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María Josefa Sansberro, conocida como Maddi, nació en 1895 en Oiartzun y murió el 13 de noviembre de 1944 en el campo de concentración de Sachsenhausen, al este de Alemania. La Gestapo acabó con ella por haber montado redes de evasión de ciudadanos europeos que ... huían de los nazis. Su centro de operaciones era el propio hotel que regentaba a los pies del monte Larrún, en el País Vasco francés, donde se hospedaban las tropas alemanas. ¿Y? ¿Qué más? Con esos datos reales se dispara la imaginación de cualquiera y eso mismo le sucedió a Edurne Portela cuando supo de la existencia de esta mujer. Con una diferencia: ella tiene vocación de investigadora y escritora.
Licenciada en Historia por la Universidad de Navarra y doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de North Carolina-Chapel Hill (Estados Unidos), es una autora que se documenta y empapa a fondo siempre que afronta un libro. Lo mismo da que sea un ensayo o ficción. Este miércoles ha presentado en Gogora, Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, la biografía novelada 'Maddi y las fronteras', acompañada por Aintzane Ezenarro, directora del centro. «Apoyándome en hechos probados, me he dejado llevar por la lógica literaria. Quería llegar a la voz interior de Maddi. Y eso solamente lo podía conseguir con la imaginación, así era libre para desarrollar mis intuiciones. En la redacción he empleado la primera persona, sin olvidar en ningún momento que la batalla por el relato debe hacerse desde la honestidad», recalcó la escritora, ante un auditorio muy atento.
El temple y vicisitudes de la protagonista actúan como un fogonazo en palabras de Aintzane Ezenarro: «Viene muy bien recordar que siempre han existido mujeres que se saltaban las normas, también en las clases trabajadoras». En las 247 páginas del libro se siguen las peripecias de una heroína vasca, católica muy devota y divorciada de su primer marido, que recibió a título póstumo el grado de subteniente del Ejército de la Francia Combatiente y una medalla del presidente Eisenhower. No era activista de ninguna causa. Se limitaba a pelear en el bando de los perseguidos. Nada más.
«Al empezar, no pude evitar establecer paralelismos con la situación de Euskadi. No porque fueran hechos comparables, sino por las actitudes morales. También aquí tuvimos personas extraordinarias, no muchas, que se arriesgaron por los inocentes», apuntó Portela, al recordar la impresión que le causaron los documentos facilitados por Joxemari Mitxelena e Izarraitz Villaluce, ambos vecinos de Oiartzun, que recopilaron durante años todo lo relacionado con Maddi. A ellos va dedicado el libro por varias razones.
Joxemari Mitxelena sufrió el acoso de ETA cuando era concejal de Eusko Alkartasuna «y su experiencia me conmueve, más todavía por su bondad y compromiso por la convivencia, algo que le acerca a Maddi». Poca gente lucha por lo justo cuando su vida corre peligro. En ese sentido hace tiempo que la historiografía moderna no se anda con paños calientes y cuenta verdades: en la II Guerra Mundial la mayoría de la población europea, en mayor o menor medida, fue cómplice activa o silenciosa de la barbarie. «Y en Euskadi tenemos que preguntarnos por la responsabilidad de quienes fuimos testigos. Más allá de víctimas y victimarios, también hay que poner el foco en la masa que lo veía todo desde la barrera».
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