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Siempre son positivas, sin duda, las políticas de demanda que incentivan el consumo cultural, un sector especialmente golpeado por la pandemia en su oferta y en su estructura. Y mucho más, claro, cuando los destinatarios de esas políticas son las nuevas generaciones, jóvenes que cumplen ... 18 años a lo largo de 2022, una nueva generación a la que conviene sensibilizar y estimular en el consumo de la cultura. De tal manera, el bono aprobado ayer tiene la amplia virtud de respaldar a los agentes culturales y a la industria cultural, al mismo tiempo que colabora en la divulgación cultural y en la educación de aproximadamente 500.000 jóvenes de toda España.
Otra cosa distinta es el dirigismo o la interferencia pública y política en el consumo al que conduce una medida de este tipo, donde el Gobierno les dice a los jóvenes cuánto y en qué pueden gastar semejante aguinaldo. En otras palabras, y por mucho que se haya tratado de vincular el bono a un amplio concepto de la cultura y de su consumo, resulta sorprendente que el ministerio de Iceta haya decidido de forma salomónica distribuir la 'gracia de dios' en tres segmentos de gasto, 200 euros para eventos, 100 para la compra de productos físicos y 100 para el consumo digital, sin explicar el fundamento de la distribución o de su proporción y excluyendo además los libros de texto curriculares, los espectáculos deportivos y taurinos, la moda, la gastronomía y el diseño, todos ellos segmentos ciertamente vinculados con un concepto amplio y diverso de la cultura contemporánea.
Buena noticia la del bono cultural, por ello, pero no tanto para la libertad de elección de los ciudadanos o para una noción plural de la cultura.
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