
Aguacate, la 'pera' de Indias que conquistó el mundo
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Aunque nos parezca un alimento de reciente introducción, aparece en nuestra dieta ya en 1564 y crecía en ValenciaAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 29 de septiembre 2023, 00:03
Es una frase fugaz, escondida en el segundo acto de 'La Dorotea' de Lope de Vega (1632) y que leída ahora causa sorpresa: «... Parecen frutas ... de las Indias, como plátanos y aguacates». ¿Frutas tropicales en el Madrid del Siglo de Oro? ¿Aguacates, nada menos? Las palabras las dice una alcahueta vieja e ignorante, un personaje celestinesco en cuya boca creyó Lope que aquellos términos chirriaban lo justo. El dramaturgo madrileño debió de asumir que sus lectores también los conocerían, y que aunque nunca hubieran visto ni comido un plátano o un aguacate sí sabrían identificarlos como productos tan exóticos como deseables.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los españoles no cataron las delicias aguacateras hasta los años 70 -como pronto- leer este pasaje de 'La Dorotea' resulta casi pasmoso, pero es cierto que hace 400 años e incluso más ya crecían aguacates en nuestro país. En 1630 Lope de Vega los había mencionado junto a magueyes, achiotes, pitahayas, zapotes y otros «árboles que en la India habían nacido» pero que crecían en Sevilla, a orillas del Guadalquivir. Quizás el Fénix de los Ingenios los pudo ver incluso en persona, ya que en la capital hispalense y Valencia (ciudades en las que Lope vivió cierto tiempo) se cultivaron aguacateros desde el siglo XVI. En Sevilla los mimó el médico y cosmógrafo Simón de Tobar y en Valencia su colega Juan Plaza, botánico eminentísimo de cuyo trabajo se hicieron eco Linneo y Clusius.
El flamenco Carolus Clusius o Charles de L'Écluse (1525-1609), el botanista más influyente de su siglo, visitó la península ibérica en 1564 y doce años después publicó su 'Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum historia' (Historia de varias especies raras observadas en España), en el que el segundo capítulo está dedicado nada menos que al aguacate. «Muy raro es este árbol -explicaba Clusius- que solamente vi en el reino de Valencia, en el monasterio de la Santísima Virgen llamado de Jesús, a una milla de la ciudad. Lo habían traído de América [...] Lo vi en flor durante la primavera y supe que su fruto maduraba en otoño por el ilustre Juan Plaza, médico y profesor valenciano, que me lo mostró en el lugar citado».
Que los aguacates valencianos siguieron existiendo lo demuestra el hecho de que en 1745 una receta de chocolate escrita por el hidalgo Ignacio Gilabert incluyera cacao, azúcar, canela y «huessos de alvocat». ¿Sería por su sabor, similar al de las almendras amargas o por sus supuestas propiedades afrodisíacas? Los huesos de aguacate fueron usados con fines medicinales por los nativos americanos mucho antes de la llegada de los conquistadores. Originaria de Centroamérica y domesticada hace unos 5.000 años, la Persea americana o planta del aguacate llamó muy pronto la atención de los españoles. La conocieron primero en las islas del Caribe y luego en México y Colombia.
A falta de un nombre específico para ella (o por no querer usar el que le daban los indígenas) al principio tiraron de una ligerísima similitud de su fruto con otro del Viejo Mundo y la compararon con un peral. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo dedicó un capítulo en su Sumario de la natural historia de las Indias (1526) a aquellos extraños árboles «que se llaman perales pero no son como los de España, más son otros de no menos estimación, de tal fruta que hacen mucha ventaja a las peras de acá».
Fernández de Oviedo tenía tan buen ojo que enseguida vio la relación entre el peral de Indias y las lauráceas (familia a la que pertenece la Persea americana), visible en «la hoja ancha y algo semejante a la del laurel pero mayor y más verde». El color y la forma de su fruto, de corteza lisa y verde, se parecían por fuera a los de una pera europea aunque «en el medio tiene una pepita como castaña injerta mondada [...] y entre ella y la corteza primera está lo que es de comer, que es harto y de un licor o pasta muy semejante a manteca y muy buen manjar y de buen sabor». Poco después Bernardino de Sahagún y Bartolomé de las Casas darían a esas exóticas y mantecosas peras un nuevo nombre, adaptado del náhautl y que en su idioma original servía también como eufemismo de testículo: ahuacatl. En tierras de Perú y otros lugares de Sudamérica se llamó 'palta', palabra que denominaba a una etnia amerindia que desde la provincia de Loja (Ecuador) extendió el cultivo y consumo de esta planta.
Paltas o aguacates llegaron a Valencia y Sevilla en el siglo XVI, a Canarias posiblemente en el XVII e incluso antes y a Málaga en el XVIII, aunque no pasaron de ser una rareza botánica hasta que a mediados de los años 50, prácticamente antes de ayer, comenzaron a cultivarse en Almuñécar (Granada) con ánimo comercial. Pero esa es una historia que habrá que contar otro día.
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