Una isla antártica para un físico español
Javier Cacho ·
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Javier Cacho ·
Bautizan un islote del continente helado en honor del explorador polar y escritor, por iniciativa de Bulgaria«Nos la vamos a jugar», le advirtió el piloto de la zódiac antes de hacerse al mar. Había una emergencia en la Base Antártica Española Juan Carlos I. Necesitaban al médico de la base búlgara, la más cercana. «Hacía mucho viento y corrimos un riesgo alto, pero había que hacerlo», recuerda Javier Cacho (Madrid, 1952), entonces jefe de la estación científica de la isla Livingston. Lo mismo pensaba el médico búlgaro cuando fueron a recogerle. «Nos vamos a jugar el tipo», le avisó el físico español. «Es mi profesión. Hay que curar a alguien», recibió como respuesta. Todo salió bien.
Cacho es un enamorado del continente helado, que ha visitado siete veces. «La Antártida es un lugar único en el planeta. Es el único lugar sin fronteras y desmilitarizado, donde todos los países colaboran unos con otros y hay un apoyo mutuo entre todos los investigadores, sean de donde sean. En la Antártida estamos desarrollando el experimento social de llevarnos bien independientemente de nuestro país», destaca. Su apoyo al programa antártico búlgaro se plasmó recientemente en la petición de ese país de que se bautizara como Cacho una isla próxima a Livingston, propuesta que acaba de aprobar el Comité Científico de Investigación Antártica.
Situada en el archipiélago de las Shetland del Sur, isla Cacho mide 750 metros de longitud y 350 de anchura, y está muy cerca de las bases española y búlgara. «Estoy muy emocionado. Ha sido una gran sorpresa. Como científico siempre sueñas alguna vez con recibir el Nobel, pero nunca, nunca, había soñado con que pusieran mi apellido a una isla antártica», admite entre risas el explorador y autor de libros como 'Shackleton, el indomable' (2013) y 'Nansen, maestro de la exploración polar' (2017).
La Antártida se cruzó en su vida cuando estudiaba el ozono atmosférico y en 1985 se descubrió, sobre el polo sur, el famoso 'agujero' en la capa de ese gas. «Todos los que investigábamos el ozono nos volcamos en ver lo que pasaba en la Antártida. En ese momento, España estaba organizando su primera expedición científica al continente, y yo pude incorporarme a ella. A partir de entonces, mi vida ha girado alrededor de la Antártida». Pisó por primera vez el continente en 1986 y regresó seis veces, tres como comandante de la base Juan Carlos I y la última, invitado por los vecinos búlgaros.
Dedicado a la divulgación desde su jubilación, volvió a la isla Livingston en enero, después de catorce años. «Bulgaria tiene un programa cultural para que, además de científicos, visiten su base personas del mundo de la cultura y del arte, y vean la Antártida con otros ojos. Van poetas, pintores, músicos…». Cacho partió de España el 6 de enero y regresó a casa el 24 de febrero. En la Base San Clemente de Ohrid, echó una mano en lo que hizo falta y dedicó el tiempo libre a escribir.
En esta última visita, «supuso un shock la posibilidad de comunicarse vía satélite por internet en cualquier momento, de mandar wasaps y fotos a la familia». La tecnología resta magia a la estancia en uno de los lugares más hostiles e increíbles del mundo. «A los viejos lobos nos sobran estas cosas. De hecho, yo procuraba no usarlas y no hablar con mi familia todos los días. Prefería estar viviendo la Antártida».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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