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Curiosa la evolución que todos hemos sentido en nuestra larga y sonriente mirada a Don Celes. Porque al principio solo era una observación inocente de situaciones disparatadas, astracanadas y bufonadas que en nuestro sentir no tenían más trascendencia que la derivada de un simple chiste visual, limitado a tres o cuatro viñetas.
Pero algo más tarde también apreciamos esa comicidad nacida de una función narrativa del dibujo que expresaba de forma exagerada o caricaturizada aconteceres probables de la cotidianeidad, provocados por Don Celes o por el azar, con un final casi siempre desafortunado para su protagonista. Naturalmente ya no era una mirada infantil, despreocupada e inocente, sino más bien sorprendida por la ironía que los personajes y las situaciones arrojaban sobre esos episodios cotidianos de la vida cada vez más reconocibles ante nuestra mirada. Por supuesto, el paso siguiente no fue otro que entender también la sátira y el sarcasmo con los que el humor a veces oculta la piedad o la lástima, muchas veces escondida tras los 'fracasos' de Don Celes, otras en sus malévolas intenciones y travesuras o bastantes más en sus gestos de impavidez, de estupefacción o de abierta mordacidad. Esta última mirada a Don Celes, tan sonriente como la primera, aunque mucho más reflexiva y por ello más madura, no ha hecho sino cuestionarnos el porqué de esa transformación a la hora de percibir en el transcurso de los años la narrativa pictórica del personaje de Olmo, sus posturas sin palabras o sus pantomimas interminables. Desde luego no se trata de cambios en nuestra mirada o en nuestra comprensión que pueden atribuirse a variaciones en la definición narrativa del personaje o a mutaciones ideadas por el dibujante para cambiar el comportamiento filosófico de su héroe.
No, la cuestión es más sencilla. Porque solo se trata de que Don Celes y sus andanzas han sido tan atemporales y permanentes como para sobrevivir a un paso del tiempo que, por el contrario, ha transformado a sus lectores. Dicho de otra manera, el mundo ha cambiado en torno a Don Celes, sus lectores hemos pasado de niños a mayores y variado nuestra visión sobre el personaje y sus vicisitudes, aunque el protagonista ha permanecido tan impávido en su quehacer habitual como inmune a la cronología. Pensemos entonces que Don Celes ha viajado a través del tiempo con nosotros, compañeros de mirada que percibimos o entendemos sus 'fechorías' de forma cada vez diferente, aunque él no haya cambiado ni en su aspecto ni en sus intenciones. Será entonces que Don Celes hace ya tiempo que se encumbró al parnaso de los personajes atemporales de la ficción, como Batman o Superman aunque con mayor modestia y menor cosmopolitismo, logrando convertir en eternidad inmóvil su vida dibujada ante la mirada cambiante de sus lectores.
Seguirá, por eso, su efigie y su impronta más allá de su creador y de las ingenuas o rebuscadas miradas de sus lectores, demostrando su grandeza con la humildad de un dibujo mudo que detiene el instante y lo convierte, sí, en eternidad.
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