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No estamos en el peor de los mundos. Para curarse de la enemistad con esta época y de su leve astenia primaveral (ésa que llevaba ... a los románticos al suicidio), uno se dio una sesión de 'lieder' el pasado 24 de marzo en el Teatro de la Zarzuela como otros se las dan de rayos UVA o de barros medicinales. Las piezas musicales del programa eran las que Schubert y Wolf compusieron sobre textos de Goethe, Mörike, Geibel, Heyse y otros poetas alemanes. Algunos de esos lúgubres fragmentos líricos se acercaban más a lo que en nuestro tiempo serían los monólogos de un paciente depresivo ante su terapeuta que a un poema propiamente dicho. Si en ellos se veía algo de luz y esperanza entre las nieblas y sombras angustiosas que atenazaban al poeta, pronto asomaba la figura del oscuro presagio, la tumba, la muerte. Mientras los oía, me acordé de un amigo de la juventud que ligaba hablando de cementerios. El hombre tenía su éxito. Todo el mundo tiene su público y siempre hay un roto para un descosido. Siempre encontraba alguna elementa que entraba al trapo de su festín de tristezas y desgracias. Allí se juntaban el hambre con las ganas de comer.
Los 'lieder' de los poetas alemanes se movían entre dos conceptos complementarios y en cierto modo antitéticos: el 'fernweh' y el 'sehnsucht'. El primero alude a una sufriente nostalgia por otros lugares que no son ése en el que vives. El segundo se traduce como 'anhelo' o 'ansia' y va más allá del primero: lo cura, da una positiva vuelta al mero sentimiento de rechazo pues te invita a la acción. El viaje que desea el primero y que propone el segundo pasa a menudo, en los 'lieder', de lo geográfico a lo sentimental; de echar en falta otra tierra, a ser 'la amada' lo que se echa en falta; de soñar el encuentro con una a soñarlo con la otra, como si la pasión amorosa fuera una proyección metafórica de la simple pasión viajera; como si en el amor se metaforizara, se sublimara y se sexualizara lo que era pura angustia existencial.
Y es que ese 'mal de vivir' no era poco en una época tan carente de expectativas como aquélla, sin las posibilidades que hoy existen de viajar y de tantas cosas. Para los poetas y compositores pobres, era aún peor. ¿Qué hacía aquella gente de modales burgueses pasando hambre, enfermedades y penurias para crear belleza? Schubert murió con 31 años. Lo pensaba mientras escuchaba sus 'lieder' con el delicado fondo melódico del pianista Michael Gees y la voz dramática, desgarrada, impagable de la soprano Julia Kleiter.
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