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Los hoteles alojaban antes de la Guerra Civil a personas ricas y elegantes que exigían salones lujosos y habitaciones con vistas para subrayar su distinción social. «Venían con sirvientes, incluido el chófer, a los que se acomodaba en espacios con muy poco glamour. Si te ... fijas en el Carlton de Bilbao, la última planta está abuhardillada. Era la que destinaban al servicio», explica Antonio Fernández Casado. Empresario hostelero y ligado al Club Cocherito de Bilbao, acaba de publicar un libro, 'Hospitales de sangre o cuarteles. Guía de hoteles durante la Guerra Civil 1936-1939' (Ediciones La Cátedra), sobre lo que ocurrió con esos salones con lámparas de araña una vez iniciada la contienda.
Un establecimiento de tanto empaque como el Palace de Madrid se convirtió en sede de la embajada de la Unión Soviética. En el Ritz de Barcelona se abrieron unos comedores populares a instancias de la UGT y de la CNT. El Carlton bilbaíno fue sede del Gobierno vasco y el Torróntegui de El Arenal, donde hoy está el edificio SVRNE, «refugio de familias bien porque en Bilbao se pasó mucha hambre y en el hotel había comida», recuerda Fernández Casado.
Para escribir el libro, el autor ha buceado tanto en documentos como en la obra de Ernest Hemingway, John Dos Passos, George Orwell, Arturo Barea y otros escritores y periodistas que contaron lo que estaba pasando en España en aquellos momentos. Entre ellos, el periodista Mijaíl Koltsov, que estaba enchufado a instancias soviéticas en la suite 110 del Palace, equipada con sala de reuniones, un salón comedor y un dormitorio con dos camas 'king size'.
A pesar de sus privilegios, Koltsov no se arredró al contar qué ambiente se respiraba en el hotel reconvertido en hospital. «Aquí hay un tropel de gente, se fuma, hay montones de guata sucia; unos dedos sin recoger, unos pies y aun otra incompresible parte de un cuerpo humano, semejante a una rodilla, en una gran jofaina, esperan a una enfermera». También había una escuela, puntualiza Fernández Casado, que a menudo organizaba sus clases en la terraza. No obstante, corresponsales como Virginia S. Cowles y Marta Gellhorn, luego esposa de Hemingway, insistían en sus crónicas en que las instalaciones médicas eran deplorables y siniestras. Cuando Franco le devolvió el hotel a su anterior dueño, el belga Georges Marquet, se gastó cuatro millones de pesetas en su restauración.
El Ritz se convirtió también en hospital a instancias de la CNT. En él estuvo ingresado uno de los grandes personajes de la guerra, Buenaventura Durruti, el líder anarquista. Pero los republicanos no se incautaron de su propiedad y dejaron el bar abierto, circunstancia muy celebrada por diplomáticos, espías y periodistas. Los reporteros extranjeros se alojaron primero en el Florida y luego en el Gran Vía. Barea contó cómo los corresponsales tenían unos horarios para poder mandar sus crónicas.
El Ritz barcelonés pasó a llamarse Hotel Gastronomic nº1 y en su puerta colocaron una enorme foto de Lenin. Gestionado por sus empleados sindicalistas, servían al día alrededor de 1.500 desayunos y 3.000 comidas y cenas, a las que se accedía con unos vales que daba el Ayuntamiento. En los primeros meses de la contienda, también acogió actividades culturales. Como la exposición del centenar de lienzos del artista cántabro Luis Quintanilla Isasi sobre el frente de Aragón. Los cuadros se mostraron después en el Museum of Modern Art (MoMA) neoyorquino y, bajos los auspicios de la Fundación Rockefeller, se exhibieron en varias ciudades norteamericanas. Quintanilla representó a España en la Exposición Universal de 1939 en Nueva York. Presentó los frescos 'Ama la paz, odia la guerra', conocidos como 'Los otros Guernicas'.
En el María Cristina de San Sebastián primero se atrincheraron medio centenar de guardia civiles partidarios del golpe franquista, militares y falangistas con abundante material bélico. Utilizaron a algunos clientes del hotel como escudos humanos frente al ataque de los republicanos y la mayoría resultó herida de muerte por el fuego cruzado entre ambos bandos. Ante la amenaza de quemar el hotel por parte de una columna de milicianos, en la que algunos historiadores sitúan a Santiago Carrillo, los rebeldes se rindieron. Pero San Sebastián cayó pronto en manos de los sublevados, a principios de septiembre de 1936, y las habitaciones del hotel se llenaron de familias ricas que esperaban sin prisas su vuelta a Madrid.
Desde octubre de ese año, el Carlton bilbaíno se convirtió en la sede de la Presidencia del Gobierno vasco por decisión de Juan de Ajuriaguerra. Según narra Fernández Casado, en los años 80, al acometer las obras de modernización del hotel, descubrieron un gran búnker debajo de la puerta principal. Un teniente de la Legión Cóndor, de apellido Pfannkuche, izó la bandera rojigualda en el establecimiento el 19 de junio de 1937, cuando entraron las tropas franquistas. El hotel continuó siendo un cuartel lujoso para los oficiales alemanes destacados en la zona.
Más funcional fue el Torróntegui. El periodista George Steer recibió en él la noticia del bombardeo de Gernika. Según su biógrafo Nicholas Rankin, en el restaurante de la última planta solía cenar lentejas, garbanzos, pescado y carne de caballo. Todo un lujo en un Bilbao que se moría de hambre, como bien sabían las familias con algún dinero que pudieron alojarse allí a la espera de que algún barco las sacara de España con rumbo a cualquier parte.
Al finalizar la guerra, la mayoría de los dueños de los hoteles volvieron a sus negocios y también algunos camareros regresaron a sus puestos. Fernández Casado cita el apoyo del conocido Perico Chicote para que estos trabajadores entraran en el Ritz y evitaran la cárcel. El paisaje cambió en unos años. Para ejemplificarlo, el autor del libro cita un pasaje de Manuel Vicent en el que describe cómo el balneario de Benicàssim pasó de un hospital de guerra a alojar a una jovencísima y espectacular Brigitte Bardot.
El libro. Hospitales de sangre o cuarteles. Guía de hoteles durante de la Guerra Civil 1936-1939' (Ediciones La Cátedra), de Antonio Fernández Casado. Empresario hostelero, ha buceado en documentos y en libros de Ernest Hemingway, John Dos Passos, Geoge Orwell y Arturo Barea.
Hotel María Cristina. En la fachada aún se ven las huellas de las balas del fuego cruzado entre los adeptos de Franco y los republicanos.
La ayuda de Chicote. El popular barman y restaurador madrileño ayudó a que camareros republicanos volviesen al Ritz después de la guerra.
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos, 1° de abril de 1939». Mañana se cumplen 80 años de la emisión del último parte de la Guerra Civil, el único firmado por el líder de las fuerzas golpistas y que leyó enfáticamente el actor Fernando Fernández de Córdoba ante los micrófonos de Radio Nacional de España en Burgos. «Es un texto escueto, muy cuidado y de una brevedad buscada. No es algo espontáneo. Está pensado como propaganda», destaca Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.
Tras la caída del último bastión republicano, Francisco Franco escribió en su cuartel general, en el palacio burgalés de la Isla, un primer borrador del parte, pero no le acabó de gustar e introdujo varios cambios. Originalmente decía: «En el día de hoy, después de haber desarmado a la totalidad del Ejército Enemigo rojo, han alcanzado las fuerzas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado».
Para Montero, se trata de un texto con un gran simbolismo. El final de la contienda lo firma Franco, quien se presenta así como el jefe del Estado. «La guerra ha durado tres años, y la gente tiene muchísimas ganas de paz. Las cosas siguen muy mal, pero ya no habrá guerra. Oficialmente, ha terminado, aunque la guerrilla siga actuando». A partir de ese momento y durante toda la dictadura, el 1 de abril se celebró el Día de la Victoria y 1939 pasó a ser el tercer año triunfal o Año de la Victoria.
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