciones están escritas con una libertad se diría que poco común.
– Bueno, he jugado con la manga ancha que se les da a los poetas y a los locos. Nos consideran unos inútiles y muchas veces me aprovechado groseramente de ello. Hay veces que estoy en la huerta y viene alguien del pueblo y me dice, «quita, quita, que los artistas no tenéis ni idea». Coge la azada y me hace el surco. En el fondo, ese estereotipo me ha ayudado a ser libre a la hora de escribir. También por mi historia, ¿no? Es decir, yo en el mundo vasco, desde mi juventud, siempre he ido por el lateral, nunca por la vía central. Siempre fui disidente de la línea oficial.
– ¿A qué se refiere con la línea oficial?
– Nunca fui de Arantzazu, de la línea clerical, conservadora y purista. Siempre fui de Bilbao, de la heterodoxia, de Gabriel Aresti. Fue como una figura paterna para mí. Aquí tengo la carta que me mandó al salir del hospital (escrita en rojo).
«Pero este, ¿qué toma?»
– ¿Qué representa Bilbao para usted?
– Subversión, transgresión, sobre todo en la década de los setenta. Me da la sensación de que eso ha desaparecido. Es verdad que la mentalidad nacional católica estaba en estado de descomposición, lo que abrió una puerta por la que entramos muchos, en pintura, en teatro, en las revistas, en poesía. Aunque recuerdo una persona de la vieja guardia que, cuando publiqué 'Etiopía', dijo: «Pero este, ¿qué toma?». Y luego estaba la Facultad de Económicas de Sarriko. Allí llegaban panfletos de todos los grupos de izquierda. El tiempo lo va matizando todo, pero hay un núcleo que sigue ahí.
– ¿Qué recuerda de aquella época ahora mismo?
– Las representaciones teatrales del 'Ubu rey', de Alfred Jarry, y la actuación de José Luis Gómez en 'Informe para una academia'. Pasamos de las obras de teatro burgués de mesa camilla a ver a Gómez encima de un taburete haciendo de semihombre. Te rompía los esquemas. El teatro abrió muchos caminos mentales en aquellos años.
– En las visitas al cielo que aparecen en el libro, con el Ángel de la Guarda y con el Diablo de la Guarda, se encuentra con Koldo Mitxelena y Luis Villasante –franciscano por cierto–, dos personas a las que se nota que apreciaba.
– Villasante era franciscano e hijo de un guardia civil. Iba por libre. Ambos eran muy distintos; Mitxelena más académico, Villasante más peculiar. Tiene un librito sobre lo que significa abrirse en el euskera que es modélico. No soportaban el purismo. Recuerdo que me encontré con Mitxelena en la plaza Gipuzkoa de Donostia. Me invitó a un café y me habló del segundo cuento de 'Obabakoak', 'Exposición de la carta del canónigo Lizardi', sobre una carta escrita en 1903 por el canónigo de Obaba, Camilo Lizardi, de la que sólo se conservan fragmentos. Lo escribí emulando el euskera de la época, pero echándole algo de imaginación. Me dijo «has hecho trampas, pero está muy bien». Ese comentario me animó mucho.
– Aresti, Villasante y Mitxelena: los tres intelectuales más decisivos en el establecimiento del euskera batua. ¿Qué le parece que los cargos forales, en Bizkaia al menos, utilicen el vizcaíno en sus alocuciones públicas?
– Me parece mal. El euskera tiene medio millón de hablantes competentes, es decir, que hablan y escriben con propiedad. La situación de fragilidad es real. Hay que cuidarlo. Es un como un pequeño canal de agua. Si lo subdivides, se acaba el chorro. A la aldea se regresa para coger aire, para hablar con la gente, para admirar la naturaleza, no para contagiarse de una mentalidad cerrada. Es lo contrario de la Euskal Hiria, la ciudad vasca que abarca toda Euskadi y que supone una mirada integradora.
Anticultura y fascismo
– Le preocupa mucho la educación.
– La educación es el huevo que contiene la respiración de los próximos años. Llegan los informes PISA y, aunque no esté muy claro su valor, sí ponen a la gente en alerta. Los profesores y los padres te dicen lo que pasa en las aulas cuando hablan con franqueza. En las estancias oficiales nadie parece oír el rumor de la calle. Si tienes un coche que pierde aceite, lo llevas al mecánico para que te diga si se puede arreglar. Si se detecta un fallo en el ámbito educativo, las autoridades tocan a rebato, como en el Vaticano. Es decir, convocan una reunión. Hay una clase social a la que yo llamo la de los individuos de la reunión perpetua. Sabes que están siempre reunidos. Entonces, claro, pasa el tiempo y estamos en las mismas.
– También le parece raro que algunos sean tan despectivos con la cultura.
– Bueno, en el libro cito el caso de una señora a la que le ha dado un ictus y que no puede hablar, pero escucha en una conversación 'El jardín de las delicias' y sonríe con alegría. A mí me pasó algo muy parecido cuando visité el Museo de Historia del Arte de Viena y vi 'La torre de Babel' de Brueghel. La cultura es alegría, entusiasmo. Y sí, me parece claro que hay una corriente anticultura, antilibros, que tiene que ver con el fascismo.
– ¿En qué sentido?
– Las actitudes contra la cultura son ahora muy agresivas. Aquí mismo, en Zalduondo, y en dos pueblos cercanos, mataron a los tres maestros en la Guerra Civil. Por aquí habían estado con las Misiones Pedagógicas María Zambrano y Rafael Yeste, con su cine, con su teatro, con sus lecturas. Odiar la cultura es muy peligroso. Lo estamos viendo en Estados Unidos. Hay gente que la desprecia porque son más importantes las matemáticas, de las que en general no tienen ni idea. Tengo un amigo en Oslo que trabajaba ocho horas haciendo estadísticas. Ahora es budista y me parece normal. No hay que correr tanto. No me gusta esa gente que sube al monte corriendo. Es más divertido pasear. Un día ves un pájaro y otro día otro, y luego una rama a la que le ha salido una flor. La variedad de la naturaleza es fascinante. Un día por la tarde se levantó una ventolera y se formó una nube de rastrojo, una nube que parecía dorada. Eso lo conservo como un tesoro.
– En uno de los textos defiende a Woody Allen y critica la cultura de la cancelación.
– Hay un clima que permite y facilita el linchamiento. Alguien te saca un ojo y no tiene que demostrar nada, sólo crear una lógica emocional contra ti, y entonces hay mucha gente que empieza a creer que es así. También hay que enseñar en las escuelas los tipos de retóricas que manejan, que sean conscientes de ellas para no acabar siendo sus víctimas.
Cuando se reunió en el café Iruña de Bilbao con la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz, en septiembre del año pasado, sintió que le estaba hablando «desde la convicción». «No estaba recitando. No estaba, digamos, metiendo un plato preparado en el microondas. Estaba mostrando su determinación y su fe en que se pueden hacer cosas, y eso es lo que agradecí».
Se hizo cargo de una de las 32 ponencias del proyecto Sumar, la de Cultura. «Escribí unos quince folios, después de hablar con gente sobre todo del teatro. En ellos digo lo que en mi opinión se podría hacer. Pero no soy un político ni he estado directamente implicado en política, aunque sí he dado mi apoyo a unas opciones haciendo uso de mi libertad como ciudadano».
Le consta que las 32 ponencias estaban ya muy avanzadas, listas para que fueran presentadas hasta finales de año, cuando se iban a celebrar las elecciones. Pero el adelanto electoral ha trastocado esa estrategia. «Yo creo que sobre todo puede condicionar en el sentido de que te obliguen a utilizar un tipo de lenguaje. Es decir, cuando tú estás ya abocado a unas elecciones, ya no puedes andarte con matices. Es como la diferencia que hay entre una conversación en una mesa y un mitin. En este último caso estás obligado a utilizar un tipo de lenguaje más de choque, también a la defensiva porque te van a atacar. Es cierto que nada de esto tiene que ver con el proceso de reflexión y de propuestas que se estaba realizando en Sumar. Pero así han venido las cosas».
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