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Iñaki Arteta abandona la historia reciente de Euskadi y trasmuta en Lewis Carroll para crear su propio país de las maravillas, o tal vez, fantasmagorías. El cineasta vizcaíno presenta la exposición 'Todo es real, nada es real', una selección de imágenes que se alejan de ... la realidad gracias a la imaginación y los medios digitales. «He pasado media vida en la fotografía institucional y de prensa, de factura clásica, y jamás pensé que haría algo así», reconoce al intentar explicar esta incursión en la fantasía. Hace cinco años comenzó a jugar con media docena de herramientas de Photoshop como si se tratara de una paleta de seis colores. «Lo que me servía como recurso de último momento se convirtió en un medio para jugar con personas y espacios, y crear escenografías». El resultado es la selección de piezas que pueden contemplarse en la Sala Municipal de Exposiciones de Barakaldo hasta el próximo día 15.
Los protagonistas de estas instantáneas se integran en lugares insólitos y, a menudo, tenebrosos. Hay abundantes nubes y sombras, situaciones absurdas, anacrónicas, irónicas, con una pizca de verosimilitud y siempre al filo del delirio. «Se puede documentar dramas terribles y crear historias de fantasmas. Todo es compatible, pero lo que ocurre es que a los realizadores se nos suele encasillar. Quizá alguno espere otra cosa, pero no me siento atado a nada», alega el autor, que, en cualquier caso, niega cualquier afán narrativo en estas obras de sobria puesta en escena. «Utilizo los elementos justos para no cargarla, quiero que se lea enseguida, aunque apele a una observación imaginativa».
Las sugerencias son múltiples, desde las pesadillas infantiles a los cuentos góticos, la literatura romántica y el grupo Pánico, la lírica de los objetos de Chema Madoz o los inquietantes pasillos de Stephen King. El creador reconoce en el texto del catálogo su intención de trabajar el concepto en vez de los hechos concretos y la serie parece relatar una incursión en el surrealismo. La aparente coherencia formal esconde la imposibilidad y, a menudo, la teatralidad de la composición suscita la ida de otra dimensión. «El juego de sombras parece denotar un foco fuera de plano, otra realidad, como si se tratara de una calculada escenografía y alguien la estuviera retratando».
El lenguaje habitual de la fotografía no atrae a Arteta. «Hice reporterismo gráfico y me entusiasmaba por su cercanía a las cosas, pero no encontré ahí mi camino creativo», recuerda y explica que llegó a la gran pantalla desde el cortometraje y la ficción, y que cierta vocación cívica por contar lo que nadie contaba lo condujo hacia el relato de lo más cercano.
El autor ha compatibilizado el trabajo como documentalista con el ensayo, el periodismo y su primera dedicación a la fotografía. «El cine exige mucha atención porque condensa todos los componentes artísticos», alega y señala que sabe donde colocar la cámara, situar el encuadre e iluminar, gracias a la experiencia de la instantánea periodística, siempre mediatizada por la inmediatez. Iñaki Arteta tiene ahora entre manos un guión, el proyecto de un libro y estas fotografías ubicadas en tierra de nadie. «Lo que hay, detrás de todo, es las ganas de contar cosas», confiesa.
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