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La noche de celebración anual del Guggenheim, ornamentada en su estética con los smokings o con los trajes de fiesta requeridos en un cartón-invitación de rojo casi eléctrico, tuvo como de costumbre su ritual premioso -quizás algo cansino, pero amenizado por una orquesta de ... jazz 'smooth'-, con la llegada progresiva del respetable y de las autoridades. Pero hubo equiparación gráfica en el photocall, sagrado tótem del voyeurismo, lo mismo que simultaneidad en la partición del menú primorosamente preparado por Martínez Alija -Grillo y Felipada, anchoas marinadas, lubina pilpil de cítricos y la torrija caramelizada- o incluso en los caldos aportados por Marqués de Riscal, Campillo y Laurent Perrier, este último para brindar por una noche muy especial.
Porque el caso es que esta cena tenía en su minuta un plato invisible de nostalgia o un sabor escondido de agradecimiento, todo ello para despedir a Juan Ignacio Vidarte, el director de tres décadas y dos años entre el consorcio inicial y el museo, homenajeado en esta su última cena en ejercicio. Había, pues, expectación por ver cómo se concretaba el agasajo, al final pura ortodoxia vasca, con Vidarte, Mariëtt Westermann -la directora de la fundación norteamericana - y el lehendakari en los discursos iniciales.
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Vidarte, pura profesionalidad en la contención sentimental, aludió a las 27 ocasiones precedentes, agradeciendo a todos la confianza y el respeto a su autonomía en la gestión. Eso sí, dejó caer que en pocas semanas se conocerá el secreto mejor guardado, esto es, el candidato ungido para su recambio; finalizando su discurso con una bella y enigmática cita de Winston Churchill: «No es el final, no es ni siquiera el principio del final, sino más bien el final del principio».
Menos mal que Westermann se sinceró reconociendo la temática central de la noche, que no fue otra que el rendido homenaje a Vidarte, muy a pesar de la timidez intrínseca de aludido, del que dijo que era un líder y el mejor embajador internacional de lo vasco. El lehendakari Pradales abundó en esa capacidad de efigie prestigiosa de lo vasco en el ámbito global que tiene Vidarte, además de aplaudir a todos los que arriesgaron con un proyecto de éxito.
Faltaron algunos protagonistas de la historia, pero no dos sorpresas: un video con testimonios de amigos y profesionales y una pieza musical entre plato y plato de la Coral de Bilbao, interpretando bajo la dirección de Azurza esa canción popular escocesa muy del gusto de Vidarte, 'Auld Lang Sybe', en cuya letra se nos pregunta si deberíamos olvidarnos de un viejo conocido. Pues no, de Vidarte no.
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