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Sabemos que no hay que pedirle peras. Es más, 'pedirle peras al olmo' ha quedado como expresión de esa insistente estupidez humana que consiste en exigir lo que la naturaleza misma niega. La urgencia de la necesidad solo se puede subsanar con la inteligencia de ... saber dónde recurrir. Y el olmo no da peras, fruta sabrosa e hidratante, sino sámaras, que son fruto seco, volátil y en ningún caso comestible.
El Olmo que hoy tristemente recordamos es frondoso, de tronco grueso y, sobre todo, de persistente fertilidad. Es, ni más ni menos, Don Luis del Olmo Alonso, más conocido por el público como el autor de Don Celes. Él mismo renunció a nombre y segundo apellido para quedarse en simple árbol onomástico que convirtió en firma inconfundible. «Olmo es más corto y resulta fácil de recordar», explicaba.
Nos habíamos acostumbrado a él y nunca abandonábamos la lectura del periódico sin ese frescor de boca que Don Celes dejaba en el faldón de la última página. Lo vamos a echar en falta. En cierta manera, EL CORREO no volverá a ser el mismo sin este postre con retrogusto a humanidad frágil, un tanto torpe y solo ligeramente dramática. Nos costará acostumbrarnos a su ausencia porque, aunque no fuéramos conscientes de ello, Don Celes era el personaje más antiguo de la historieta española. Nacido el 19 de octubre de 1945 en las páginas de 'La Gaceta del Norte', nuestro personaje estaba a punto de cumplir los 76 años.
Con perseverancia y cariño, Olmo cultivó un anecdotario de más de 25.000 tiras. El 1 de abril de 1969 llevó sus aventuras a EL CORREO. Ese hombre anodino, distinguible por sus características pilosidades, tres pelos como cabellera, cuatro más pequeños en el remolino del cogote y un poblado bigote en forma de cepillo lo definían y le dotaban de una funcional expresividad. Porque nunca le conocimos palabra, expresión, ni siquiera interjección. Solo con las facciones y la hábil sintaxis visual de su autor le bastaba para divertirnos con sus desventuras y perplejidades.
En tres viñetas demuestra su capacidad para que cualquier iniciativa anodina termine en catástrofe, al menos en sorpresa. Pero son catástrofes de andar por casa, de las de susto, ridículo y, como mucho, mal rato. Todo lo opuesto a la gravedad editorial que le rodeaba en el periódico. De alguna manera, la vida de Don Celes, con su ligereza doméstica, servía de contrapunto al dramatismo de la noticia o a la alarma de la opinión. Olmo conseguía, justo al final de nuestra lectura, hacer una pirueta con tirabuzón, que mejoraba el sabor, siempre agrio, con el que nos suele dejar la crónica diaria.
Un Olmo, Don Luis, nos ha dejado sin sus sámaras, secas, voladoras, portadoras de la semilla del humor. Le echaremos en falta. Era el bicarbonato para digerir tantos problemas locales, nacionales e internacionales. El periódico, con su relato de problemas y desgracias, con sus columnas de palabras en apretada formación, nos resultará más pesado y, sobre todo, algo más triste. Gracias, Olmo. Gracias por tus frutos, tan abundantes, tan ligeros y tan divertidos.
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