![«Los hermanos nunca barajamos repartirnos las obras y que Chillida Leku desapareciera»](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202208/14/media/cortadas/chillida14-kOlH-U170975907708qJC-1248x770@El%20Correo.jpg)
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El hijo de Eduardo Chillida y presidente de la fundación que custodia el legado del artista donostiarra, Luis Chillida (San Sebastián, 1962), asegura que pese a las vicisitudes que ha atravesado Chillida Leku, «los hermanos nunca pensamos en repartirnos las obras y que Chillida Leku ... desapareciera». Veinte años después del fallecimiento del artista, cuyo aniversario se cumple el próximo viernes, Luis Chillida recuerda las circunstancias que su familia vivió aquellos días que lo cambiaron todo y repasa las decisiones adoptadas desde entonces. «Tengo la conciencia tranquila porque he hecho las cosas lo mejor que he podido y con eso me conformo».
- Veinte años después, ¿cómo recuerda aquel día?
- Fue un día complicado porque me coincidió que estaba en un simposium en Salamanca. A las ocho de la tarde tenía una conferencia y justo un poco antes me llamaron. Lo que más recuerdo es que la víspera, cuando me iba de viaje, me fui a despedir de aita, que ya estaba bastante mal, y en ese momento me sonrió de una forma especial. Me chocó porque hacía tiempo que no veía esa expresión en su cara, solía estar más apagado. Y me marché contento, pensando: «Qué bien le he visto». Fue la última vez que le vi. Al menos, se fue contento.
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a. moyano
- Poco antes había estado ingresado, ya en estado muy grave.
- Sí, pero era un follón tremendo permanecer ingresado en la Policlínica y los médicos también decían que no tenía sentido porque no había un tratamiento. Aita siempre nos decía que si había algo que estaba claro en esta vida era que nos íbamos a morir. «Qué le vamos a tener miedo a la muerte, si nacemos sabiendo que es algo que nos va a pasar a todos». La verdad es que fue un enfermo ejemplar.
- En las primeras etapas de la enfermedad tuvo que ser consciente de lo que le pasaba.
- Fue un poco complicado porque en los primeros momentos, a finales de 1999 y principios de 2000, se decidió abrir Chillida Leku. En un principio todos pensábamos que era una depresión, sobre todo mi madre que lo atribuía a los follones de Tindaya. Pero cuando fuimos al neurólogo que ya le había tratado en otros momentos, nos dijo que no era una depresión, sino que estaba en un proceso de Alzhéimer, y que era muy violento y rápido.
- ¿Cómo recibió Eduardo el diagnóstico?
- Yo creo que él ya sabía que algo se le venía encima porque un poco antes dejó de conducir voluntariamente y decidió que nosotros le lleváramos al estudio. Vio que no estaba para conducir, cosa que siempre le había gustado. Fue de estas pequeñas cosas que luego, cuando las analizas, vas viendo que cobran sentido. También recuerdo el primer día que le fui a buscar como siempre para ir al estudio y me dijo que no tenía ganas. Aita era un metódico a la hora de ir todos los días. De repente, ese día dijo que no tenía ganas. Además, estaba mirando unos catálogos antiguos suyos, lo cual era muy raro ya que nunca lo hacía porque siempre dijo que nos hacemos mayores cuando empezamos a pensar en lo que hemos hecho, en lugar de en lo que vamos a hacer. Son cosas pequeñas que se te quedan en la cabeza y que apuntaban a que algo estaba pasando. ¿Qué? Hasta que no nos lo dijeron, no lo supimos.
- El día de la inauguración de Chillida Leku, en septiembre de 2000, los familiares andarían con cierta angustia y vigilancia.
- Sí, un poco. Todavía estaba bien, pero ya más distante. Por eso mismo nuestra madre decidió que se abriese ya el museo, para que estuviese él, porque ya nos habían avisado que el proceso sería bastante rápido, cosa que si la piensas, quizás sea mejor a algo que se prolongue en el tiempo.
- Durante estos veinte años, ¿los ocho hermanos han estado unidos o ha habido discrepancias respecto a qué hacer con el legado artístico de Chillida?
- Siempre hay opiniones de unos y de otros, pero al final siempre nos hemos puesto de acuerdo. Y la verdad es que han sido veinte años en los que han pasado muchísimas cosas. Además de un ejemplo y una educación, lo que hemos recibido de nuestros padres es una responsabilidad en mantener un legado que era preciso que estuviera aquí, en Chillida Leku porque con esa intención se hizo Zabalaga. Nuestra madre era la parte más práctica, sin la cual difícilmente hubiera hecho mi padre muchas cosas. Lo que mi madre conseguía era que se hiciesen las cosas que mi padre quería hacer.
- Precisamente, quien quizás no superó nunca la muerte de Chillida fue Pilar Belzunce.
- No. Para mi madre fue decisivo. Pasó a ser otra persona totalmente. Mi madre siempre pensó que ella se iría antes que mi padre. Incluso le pidió que hiciera para ella la cruz bajo la que están enterrados los dos. Tras el fallecimiento, ella se quedó con un vacío terrible. Ahí empezó a querer que fuésemos nosotros los que tomáramos las riendas, ya no quería decidir todo.
- ¿Fue un 'marrón'? Porque una cosa es tomar decisiones uno mismo y otra, ponerse de acuerdo entre ocho...
- Entre ocho tienes la ventaja de que cada uno sabe que es mucho menos. Igual alguno discrepa en algunos matices, pero si los otros siete están de acuerdo... Sabes que dependes de los demás y tienes que ponerte de acuerdo con todos. Creo que es más difícil ponerse de acuerdo entre dos. Ha sido un ejercicio que empezamos a llevar a cabo en vida de nuestra madre. No tomaba las decisiones, pero sí le gustaba saber cómo iban las cosas. Ella simplemente ya sólo estaba esperando a volver a reunirse con aita.
- ¿Hubiera sido posible en vida de su madre abrir las nuevas vías que el museo ha explorado de la mano de Hauser & Wirth?
- Yo creo que sí. Era muy práctica y la primera en pensar que no se podían poner todos los huevos en la misma cesta. De alguna manera, veía que el legado de un artista no podía permanecer en un sitio, sin la posibilidad de que las obras vayan a grandes colecciones o museos. Ahí había que buscar los equilibrios. Chillida Leku lo decidió mi padre y lo hizo mi madre.
- Sin embargo, la familia siempre se resistió a que entrara obra de otros artistas...
- Esa posibilidad siempre se planteaba incluso en las primeras reuniones con el Gobierno vasco, pero de una manera en la que fuese necesario un acuerdo entre las partes. Lo bueno que tenemos en esta relación con Hauser & Wirth es que todo se hace de común acuerdo.
- ¿Qué recuerdos guardan de Eduardo sus nietos? Y ahora que incluso tiene bisnietos, ¿se interesan y preguntan por él?
- Los mayores han tenido más relación con su abuelo y se acuerdan, pero todos lo tienen presente. Tenemos nuestro protocolo familiar y les contamos para que sepan porque las cosas son a largo plazo y a todos nos va a llegar el final algún día. Si queremos que las cosas continúen, la siguiente generación, que en lugar de ocho son veintisiete, así debe hacerse.
- Quizás alguno de las nuevas generaciones esté cansado de cargar con el apellido Chillida...
- No creo. Todos sienten esa pertenencia. Ése es uno de los temas que trabajó mucho mi madre, esa unión y esas reuniones familiares que, desgraciadamente desde que falleció, resultan mucho más difíciles. Somos muchos y nos cuesta reunirnos todos. Antes nos íbamos todos juntos en el 'puente' del Pilar.
- Se dediquen a lo que se dediquen, llevarán el apellido Chillida.
- Bueno, pero cada uno es lo que es. ¿Que te pesa? Te da una responsabilidad que ahora recae en los hijos, pero luego será para los nietos. La responsabilidad de que las cosas se pueden hacer bien, mal o mejor y para mi padre, lo mejor era enemigo de lo bueno. Siempre quiso hacer las cosas lo mejor posible. En cualquier decisión, tenemos muy presente qué haría él y qué haría nuestra madre.
- ¿Cuál fue el peor momento en estos veinte años?
- El día que se cerró Chillida Leku fue el más duro.
- ¿Pensó que sería definitivo?
- No. Nunca creí que los hermanos fuésemos capaces de decir: «Bueno, nos repartimos esto y nos vamos».
- ¿Nunca se barajó?
- No. Podíamos decir: «Estamos hartos», pero a la hora de tomar las decisiones, nunca se pensó en repartirnos las obras y que Chillida Leku desapareciera. El tema era ver cómo se podía dar continuidad a este proyecto. También digo que ese parón que tuvimos, con el museo 'cerrado', nos vino bien a todos para calmar los ánimos, tras unas negociaciones muy estresantes. En ese tiempo, me fui dando cuenta de que la solución vendría del extranjero.
-¿Y el mejor momento?
- Muchos. Quizás todo el proceso en el que mi madre empezó a traspasarnos la responsabilidad a todos nosotros para que trabajáramos en conjunto porque muchos de mis hermanos no se involucraban demasiado. Ese momento fue bonito porque mi madre estaba intentando mantener esa unión familiar. Y ahora debemos seguir nosotros ese camino.
- ¿Qué hubiera hecho diferente en estos últimos veinte años?
- Yo tengo la conciencia tranquila porque creo que he hecho las cosas lo mejor que he podido y con eso me conformo. No hay nada que piense que hubiera hecho de otra manera.
- Ahora se expone su obra junto a la de Jorge Oteiza en San Telmo. ¿Había llegado ya el momento?
- Yo creo que sí. En aquellos años Chillida y Oteiza tuvieron una gran amistad y luego cada uno siguió un camino.
- La que igual lo hubiera desaprobado hubiese sido su madre...
- Seguramente lo hubiese entendido. Y aita, sin duda, también. Por lógica, era algo que debía suceder porque no tenía sentido mantener ese rencor. 'El abrazo de Zabalaga' se debió a que había muerto Itziar (Carreño) y mi padre decía: «No podemos quedarnos con este rencor dentro, tenemos que soltarlo».
- ¿Qué le parece la exposición?
- Muy bien. Ahí se ve lo que cada uno hizo. El comisariado de Javier (González de Durana) ha sido un acierto, como también lo fue que la exposición empezara en Valencia. Las diferencias entre Oteiza y Chillida tenían otras connotaciones que hoy en día han desaparecido y ahora quedan sus obras. Hay obras en la exposición que yo no había visto nunca, más que en foto, porque pertenecen a colecciones privadas que no las exponían.
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