Si hay unas palabras que suelo repetir en muchas ocasiones, son aquellas de Chicho Ibáñez Serrador que ilustraban un prólogo escrito por él para un libro de relatos de Poe. En ese texto, Chicho hablaba sobre el miedo y decía que, cuando uno es niño, ... se es muy impresionable y nos asusta todo. Se tiene pavor a la oscuridad, a cualquier ruido extraño, incluso al silencio… Por eso, siempre ha defendido que a los adultos nos gusta pasar miedo para volver a sentirnos niños durante un rato.

Publicidad

Con este párrafo arrancaba un texto que escribí hace no tanto para la revista de la Academia de Cine con motivo del merecido Goya de honor con el que se premiaba la carrera del maestro. Este viernes, triste día de su muerte, no puedo estar más feliz de que se lo dieran y pudiera disfrutar en vida de tan justo reconocimiento. Con apenas dos largometrajes y un puñado de brillantes 'Historias para no dormir', Chicho ha marcado las pesadillas de toda una generación de espectadores y cineastas que crecimos con ellas. Aunque quizás lo más importante para nosotros fue demostrarnos que SE PODÍA. Nos enseñó que en este país se podía hacer género al nivel de aquellas producciones internacionales que tanto nos fascinaban. 'La residencia' poco (o nada) tiene que envidiar a las míticas producciones de la británica Hammer. Su impecable puesta en escena, ambientación y dirección son para estudiar.

Con Chicho he coincidido personalmente algunas veces. Las primeras, como joven espectador en el mítico Cineclub Fas de Bilbao, de donde salí fascinado después de escucharle comentar sus películas. Contador de historias nato, sus charlas posteriores a la proyección eran tan interesantes como sus dos películas. Quizás más. Entre otras cosas, solía hablar de lo precario de su salud cuando fue niño, y uno, que es asmático, enseguida soñaba con repetir la carrera de su ídolo. Como si tuviese que ver.

Años después ocurrió algo maravilloso que siempre será uno de los momentos más emocionantes que recuerdo. En la Seminci de Valladolid, su director, Javier Angulo, nos juntó a una serie de directores (jóvenes y emergentes, por aquel entonces) para rendir un homenaje al maestro. Sobre el escenario nos juntamos Álex de la Iglesia, Juan Antonio Bayona, Paco Plaza, Jaume Balagueró y servidor. Después departimos largo y tendido con y sobre él. Siempre estaré agradecido por ello.

Chicho ha marcado mis primeras pesadillas y, por supuesto, parte de cómo entiendo el cine de género. Y si hay algo que pudiese reprocharle (desde el mayor respeto y cariño) es que no hiciese más cine. Sus dos largometrajes 'La residencia' (1969) y '¿Quién puede matar a un niño?' (1976) o su episodio 'El televisor', que está a la altura de los dos títulos anteriores, saben a muy poco. Los he visto multitud de veces y todavía me siguen volando la cabeza. Especialmente el último, donde el gran Narciso Ibáñez Menta daba un recital interpretativo. Ojalá nos hubiese dejado más horas sin dormir.

Publicidad

Para finalizar, me remito a algo que he comentado en más de una ocasión y de dos. El salón de mi casa está presidido por un póster auténtico y de la época de 'La residencia'. Es uno de mis tesoros más preciados y lo miro a diario en busca de inspiración, por si se me pega algo, aunque sea poco.

Mil gracias por quitarnos tantas horas de sueño y hacernos sentir niños siempre. Hasta siempre, maestro.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad