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Ecología, pacifismo, libertad de expresión, crítica política, la extrema derecha, la policía, la Iglesia y, por supuesto, el fundamentalismo musulmán. Estos y otros eran los campos preferidos en el combate de Cabu, es decir, el ejercicio vital y creativo consagrado a una sátira que conjugaba ... el dibujo con el texto, la risa con la denuncia y los límites de la censura con el derecho a lo irrespetuoso y lo insolente. François Hollande reconocía poco antes del atentado contra 'Charlie Hebdo' que el omnipresente Cabu era un verdadero sufrimiento para sus gobiernos, aunque también un fustigador con mucha gracia y la mejor personificación de una sátira siempre necesaria para la salud democrática.
Seguramente, y lo mismo que Charb, Wolinski y el resto de sus compañeros asesinados, Cabu exorcizaba el miedo y la rebeldía frente a la moralidad imperante o lo políticamente correcto con el humor de sus caricaturas, con la tensión derivada de su anticonformismo y con el convencimiento de que sus dibujos y sátiras provocaban tanta risa como reflexión. Quizás en esto último tuvieron mucho que ver unos personajes con tipologías reconocibles en la sociología urbana y provincial francesa -el Beauf, el Gran Duduche, Catalina, el ayudante Kronenbourg…-, todos ellos populares, a veces repulsivos y siempre valiosos para la crítica corrosiva. No hay duda de que el asesinato de Cabu en la redacción de 'Charlie Hebdo' generó miedo, pero también una enorme admiración y una notable respuesta en favor de la libertad en la prensa satírica y humorística.
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