
El expolio artístico de Franco
Ramón de la Sota ·
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Ramón de la Sota ·
El régimen requisó obras del naviero de Luis Morales y de Goya, hoy en el Bellas Artes, parte de un proceso que alcanzó a miles de piezas de otras coleccionesEl naviero Ramón de la Sota murió el 17 de agosto de 1936, menos de un mes después de la sublevación militar contra el gobierno ... de la República. Miembro destacado de la facción más moderada del PNV, la de José Antonio Aguirre, su participación en la Guerra Civil fue nula por evidentes razones de fechas. Pero este detalle no supuso un inconveniente para que en marzo de 1938, después de la toma del País Vasco por tropas de Franco, le impusieran una multa de 100 millones de pesetas -más de 4.000 millones de euros actuales- por nacionalista y separatista.
Sus herederos se habían exiliado a Biarritz y su colección de arte había sido evacuada a La Rochelle dentro de un plan del Gobierno vasco que también incluyó los fondos del Bellas Artes de Bilbao, los eclesiásticos y algunos particulares de relevancia. Los franquistas quisieron cobrarse el importe confiscando sus empresas e inmuebles. Pero también querían los cuadros. Los reclamaron mediante una denuncia a los tribunales franceses, que sentenciaron a favor del régimen.
La colección Sota estaba formada por un centenar de obras de arte clásico, más unas setenta de artistas vascos contemporáneos que tenía en su casa de Las Arenas. Hay fuentes que elevan a 300 piezas el total de la colección. Entre las primeras se encontraban 'La Piedad' de Luis de Morales, un 'Retrato de doña Mariana de Austria' de Juan Carreño Miranda, un 'San Francisco' del Greco y el 'Retrato de Martín Zapater' de Goya, así como una 'Escena de brujas' del mismo pintor, según consta en un inventario de las obras halladas en la «cámara acorazada» del empresario.
Las tres primeras pasaron a decorar el despacho del ministro de Gobernación, el 'cuñadísimo' de Franco, Ramón Serrano Súñer. La familia Sota recuperó sus fondos después de un largo proceso que terminó en la Transición, y donó el 'morales' y el retrato de Zapater de Goya al Bellas Artes en 1980.
En 'Arte, botín de guerra' (editorial Cátedra), Arturo Colorado Castellary aborda la gestión franquista -entre 1939 y 1945- de las 17.000 obras del patrimonio almacenadas o e evacuadas por la República, además de las incautadas a exiliados como los Sota, el alcalde republicano de Madrid Pedro Rico y el coronel José Sicardo y su mujer, Mariana Carderera.
Según el autor, el franquismo lanzó una campaña propagandística que demonizaba a los 'rojos' como peligrosos iconoclastas que se habían dedicado al robo y destrozo de los bienes patrimoniales. En esta línea, Bilbao y Valencia acogieron en 1939 la exposición 'Martirio del arte y huellas de la barbarie roja', con fotos de las obras de carácter religioso destruidas por los anarquistas en Toledo un año antes. También en 1939, en Vitoria, se desarrolló una muestra de signo contrario, la 'IV Exposición Internacional de Arte Sacro', comisariada por Eugenio d'Ors y a la que asistió el general Pétain, colaboracionista de los nazis en Francia.
Reclamar las obras significaba para el franquismo volver al orden. Pero lo que ocurrió no estuvo precisamente bien ordenado. «Cuando los expedientes de devolución eran claros, las piezas artísticas regresaban a sus antiguos propietarios, Pero miles de ellas, en torno al 50%, se desviaron a museos, organismos del Estado y también a particulares, para repartir favores, lo que produjo el expolio y la desaparición de muchas obras y objetos de valor. Yo he visto cuadros importantes en los ministerios y me sorprende que todavía ningún gobierno haya hecho una catalogación de ese patrimonio disperso», explica Arturo Colorado. Existe a su juicio en España un «museo desperdigado», oculto y opaco. «El montante de este trasiego fue enorme, con miles de piezas perdidas».
El gobierno republicano tuvo que parar los asaltos a iglesias, palacios y residencias de las clases altas protagonizados por las organizaciones de izquierda como reacción al golpe de Estado de 1936. Creó una junta, que fue reuniendo las obras de esos lugares y de otras instituciones para depositarlas en espacios a salvo de los bombardeos.
Las más importantes, como las del Prado, las fueron evacuando según se iba moviendo la sede el Gobierno republicano, de Valencia a Barcelona, de esta ciudad al norte de Cataluña y finalmente al Palacio de las Naciones de Ginebra, donde el 13 de febrero de 1939 llegaron 1.868 cajas con 140 toneladas de obras maestras.
Una vez terminada la guerra, las autoridades iniciaron el proceso de localización, repatriación y requisamiento de las obras. Procedentes de las obras evacuadas a Ginebra y de su reparto posterior en España llegaron al Museo de San Telmo 'Escenas de interior (Personas huyendo)', atribuida a Goya y reclamada por la marquesa de Arnuossa, peculiar personaje que pedía a su antojo. También entró 'Santa Orante, Santa Cecilia', de Giovanni Battista Caracciolo,'il battistello' (Nápoles, Italia 1570- 1637), que permanece en la colección.
Los herederos de Ramón de la Sota reclamaron sus obras por la aplicación de un decreto de indulto de 1966. Pero tuvieron que esperar a una sentencia del Constitucional, ya en la democracia, y pagar más de 62 millones de pesetas de la multa de los 100 de 1938. En 1980 donaron la 'Piedad' de Morales al Bellas Artes, lo mismo que 'El retrato de Martín Zapater' de Goya.
'Arte, botín de guerra'.
De Arturo Colorado Castellary.
Editorial Cátedra.
25 euros.
De todo aquel proceso aún quedan muchas lagunas, incide Arturo Colorado. El autor duda de que 'Vuelo de brujas', la obra de Goya, fuera requisada a Luis Arana, el hermano de Sabino, como se ha insistido hasta ahora. Sospecha que el famoso cuadro estuvo en la colección Sota -en cuyo inventario existía la 'Escena de brujas'- y que los franquistas confundieron a Luis Arana, fundador del nacionalismo vasco, con Luis de Arana Urigüen, este sí coleccionista y que nada tenía que ver con la ideología nacionalista.
El cuadro ingresó en el Prado en 1997 tras pagar 275 millones de pesetas a Jaime Ortiz Patiño, que lo había comprado en 1985 por 72 millones en Sotheby's de Madrid. Ese año, el Estado no ejerció su derecho de mejor precio. El ministro de Cultura era Javier Solana, hoy presidente del patronato del museo madrileño. La obra estuvo también en el despacho de Serrano Súñer.
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