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Es un artista. Pero también un explorador nato, que pasa horas y horas entre las cuatro paredes de su estudio de Busturia. «Yo siempre estoy viajando. Conozco muy bien mis raíces y al mismo tiempo no paro quieto. Físicamente o con la imaginación, me muevo de aquí para allá», proclama el pintor Jesús Mari Lazkano (Bergara, 1960), con una pelota vasca en la mano. Nunca falta una allí donde trabaja. Para desentumecer los músculos, después de un rato largo inclinado ante un lienzo, «no hay nada mejor que coger una y tirarla contra la pared, una y otra vez». Aunque su oficio es básicamente intelectual, siempre se ha considerado «un hombre de acción».
De un tiempo a esta parte, tiene los ojos puestos en los glaciares, ya sean los que hay en el Ártico noruego o los que asoman en los Alpes franceses. Todos ellos son paisajes «extremos y excitantes», en los que la naturaleza enmudece, susurra o aúlla en toda su desnudez. «No puedes verlos con ingenuidad y un halo romántico. Se han convertido en una realidad contaminada, invadida, transformada...». Lazkano no es geólogo ni meteorólogo, pero sí un ciudadano informado que no pinta al margen de la realidad.
Las vivencias laten en los doce cuadros del Ártico «muy poco conocidos» que expondrá en diciembre en la galería Altxerri de San Sebastián. Y la experiencia directa –«lo primero que voy a hacer este mes es marchar a los Alpes franceses»– también se hará notar en la película de animación que está preparando sobre la Mer de Glace, el famoso glaciar del Mont Blanc.
De esta etapa bullente de creatividad hay bocetos, viñetas, fotos, mapas... que se alinean sumamente ordenados en las paredes y mesas de su estudio. Es un artista metódico que sigue la estrategia de los expedicionarios. «Paso a paso, sondeando el terreno». Para empezar, hace cinco años no dudó en enrolarse en un viaje artístico-científico organizado por la fundación The Artic Circle de Nueva York, que le llevó hasta el archipiélago noruego Svalbard en un barco de tres palos.
Aquella fue su primera singladura rumbo al ártico nórdico, a unos 1.000 kilómetros del Polo Norte. «Todo está variando a gran velocidad. Es algo que no percibes como visitante ocasional, pero lo ves cuando te enseñan las imágenes de las últimas décadas».
Algunos glaciares retroceden más de 20 metros cada día y los desprendimientos en las costas son frecuentes. El panorama muta y desaparece sin que haya vuelta atrás, un fenómeno que sacude a Lazkano y le deja una sensación de orfandad y vacío. «Se nos escapa la naturaleza. Por mucho que la quieras agarrar, se te escurre». Pese a todo, le sacó mucho provecho a la travesía de casi un mes por las islas Svalbard.
Al viajar en junio, las temperaturas rondaban los cero grados y el trabajo de campo era «llevadero». Algunas jornadas podía prescindir de los guantes a la hora de plasmar en un cuaderno todo lo que veía. A veces se acomodaba en la malla de seguridad del bauprés, en la proa, y otras bajaba a tierra y dejaba las acuarelas sobre la nieve.
«Lo hacía rápido pero, aun así, la realidad te rompía los esquemas. O se caía un fragmento de un glaciar o se derretía parte de un iceberg o... ¡quién sabe qué! La naturaleza no espera», recalca Lazkano, mientras hojea en el altillo de su estudio, inclinado sobre una recia mesa de madera, las páginas del cuaderno de bitácora que se trajo de allí, salpicado de gotas de lluvia.
Las estampas que bosquejó le han servido para recrear más tarde su experiencia en los cuadros que exhibirá en San Sebastián. «Hace poco los presenté en un congreso mundial de glaciólogos ('Ice in a Sustainable Society') que se celebraba en Bilbao. Se colgaron en una sala de Bizkaia Aretoa y en aquella ocasión los vieron principalmente los especialistas. Ahora quiero mostrarlos al gran público». Son imágenes en las que se intuye el rumor de las entrañas de los glaciares, como el aliento de animales gigantes que se deslizan por las aguas. El hielo que se funde en el interior se termina convirtiendo en un sistema de drenaje, como un queso gruyère.
Lazkano deja al margen todo el bullicio animal del que fue testigo –«en junio hay mucha vida en el Ártico noruego»– para centrarse en el paisaje. «Quiero que mis lienzos provoquen y atraigan. Son una invitación a hacerse preguntas y forzar la vista para descubrir algo más allá». Amante del mar y la montaña, siempre tiene a mano los mapas de los enclaves que visita. Nunca olvida las coordenadas, de ahí que en el documental 'Artiko', que ha dirigido junto a Josu Venero, aparezcan con toda claridad las referencias de Svalbard, Noruega, 78º N y 16º E.
Los textos del filme son del bertsolari Xabier Paya y la banda sonora lleva el sello de Misha Mishenko. Se trata de un cortometraje de 17 minutos que refleja en gran medida un viaje interior. «Aunque no hace falta irse tan lejos para sentir esa necesidad de introspección... ¡Las ganas de aprender son ganas de vivir!, lo mismo aquí que en el Polo Norte», reflexiona mientras dirige la mirada hacia el amplio ventanal que mira hacia el oeste, en dirección a Mungia.
El tiempo y el espacio son dimensiones que Lazkano nunca pierde de vista. Le motivan y estimulan, entre otras cosas porque no le falta sentido del ritmo y bien que lo demuestra cuando baila salsa. «Me gusta, claro que me gusta», confiesa con cara de felicidad. Todo lo que sea movimiento –escalada, maratones, natación, esquí, navegación a vela...– le inspira y le revoluciona. Necesita sentir que puede ir más allá. No en vano tiene dos relojes encima de la puerta principal del estudio. Uno marca la hora local y el otro la de Nueva York. «Algo tan sencillo te permite ser consciente del tiempo y el espacio. También ayuda a relativizar; hay muchas cosas que pueden estar sucediendo ahora en otro lugar».
En Busturia es mediodía, se oye el ladrido de un perro y sopla una ligera brisa; en Manhattan el despertador marca las seis y media y los adictos al deporte ya están sudando la camiseta en el gimnasio. El mundo es largo y ancho, «y nunca hay que perder la capacidad de sorpresa». Con ese talante se acaba de embarcar en otra aventura, espoleado por la experiencia de 'Artiko'. «Con vistas a terminarlo en dos años, quiero hacer un corto de dibujos animados, que todavía no tiene título pero su lema está claro: 'Natura fugit' (la naturaleza huye)».
En una pared tiene el borrador del 'storyboard' y en un cuaderno ha pulido las viñetas de 'Natura fugit'. «Es un proyecto en colaboración con el Museo Universidad de Navarra. Toda la película, que durará 15 minutos, girará en torno a la transformación de la Mer de Glace (Mar de Hielo)», el glaciar de las laderas norte del Mont Blanc.
Antaño la mole de hielo y nieve se distinguía desde la localidad de Chamonix, pero actualmente apenas se vislumbra. Pintores como William Turner y Caspar David Friedrich inmortalizaron la estampa de la Mer de Glace en el siglo XIX pero si la vieran ahora se quedarían con la boca abierta de espanto. Desde 1850 ha retrocedido más de dos kilómetros. «Tengo que apreciarlo por mí mismo. Este mes nos vamos a trabajar allí», adelanta Lazkano, en vísperas de marchar a los Alpes. Calcula que le harán falta 60 dibujos-base para el filme «y muchas imágenes con pequeños cambios para dar la sensación de movimiento, hay que hacerse a la idea de que tienen que salir 10 por segundo».
La evolución recreada de la Mer de Glace se adentrará incluso en un hipotético futuro. El propio Jesús Mari Lazkano aparecerá como personaje, volcado en la investigación, entre fotos, libros y cuadros históricos del glaciar. En las últimas viñetas del 'storyboard' que ha pergeñado el artista de Bergara se aprecia una vorágine de tormenta, niebla, negrura...
- ¿Cómo terminará este corto de dibujos animados?
- Tengo un final pero ya veremos. Dejemos el horizonte abierto.
En noviembre saldrá a la venta su último libro: '¡Maldita pintura! 1001 ideas para amarla y entenderla' (Abada Editores). Es un manual de unas 600 páginas que arranca con un aviso para navegantes: «El viaje tiene que ser loco, pero el viajero cuerdo». Son palabras de Oteiza que Jesús Mari Lazkano suscribe al cien por cien. Siempre de aquí para allá, este trabajo se le ocurrió en Nueva York con un ejemplar bajo el brazo de '1001 ideas para conocer la ciudad', de Caitlin Leffel y Jacob Lehman.
«Recuerdo que estaba haciendo cola para acceder a la caja fuerte de la Reserva Federal. Era una de las recomendaciones de la guía, que lo mismo te sugería ir al MoMA que a una tienda de botones. Una gozada, utilísimo para todo tipo de personas. ¿Por qué no hacer algo parecido con la pintura? Me lo tomé como un reto y aquí está el borrador», señala el pintor de Bergara, apoyando la mano sobre una torre de siete cuadernos que tiene en la mesa de su estudio. Todas las páginas están escritas de arriba a abajo, en letra diminuta y legible.
El libro es un compendio de reflexiones, «en parrafitos de 170 palabras». Los textos se ilustran con imágenes oportunas, en una sucesión que imprime ritmo y vistosidad. Con un lenguaje sencillo y directo desmenuza las claves de su oficio. «Cuando yo no esté, quedará este manual sobre mi manera de ver el arte. Me gusta que la gente nos entienda. Nunca he tenido la menor duda de que mirar un cuadro es más difícil que pintarlo. Al que mira siempre se le pide empatía».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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