El capitulo primero del Guggenheim Urdaibai echó a andar cuando los deseos de la Diputación de Bizkaia coincidieron en 2008 con las necesidades de ampliación del Guggenheim, diseñado para acoger medio millón de visitantes al año y con una asistencia que en la ... mayoría de ejercicios superaban el doble. A la entidad foral y al Partido Nacionalista Vasco le interesaba reforzar su presencia en la Busturialdea, con varios de sus ayuntamientos regidos por la izquierda abertzale. El museo, por supuesto, tenía una oportunidad de expandirse con un proyecto de perspectiva distinta, basada en las relaciones entre arte y naturaleza, y con un carácter más experimental que el de Abandoibarra. Fiel a su filosofía, también reforzaría el turismo de la zona en que se halla la Reserva de la Biosfera de Urbaibai, con un fuerte atractivo paisajístico y en línea conceptual con el proyecto.
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La primera cifra que se manejó fue de 220 millones de euros de presupuesto para su puesta en marcha, algo menos del doble que la factura final del Guggenheim de Gehry. También el de Urdaibai contaría con un profesional internacional de altura, como exige la marca neoyorquina. La cuestión estaba en buscar financiación justo cuando acababa de explotar la crisis financiera y del ladrillo de 2008. Pero precisamente el Guggenheim se había construido como uno de los revulsivos para que Bilbao saliera de la recesión de principios de los noventa y de los efectos arrastrados de la reconversión industrial. Y había sido una fórmula ganadora. En esos años, Gernika y su entorno padecían un cierto declive con el cierre de algunas de sus fábricas señeras.
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No obstante, 220 -luego 200- millones eran muchos millones y justo en esos meses la palabra 'austeridad' se hizo dueña de la política económica de la mayoría de los estados y gobiernos autonómicos. El entusiasmo del diputado general, José Luis Bilbao, chocó con la cautela del Ejecutivo de Juan José Ibarretxe. Si el anuncio del proyecto se hizo en junio de 2008, en octubre de ese mismo año el Gobierno vasco anunciaba que no participaría en la financiación, al menos en ese momento. Socio al 50% del Guggenheim, enmarcaba la iniciativa en el plan de recuperación elaborado con las tres diputaciones vascas. El museo de Urdaibai habría sido la aportación de Bizkaia al mismo. Además de la cuestión del dinero, el Gobierno de Ibarretxe temia beneficiar de nuevo al territorio vizcaíno, justo cuando se empezaban a echar las bases de Tabakalera en San Sebastián.
El tándem compuesto por el Guggenheim y la Diputación continuó trabajando la idea y tomaron el cambio en el Gobierno de Lakua, con la entrada de los socialistas en mayo de 2009, como una oportunidad. José Luis Bilbao arrancó primero del equipo del lehendakari Patxi López el compromiso de cofinanciar con 55 millones el nuevo San Mamés, contra la opinión de destacados socialistas como el alcalde de San Sebastián Odón Elorza. Una vez logrado ese apoyo, fue a por el siguiente. En una rueda de prensa convocada de urgencia en la palacio foral, el diputado general exigió -golpeando en la mesa con los nudillos- 100 millones de euros al Gobierno vasco. El director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte,le acompañó en la comparecencia, en la que explicó las características de la propuesta.
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Fue el detonante del estallido de la batalla de Urdaibai. Los socialistas no estaban dispuestos a ceder ante otra presión, a poner todas las inversiones culturales y deportivas en Bizkaia y a tener un grado de intervención menor en el proyecto ya que se lo presentaron con las hechuras definidas. La lucha fue encarnizada. La dirección del Guggenheim se alineó con la Diputación y el Gobierno socialista llegó a encargar un informe sobre Vidarte con vistas a poder llevarle a los juzgados por fallos en su gestión.
La elección del emplazamiento también fue polémica. Primero se planteó derruir el edificio del arquitecto Ricardo Bastida en Sukarrieta, que ha acogido a varias generaciones de vizcaínos en el marco de las colonias de verano organizadas por BBK, para aprovechar su inigualable emplazamiento. A pesar de que el edificio no estaba protegido, y de que el Guggenheim encargó un informe que ponía de manifiesto sus limitaciones y que también fue objeto de polémica, se probó que esa opción no era emocionalmente correcta, y la Diputación asumió que debía mantenerlo aunque fuera como apoyo educativo para el nuevo museo. Si uno de los objetivos de este era ganar influencia en la zona, a tenor de las protestas ciudadanas parecía que habían tomado un camino equivocado, aunque el precedente de Abandoibarra enseñaba que las reticencias podían diluirse una vez de que empezara a funcionar y a llevar a las 142.000 personas que tenían como objetivo de visitantes.
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La tensión política fue enorme e hizo que se perdiera la oportunidad de realizar un debate sobre la propuesta en sí. Iñigo Urkullu consiguió que el PNV volviera a la Lehendakaritza en diciembre de 2012 y optó por combatir la crisis de otro modo. El Guggenheim Urdaibai se quedó en el congelador. Sin embargo, Vidarte continuó incluyéndolo en sus planes estratégicos de la fundación que rige el museo, aprobados por el Gobierno vasco.
Ahora empieza el segundo capítulo, que considerado en su perspectiva sigue el argumento del primero, si bien en otro emplazamiento. Bruselas tiene ahora la última palabra.
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