Un fotograma de 'La diligencia', protagonizada por John Wayne, que aparece a la derecha de la imagen.

John Ford, explorador del alma y de sus destinos

Un libro celebra los 80 años de 'La diligencia', una película con un perfecto equilibrio entre la aventura y el retrato de unos personajes de rumbo incierto

Domingo, 9 de agosto 2020, 00:37

El maestro John Ford.

A los 80 años del estreno de 'La diligencia', resulta obligado reivindicar ahora esta obra maestra, así como a su director John Ford, uno de los mayores creadores de la historia del cine, cuya filmografía alcanza los 150 títulos. Les rinde tributo un oportuno libro ... publicado por Notorious, firmado por Marco Da Costa, Vicente Díaz, Miguel A. Fidalgo, Adrián Sánchez y Gerardo Sánchez. Se trata de un western clásico con perfecto equilibrio entre el movimiento y el análisis, entre la espectacular descripción de las aventuras de una diligencia expuesta a los peligros del desierto y la pintura minuciosa de unos personajes marcados por el destino.

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Hay pocas películas de John Ford de las que uno se vaya para siempre, desde que debutó con su primer western, 'El tornado' (1917), hasta su canto de cisne cinematográfico con '7 mujeres' (1966). Pero el éxito de 'La diligencia' constituyó un momento culminante en la filmografía del maestro. Bueno sería homenajear asimismo películas como 'Las uvas de la ira' (1940), un film memorable rubricado por esta conmovedora reflexión de Jane Darwell: «Una mujer puede cambiar mejor que un hombre. Un hombre vive como a sacudidas. Nace un niño o muere alguien y es una sacudida. Para una mujer es una corriente, como la de un río. Hay peligrosos meandros y traicioneros remolinos, pero el río no cesa de fluir. Eso es lo que nos hace fuertes. No pueden derrotarnos. Duraremos siempre porque somos el pueblo».

Uno no puede reprimir un gesto de complicidad al identificarse con algunas secuencias de las mejores películas irlandesas que jalonaron la obra de Ford, como 'El delator' (1935), 'Qué verde era mi valle' (1941) o esa maravillosa oda a la grandeza de las gentes sencillas que es 'El hombre tranquilo' (1952). Se podría calificar de 'eastern' 'Misión de audaces' (1959), que se trata un episodio de la Guerra de Secesión americana como base de una majestuosa epopeya.

Por su parte, 'Centauros del desierto' (1956) se desarrolla una vez finalizada la Guerra Civil, cuando un solitario jinete, Nathan Edwards, regresa a su hogar, enmarcado en el mítico Monument Valley, utilizado por el realizador como un lugar sagrado. Pocas veces se ha visto un rostro como el de John Wayne, tan enajenado de sí mismo, con sus pupilas de poseso, inmóviles bajo los párpados abiertos, que asemejan inanimadas bolas de vidrio. Nathan Edwards se convierte en un héroe trágico, impulsado por el viento que, según la creencia de los indios navajos, es como un caballo fantasma que vive entre las nubes.

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Henry Fonda en 'Las uvas de la ira'.

Hechos y leyendas

Galardonado con seis Oscar, incluidos los concedidos a sus dos cortometrajes sobre la Segunda Guerra Mundial, no hace falta mucha imaginación para bucear en otro título excelso del formidable cineasta: 'El hombre que mató a Liberty Valance' (1962). Se trata de un western crepuscular, una definitiva declaración de principios con respecto a la obra fordiana, expresada así por un lúcido periodista: «Estamos en el Oeste, señor, y cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda». Son películas, en suma, que testimonian la convicción de que tras el velo de las apariencias, más allá del tiempo y el espacio, hay que ser inmutable y eterno. Son, en su mayoría, obras maestras, que nos ayudan a entendernos mejor como seres humanos.

Siempre es de recibo recuperar trabajos cinematográficos de este cineasta infinito, convertidos en sustancia de vida imperecedera. Hoy en día el mundo sigue su marcha, con las nuevas generaciones ajenas a John Ford, convertido en un director casi anónimo, a quien le espera un olvido todavía más perenne, el de la historia del cine que sigue su curso a espaldas de un demiurgo irrepetible.

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Por la sencilla razón de que su cine nos sumerge en universos donde la apariencia y la realidad, la fantasía y la lógica, la conciencia y la inconsciencia conviven con la misma naturalidad con la que coexisten a un mismo tiempo y con un mismo objeto el amor y el odio, la esperanza y la desesperación, la alegría y la tristeza, en el cambiante paisaje de la naturaleza humana.

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