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Más allá del personaje pintoresco y divertido, que lo era y mucho, está el artista pionero del cómic en el País Vasco y de la videocreación en España, la mente inquieta y febril cuyo diario pasa de las cinco mil hojas, muchas de ellas separadas ... e inconexas, las carpetas con cientos de figuras recortadas para sus collages, las cajas revestidas de impactantes ilustraciones sin nada dentro.
Como figura destacada de la historia reciente de Euskadi, Juan Carlos Eguillor (San Sebastián, 1947- Bilbao, 2011) fue el máximo exponente de un país desenfadado y libre en lo individual que empezó a perfilarse en la Transición y que no pudo ser. Y otra vez, más allá de lo sociológico y lo político, sobresalió como creador total, el que trabajaba a la vez en una tira de Miss Martiartu, en un proyecto de realidad virtual cuando nadie sabía lo que era y en un cuento para niños. El caos era su destino, también su fuerza y su salvación creativa. Alguna vez quiso ordenar lo que hizo, pero su legado muestra que finalmente no quiso o no pudo.
Ese intento de orden es el que se ha propuesto el dibujante José Carlos Torre, que ayer presentó la primera tesis doctoral sobre Eguillor en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco (EHU-UPV) ante un tribunal presidido por el catedrático Jon Barredo. Entre los asistentes, profesores como Jon Kortazar, escritores como Seve Calleja, el alma del colectivo ‘El Perro Chico, Eguillor eta Abar’, Marino Montero, y una persona muy especial en esta historia, el donostiarra y autoridad indiscutible del cómic Luis Gasca. Fue él quien ofreció los primeros materiales al doctorado y le señaló lo mucho que le quedaba por investigar. Y fue él también quien presentó en un artículo en EL CORREO a Juan Carlos Eguillor, el 7 de abril de 1968, y a la serie que publicaría los domingos aquel joven de veinte años, estudiante de Periodismo. Su protagonista era May -luego Mari- Aguirre, «una habitante de cualquier galaxia, que por orden de sus superiores debe ir a Bilbania».
El lugar imaginario era el sueño de Eguillor -en 1968- de un Bilbao pop, entre loco y pijo, faceta última que el autor se encargaba de destrozar. «¡Horror! Ahora me doy cuenta de que he metido el pollo en la cuna y el niño en la nevera!», decía un personaje femenino con flores en el pelo. «Sí, yo me he encargado a Balmain diez trajes hippies, carísimos, claro», dejaba caer otro con displicencia.
Con el apoyo de la hermana de Eguillor, Carmen, y de su sobrino, el cineasta Borja Cobeaga, el investigador ha accedido a una vertiginosa cantidad de documentos y ha digitalizado 1.678. Coordinador de la revista de cómic ‘RumblE!!’, Torre cree que es un buen momento para resaltar de nuevo la figura del artista y quizá hacer una exposición que muestre las diversas caras de su labor. También aludió al «limbo legal» en el que se encuentra su legado, depositado en el centro Koldo Mitxelena de San Sebastián. Carmen Eguillor y Cobeaga -creador de ‘Vaya Semanita’, «un tipo de humor que su tío ya hacía en los setenta», dijo Torre- quieren que al menos una parte esté en Bilbao.
La Ría y sus chimeneas fueron su ‘mater metalúrgica’, como él la llamaba. Su educación sentimental ocurrió en el Bilbao de Karraka y de Pott, con el espíritu del cabaret y las conversaciones con sus buenos amigos Bernardo Atxaga y Jon Juaristi, que todavía hoy le citan y recuerdan un día sí y otro también.
Como a muchos de su generación, no le gustaba el Bilbao limpio de a partir de los noventa, en el que todo el mundo le contaba lo bien que se vivía. A él le parecía un aburrimiento. Había decidido quedarse mentalmente entre el humo de Altos Hornos, a los que inmortalizó en sus dibujos situados en el Margen Izquierdo, y no Margen Izquierda, precisaba con aplomo, aunque por esa solemnidad expresada en su cara a su interlocutor le diera la risa.
Síntoma de un bilbainismo cosmopolita sin restricciones -«el mundo entero es un Bilbao más grande» de Unamuno-, echaba la culpa de su sobrepeso a las pastas de su adorado salón de té New York de la calle Buenos Aires, incluso cuando vivía en Madrid y no pasaba por ese local durante meses.
Torre ha intentado ordenar sus trabajos siguiendo el espíritu de sus desordenados diarios, imaginándose cuáles habrían sido sus criterios. Enumeró también algunos de sus logros, como la revista de humor ‘Euskadi Sioux’ que montó a finales de los setenta con el artista Vicente Ameztoy de la que salieron siete números, «como las siete provincias baskas», solía apostillar.
Amable en extremo, inteligente como pocos, con unos ojos azules entre móviles y penetrantes, Eguillor fue un creador total y su obra ya cuenta con una primera tesis doctoral. No será la última. Queda mucha tela que cortar.
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