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mercedes gallego
Domingo, 15 de marzo 2020, 03:50
Llega día en que los pueblos o las ciudades se hacen pequeños, aprisionan el alma, y el alma, que es libre, tan libre como la ... poesía, vuela lejos, muy lejos. Allí adonde la lleven los sueños, tatuada para siempre con los recuerdos de una vida que ni quiere ni puede dejar atrás.
La de Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) estaba enamorada de Nueva York desde que escuchaba a Iggy Pop y a la Velvet Underground en un bar de su pueblo cuando tenía trece o catorce años. Sus escritores favoritos vivían en esas calles de la contracultura neoyorquina donde bullía la creatividad y el conocimiento, desde Philip Roth hasta Paul Auster. La Gran Manzana era una parada inevitable en el mapamundi de su vida, que se convirtió en el disparadero de su carrera cuando dio a luz a su primera novela, 'New York-Bilbao-New York', Premio Nacional de Literatura en 2009 y revulsivo del género. Se subió a ella como su personaje al avión y voló muy lejos, allí donde las anchoas no eran más que recuerdos de su niñez.
«En ese momento Nueva York era una estación. Hoy es mucho más, pero no creo que sea un destino», reflexiona. Después de recorrerse media docena de universidades de Estados Unidos, la beca Cullman lo llevó hasta el Nueva York soñado, y sus novelas, hasta la poesía que había empezado a alumbrar en 2001 con 'Mientras tanto dame la mano', premio Nacional de la Crítica, traducido en cinco idiomas.
Desde entonces no había vuelto a publicar un libro de poesía. La expectación vibraba palpitante en los lectores que llevaban 17 años esperando esta nueva entrega de su poemario que resume todo lo escrito en esos 17 años «tan largos como 17 segundos», observa en el prólogo. Ese es el título del libro, publicado primero en euskera y traducido ahora al castellano en una colección de lujo, Palabra de Honor, pero también el tiempo que dedica de media un visitante cualquiera a detenerse ante un cuadro, le contó Joan E. Goodman, guía del Metropolitan Museum of Art.
«La poesía es algo lento», observa Uribe desde su ventana, contigua al mismo edificio del Upper West Side en el que vivía Philip Roth, en una de las ciudades más aceleradas del mundo. Cuesta entender esa contradicción del escritor solitario que opta por zambullirse entre la muchedumbre a un ritmo vertiginoso para encontrar las imágenes grabadas a cámara lenta en su memoria. A través de esos poemas breves, «la forma poética más próxima al silencio», Uribe lleva al lector de la mano hasta la luz tibia del útero de su madre, la maloliente celda manchada de moho en la cárcel de Basauri, donde cumplió condena por insumiso, o a las tumbas de Naha que visitó en Okinawa.
No es un relato lineal, son trallazos directos al corazón que escupe con naturalidad, como si no le costase abrirse el alma y devorar la memoria cargada de emociones. Es la vida de Kirmen Uribe la que pasa por delante de esas páginas como una colección de flashes, tan personales y a la vez tan universales que se quedan grabados en la memoria del lector como las emociones propias que nunca supo expresar. No hace falta haber jugado debajo de la mesa de la cocina para ansiar ese momento de paz que traía una mano de mujer cuando le deslizaba un filete de anchoa. «Olor a pescado, sudor y salmuera», recita el poema. «Mi abuela trabajaba en la fábrica de conservas/ También mi madre, y mis tías/ Eran trabajadoras, no amas de casa/ O quizá, también lo eran».
Relatos de otra era más lenta que han encontrado en la poesía la mejor forma de trascender en estos tiempos vertiginosos de 17 segundos o 280 caracteres. «La poesía vive en internet», asegura. «Tiene muchísimo futuro, porque puedes leer un poema en uno o dos minutos, no necesitas más, mientras que una novela te exige tiempo, horas y horas de lectura».
Para el escritor es la misma dinámica. La poesía «surge desde la intuición, mientras que la novela es algo muy consciente», explica. «Tienes que ponerte a ello todos los días, pum, pum, pum». Y así, pum, pum, pum, todas las mañanas se levanta al amanecer, lleva sus hijos a la escuela, se compra un café antes de entrar al metro y se va a la Biblioteca de la Universidad de Columbia a darle a la tecla, a la luz de los ventanales que rompen los días grises de invierno para encontrar la palabra perfecta con la que ir construyendo su próxima novela.
arquitectura de la ficción
Nueva york
«La poesía no tiene lógica, capta un momento que has vivido, has imaginado o sentido. El de amar a alguien, el de perderlo, el de sentirte solo. Pero la ficción es contar una historia, desarrollarla, diseñar esas estructuras complejísimas, como un arquitecto que construye un edificio, mientras que la poesía sería el apartamento propio».
No es picar piedra, porque le fascina crear esas estructuras novelescas, al igual que dar clase de literatura a sus alumnos, pero es la poesía la que le despierta la pasión y la urgencia de sacar la pluma. «Vivimos mediante la memoria, nos damos cuenta de las cosas que vivimos siempre a posteriori. Lo vivido, en gran medida, es lo recordado». Con ella abre las cajas del recuerdo, que son como momentos de su vida que va iluminando con cada poema, mientras que con Columbia, la universidad en la que trabaja, se proyecta en el tiempo para darse cuenta «de lo que va a pasar dentro de cinco o diez años», cuenta entusiasmado. «Siempre quise saber. Desde pequeñito me ha gustado aprender cosas y para eso esta ciudad es perfecta. Puedes crecer como persona, tienes acceso a muchísima información. La sabiduría está aquí. Es increíble estar en contacto con esta gente. No es que sean realmente los que mueven el mundo, pero sí los que se dan cuenta de lo que está pasando en el mundo con antelación».
En ese sentido Nueva York no le ha decepcionado. Sigue siendo la ciudad de los intelectuales con la que soñó antes de subirse por primera vez al avión que le llevó a recitar poesía entre los rascacielos, pero ya no es el nido de artistas donde bulle la creatividad. «Se ha vuelto una ciudad demasiado bien puesta. Han venido todos los ricos del mundo a comprarse un apartamentito cerca de Central Park y eso ha cambiado el tejido de la ciudad. Los alquileres son muy caros, los artistas, escritores y músicos se están marchando y eso es muy triste. Alguien que no siente la necesidad de pelear por la vida, que no se haga esa pregunta de ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién soy? ¿Qué relación tengo con esta sociedad?, no puede ser un buen creador».
Él sentía la necesidad de reinventarse, de poner «cierta distancia con respecto al País Vasco» para coger perspectiva y crecer. Después de repasar muchos estados de la Unión la encontró en esta ciudad «en la que puedes ser tú mismo, incluso si eres un friki, porque todo el mundo es diferente. Eso es lo que me gusta».
El precio ha resultado ser más alto de lo que imaginó. «He aprendido que es una ciudad muy difícil. Nueva York atrae mucho, pero también exige mucho». Uribe no es un inmigrante en el Nueva York de Lou Reed, sino en el de Donald Trump. En un Estados Unidos donde «sólo quieren que se queden los ricos, no los pobres, ni los críticos», lamenta. «La verdad es que Trump es un personaje tan antagónico a mi personalidad… Es muy arrogante, muy poco generoso con los que menos tienen. A mí en casa me enseñaron que hay que ser mejor persona, plantearte si estás haciendo bien las cosas, si eres justo, ser generoso con la gente que sufre».
Vuelven a abrirse las cajas de la memoria. La ropa tendida al sol. Las mujeres que vuelven de la fábrica. El bar de Ondarroa. «Lo más duro de estar aquí es que estás a un océano de distancia de la gente que quieres, es lo que más echo de menos de Euskadi, la gente. Cuando alguien se muere lo pasas fatal».
Y es que, «En la vida son pocas las cosas que importan/ como los buenos amigos, no más de cinco o seis/ el amor, los hijos, la amistad/ el país, la cultura, la muerte. Por eso debemos/ desearlo todo, para conseguir casi todo». Y en eso está.
- ¿Qué le evoca…? Una anchoa.
- Mi niñez
- Leonard Cohen.
- Un poeta y una persona que amaba y respetaba a la gente que amaba.
- Unas vías de tren.-Bilbao. El Bilbao de los 80.
- Un taxi amarillo.- Volver de JFK y ver todo el skyline de noche, y el subidón que te da.
- Una mujer fumando.
- Mi tía.
Una pila de libros de segunda mano. - Mucho trabajo. ¡Dan ganas de leerlos todos!
- Un cartón tirado en la acera. -La cama de un homeless.
- Un piano.- Mi hija tocando.
- Una noche estrellada- ¡Bua! Verano, País Vasco.
- La sirena de la ambulancia.- Miedo.
- Un pájaro.- Libertad.
- ¿Y con cuál de todas esas - imágenes se identifica más?
- Con el pájaro, que es libre.
'17 segundo'. En euskera, publicado en la editorial Susa. En castellano, '17 segundos', en Palabra de Honor.
Poemarios anteriores. 'Bitarte heldu eskutik' (2001), traducido como 'Mientras tanto dame la mano' (2004).
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