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Correos ha presentado la pasada semana en la ciudad de Córdoba un sello con la efigie de Antonio Gala, que murió hace algo más de ... un año. Antes, un escritor necesitaba por lo menos llevar muerto medio siglo para recibir semejante distinción. Pero ese plazo se ha acelerado en una época como la nuestra que tiene prisas para todo. Con los sellos de los escritores pasa como con las canonizaciones de los pontífices, que antes se tomaban varias centurias para consumarse, pero ahora van a toda pastilla. El papa Wojtyla beatificó al papa Roncalli en el 2000 y el papa Bergoglio canonizó a ambos en 2014 de una sola tacada. El caso de la canonización filatélica de Antonio Gala no es el más precipitado ni mucho menos. En abril de 2022 Correos emitió un sello de Carlos Ruiz Zafón.
Quizá antes se exageraba en los aplazamientos para ese tipo de reconocimientos, pero ahora probablemente se peca de lo contrario. A un escritor habría que tenerlo en formol por lo menos un par de décadas para comprobar que su obra es capaz de sobrevivir a las modas comerciales y a las bendiciones o los olvidos oficiales. Camilo José Cela tuvo ya una calle en Palma de Mallorca en 1982, o sea, veinte años antes de su muerte. Y no fue la única. A uno es que esa clase de deferencias le parecen hasta de mal gusto. No sé qué sentiría el hombre al pasear por esas aceras, pero semejante experiencia no me resulta muy distinta a leer tu esquela o pasar por delante de tu lápida cementerial. Quizá la vanidad acuda en socorro del 'callejeado' en esos momentos, pero no deja de ser una vivencia irremediablemente póstuma, un aplauso de mal agüero, un adelanto siniestro, una macabra precipitación.
Sentirse inmortal en vida debe de ser un trance paradójico, una contradictoria toma de conciencia de la propia mortalidad. Con Pilar Bardem hicieron lo mismo. Le pusieron su nombre a un auditorio de Rivas Vaciamadrid en 2004, diecisiete años antes de su muerte. La iniciativa se presentó a concurso de los vecinos y la actriz competía con Daniel Barenboim y Pedro Almodóvar. No sé que pensaría la pobre al inaugurar un espacio tocayo. Pero sospecho que Barenboim y Almodóvar experimentaron cierto alivio al evitar ese honor.
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