El creador que empuña el pincel en los lienzos reunidos en la exposición 'El grito de Ibarrola. Compromiso, lucha y libertad' es el mismo que firma aquellas obras exhibidas en la muestra 'Arte y naturaleza' y, sin embargo, las diferencias se antojan evidentes. «Podrían parecer ... autores diferentes», reconoce José Ibarrola, hijo de Agustín Ibarrola (1930-2023), el protagonista de ambas muestras. La primera, abierta desde el pasado miércoles en la galería José de la Mano, se centra en la etapa de los años 60 y 70, mientras que la segunda, inaugurada este fin de semana, en Lucía Mendoza, pretende revisar el trabajo realizado a partir de la década de los ochenta. La suma de ambas citas, impulsada en colaboración con su hermano Irrintzi, proporciona una retrospectiva 'de facto' de la obra del artista, figura clave de la plástica contemporánea vasca.
Publicidad
La lucha obrera y la protesta política constituyen el eje conceptual de la iniciativa en José de la Mano. La iconografía se vale de figuras esquematizadas y estructuras geométricas, y la interrelación entre fondo y forma, legado de su pertenencia al colectivo Equipo 57. No obstante, todos los recursos estéticos se supeditan a la descripción de la realidad. «Es una respuesta a quienes defienden la idea del artista en su torre de marfil», indica José Ibarrola. «Mi padre era muy permeable a lo que sucedía a su alrededor, incluso perjudicándose a sí mismo. Habla de un individuo muy pegado a su sociedad. Él decía que tenía la obligación ética de dar voz a los que no la tienen. Denunciaba cuando había que denunciar y cuando primaba la investigación en otro ámbito, lo hacía».
La muestra ofrece piezas de gran formato y el original de un cartel censurado, inédito, que preparó para los Sanfermines de 1974. El boceto se halla en consonancia con sus intereses en aquella época, vinculados al expresionismo sobrio y contundente. El autor superpone la cabeza de toro del 'Guernica' picassiano sobre un conjunto de figuras con el puño en alto. La Comisión Taurina de la Casa de Misericordia de Pamplona lo rechazó alegando que su propósito reivindicativo no casaba con el propósito lúdico de la fiesta.
La exposición en la galería Lucía Mendoza presenta un corpus de cincuenta obras, desde traviesas y otras esculturas a pinturas. «Se puede entender como una antológica de los últimos cuarenta años», indica y señala que, aunque las diferencias resultan palpables, no existe una compartimentación estricta. «A mediados de los setenta, con la llegada de la democracia, se dice a sí mismo que ya ha cumplido y va dejando la pintura figurativa sin abandonarla del todo». En esta etapa la escultura adquiere mayor relieve y es que su llegada a Kortezubi le abre un abanico de posibilidades. «Se trata de un periodo en el que desarrolla proyectos, bocetos y maquetas, que luego plasmará en sus intervenciones en la naturaleza, sobre todo en el bosque de Oma».
Publicidad
La evolución del autor a lo largo de su amplia trayectoria es significativa. El brochazo fuerte y suelto, cargado de expresividad, se va acotando con líneas y dando lugar a imágenes poderosas, al predominio de una abstracción en clave racionalista, y, además, la simbología, tan peculiar, se nutre de un intenso cromatismo. «No se desprende del expresionismo inicial, sino que, al final, cuando llega al bosque, se vale del que le proporciona el medio, la textura de la piedra o la corteza del árbol», apunta, y señala la simbiosis ente sus dos almas, la expresionista y la más cerebral, y del artista con la naturaleza. «No es una intervención de 'land art', porque no la manipula, sino que la integra».
Tampoco, a su juicio, se desliga en su fase última de la impronta política que lo caracterizó en los años de la dictadura. «De la represión franquista se pasó al miedo etarra, y mi padre pensó que Oma era un cántico a la dignidad, un mensaje a quienes querían cercenarla, ofreciendo una obra radicalmente libre con colores vivos y enérgicos», indica José Ibarroa.
Publicidad
Esta cuasi antológica en la capital española coincide con el centenario del nacimiento de Néstor Basterretxea, otro de los maestros del arte vasco. «Ibarrola fue el último de una generación que ha desaparecido y que se merece un tributo», indica. Las exposiciones coinciden con la edición de un libro que recoge una amplia selección de su obra gráfica, desde los primeros trabajos a la última producción, y que cuenta con textos de Kosme de Barañano.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.