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Jesús Zulet (Pamplona, 1956) lleva 31 años resumiendo la actualidad en una viñeta de EL CORREO. El humor es para este dibujante «una de las condiciones más humanas y necesarias». Sin embargo, el pasado 1 de marzo Zulet colgó el lápiz con un último dibujo ... en el que homenajeaba a José Manuel Cortizas, periodista de este diario fallecido el día anterior, y a todas las víctimas del covid. El cansancio de devorar la información durante tantos años para obtener la espuma de los días y el grado de crispación al que ha llegado la política española le llevaron a tomar la decisión.
Zulet ahora se dedicará a colaborar con la Universidad de Alcalá y su Instituto Quevedo del Humor (hasta ha dejado su estudio en Rascafría para irse a vivir a la histórica ciudad madrileña) y a estudiar una portada románica de su pueblo navarro, Olcoz. En su vida, se resta importancia, ha sido «como Forrest Gump»: siempre ha estado sin pretenderlo en el sitio justo. La pasión por comunicar la heredó de su madre, una maestra que no hablaba euskera y se hacía entender a sus alumnos con dibujos. El 23-F le pilló haciendo la mili en la División Acorazada Brunete. 'El Jueves', una acusación de injurias al Rey en la Audiencia Nacional, muñecos televisivos, anuncios publicitarios como el del Renault 4 y el Correcaminos… Jesús Zulet confiesa que habrá cometido errores en su carrera, pero al menos ha sido coherente: «Los humoristas no dejamos de ser moralistas disfrazados bajo la careta del sabio», define.
-¿Cómo es que se jubila, con ese aspecto lozano que gasta?
-Buf, creo que tenemos derecho a vivir. Todo el año con la noticia del día resultaba muy duro, sobre todo este último año terrible, como decía Víctor Hugo. Yo he sido radical defensor de que el humor es una de las condiciones más humanas y necesarias, precisamente en momentos como este. Pero con este grado de crispación llegó un punto en el que me resultaba muy difícil.
-Llevaba 31 años en EL CORREO.
-Desde octubre de 1990. Comencé con un dibujo de Carlos Sainz como campeón del mundo y he acabado con otro de su hijo, me parece un buen ejemplo de la necesidad de relevo generacional. Hoy la gran estrella es el hijo. Entré en el periódico en plena campaña electoral, me acuerdo de las páginas con publicidad de Ramón Jauregui.
-En su última viñeta ha homenajeado al periodista de EL CORREO José Manuel Cortizas y a las víctimas del covid.
-Ha sido tremendo, la noche anterior a mi última viñeta escucho que Corti ha muerto. Muy duro. Soy de Pamplona, defensor de Osasuna, pero por lo que significa, no por el fútbol. Este año tiene que ser el año de la salud, de la defensa de la sanidad pública.
-Es de Pamplona pero de pueblo.
-Bueno, mi madre fue a parirme a la maternidad de Pamplona, pero somos de Olcoz, a veinte kilómetros de capital. Mi pueblo es mi pasión, tenemos una portada románica que da mucho que hablar.
-Iba para arquitecto pero la cosa se torció.
-Descubrí que la arquitectura es una caricatura que dura demasiado tiempo. La profesión de arquitecto determina demasiado nuestras vidas, marca tu espacio, tu forma de moverte.
-Eso no tiene por qué ser malo.
-Es fantástico si se hace bien, sobre todo ahora, con el cambio ecológico. Pero entonces no me acababa de gustar. Llegué hasta tercero. Eran años convulsos y estaba metido en muchas cosas. Tuve una discusión seria con mis padres, una familia muy humilde. Mi madre había sido maestra y me marcó mucho. Vivió la experiencia de que la mandaran a un pequeño pueblo donde solo hablaban euskera, y mi madre no tenía ni idea. Para dar clase tenía que recurrir básicamente a los dibujos y a la expresión corporal. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que eso me ha marcado mucho. Porque la clave del dibujo es la comunicación, tienes que ser capaz de comunicar cosas.
-¿Y su padre qué hacía?
-Eran cinco hermanos. Estalla la Guerra Civil y en Navarra, si iban tres hermanos al frente, uno podía librarse. Mi abuelo decide que se libre el mayor, el más apto para seguir ocupándose de las tareas agrícolas. Mi padre era el más pequeño. Y a su vuelta siguió ocupándose del campo. Eso significa una guerra civil, un drama tremendo.
-Volvamos a la arquitectura.
-Antes pasé por un seminario. El 68 lo vivo en Pamplona, donde me enseñan por primera vez la Carta de Derechos Humanos artículo por artículo. Nunca fui el gracioso de la cuadrilla, siempre he sido muy serio. Como dice Mingote, el humor no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido.
-¿Cuál es su primer trabajo como caricaturista?
-Yo me siento como Forrest Gump, me han tocado en la vida mil circunstancias que no estaban previstas. Salto de tercero de arquitectura a aparejador. La fastidié porque el que tiene cierto grado creativo es el arquitecto, y en la obra manda el jefe de obra, el aparejador es un recadista. Así que empecé a hacer pancartas de cuadrillas en las fiestas de San Fermín. La primera fue la del pueblo de Olazagutia. Nos pagó la discoteca del pueblo, el Clinker Club. Dibujé a Kung Fu, que entonces estaba de moda. Debía tener 18 años.
-Después publica en 'El Jueves', 'Diario 16', 'El Cocodrilo'…
-En esta vida la suerte cuenta mucho. Una pancarta de los sanfermines dio mucho que hablar, con el toro negándose a correr y el propio santo cuestionándose las fiestas. Fue un escándalo. Me dedicaron un sermón. Mientras estudio aparejador en Barcelona se me ocurre hacer una baraja de cartas que le encantó a 'El Jueves' y se vendió muchísimo. Hice la mili y me toca el 23-F en la División Acorazada. Como había hecho la baraja de 'El Jueves', para los militares era muy peligroso. Mientras todos estaban cargando los subfusiles el día del golpe, yo estaba pintando números de camas. Al salir de la mili mis amigos me dijeron que me dedicara a esto.
-Una portada de 'El Cocodrilo' le llevó ante el juez por injurias al Rey.
-Fue un marrón que me comí yo. Era una viñeta crítica con el PSOE, sobre los cambios de pareja de varios miembros del Gobierno: Alfonso Guerra, Miguel Boyer y Felipe González. Pero había salido el rumor de que el Rey tenía cáncer de testículos y en 'El Cocodrilo' titularon 'Los testículos de Don Juan Carlos I en buen estado'. Salí absuelto pero el juicio tardó dos años en celebrarse. Durante ese tiempo me tenía que presentar cada 15 días, aunque no fui. Me retiraron el pasaporte y no podía salir de España. El juicio en la Audiencia Nacional duró dos días y una de las pruebas fue un vídeo que pedí a los 'Spitting Image' ingleses. Así demostraba que lo mío era mucho más blando que los muñecos que ganaban todos los premios.
-¿Ha tenido temas tabú en su humor?
-No. Cuando me ficha EL CORREO dejé claro que lo mío era el dibujo editorial, el periódico no me podía obligar a dibujar algo en contra de lo que yo pienso. Recuerdo que una vez me llamó el director a las doce de la noche. Le habían avisado de la embajada americana que en un cuarto de hora estallaba la guerra de Irak. Y tenía que cambiar el dibujo. Me quedé a cuadros: ¡un don nadie, un simple caricaturista se enteraba de esa noticia! He hecho viñetas duras contra ETA en tiempos muy duros. Yo no tenía la misma percepción que en el País Vasco porque no estaba allí. A veces no me he dado cuenta de lo caldeados que estaban los ánimos y no convenía encenderlos más. Lo mismo pasa con el terrorismo islamista desde lo de 'Charlie Hebdo'. Los dibujantes estamos obligados a tener un grado de responsabilidad importante.
-¿Ha dibujado en caliente algo de lo que al día siguiente se ha arrepentido?
-Alguna vez. Las circunstancias van cambiando. A raíz de eso llegó un momento en que decidí, si era posible, utilizar dibujos sin palabras, porque la polisemia que se brinda, las múltiples lecturas, es más abierta. Eludí hacer chistes de palabras para tener más margen. Ante un hecho concreto inevitablemente tienes que tomar una posición, pero que la misma realidad tenga diversas lecturas me resulta muy rico.
-¿Era más fácil hacer humor en la Transición que en estos tiempos de corrección política?
-Sí. Fíjate lo que ha pasado con el dibujante portugués António Moreira Antunes, que es amigo, y su viñeta de Trump llevando de la correa a Netanyahu convertido en un perro. El 'New York Times' se disculpó al considerar que era una ilustración antisemita y desde entonces no publica ninguna viñeta política en su edición internacional. Hay un antes y un después de 'Charlie Hebdo' en nuestra profesión, aquello fue muy duro. Eso no quiere decir que yo sea a veces crítico con la posición de los dibujantes, porque hay que conocer la realidad. Si haces un dibujo con toda tu buena intención pero consigues que se quemen embajadas y pones en riesgo a personas… Hay una definición de humorista que me encanta: no dejamos de ser meros moralistas que nos disfrazamos bajo la careta del sabio. No somos más listos que la gente normal de la calle. Y la ética tiene que ser una parte fundamental de nuestro pincel. ¿Somos unos predicadores? Puede.
-¿Ha visto mucho descerebrado en su profesión?
-No. Al revés. He visto gente de espíritu generoso y abierto, empática. Somos una profesión en la que el respeto y la admiración que nos tenemos entre nosotros es ejemplar. No conozco disputas entre nosotros. En España hay dos universidades que han apoyado el humor: Alicante, que lleva 20 años tratando el humor social, y Alcalá, donde el rector se dio cuenta de que el humor le sirve a la imagen de la universidad y hace de enlace con el mundo iberoamericano. Aquí hemos hecho proyectos gracias a Forges que acabaron presentándose en las Naciones Unidas. Mira, acaba de salir un curso sobre humor para profesores y se ha llenado.
-Vivimos tiempos de polarización brutal en la política española. ¿Le preocupaba contribuir a esa crispación con sus viñetas?
-Sí, pero hay que tomar posición. Y mira qué personajes hay en el mundo: Trump, Putin… La realidad supera la ficción siempre. Por eso cuelgo el lápiz, porque si tengo que hablar de los recortes en sanidad, por ejemplo, no podría evitar contribuir a la crispación.
influencias
dibujantes
-Ha creado muñecos, ha trabajado en publicidad… Pero usted se define ante todo como caricaturista.
-Sí. La identidad no está basada en lo que es igual, sino en lo que te diferencia de otro. Es una construcción social, el gran debate es quién soy, quiénes somos. Nos vemos en el espejo de los otros como seres sociales que somos. Digamos que lo que me enamora de Cervantes no es el Quijote, sino el licenciado Vidriera, un personaje que a fuerza de ser transparente nadie lo ve.
-¿Qué espinita le queda clavada en su profesión?
-Me siento satisfecho. Habré cometido fallos, pero he sido coherente. No tengo orgullo, me considero uno más, un tipo normal. Y en la medida en que pueda seguiré ayudando a mi profesión. Colaboro con la universidad, estoy implicado en el románico en mi tierra… Como caricaturista he llegado a definirme como escéptico.
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