Espacios libres

Pero lo furtivo en los 'dark rooms' era entonces un buscado placer de deseada aleatoriedad, nada que ver con su devenir posterior como resguardo o cobijo casi obligatorio para ese breve momento de intimidad sexual, criminalizado como el 'cruising' urbano de simple y sugerente mirada por la moral o por la ley al uso.

Pues sí, porque la tragedia de una identidad sexual perseguida se asimiló a la dualidad singular de los centauros, mitad humanos y mitad caballos, confinados en la oscuridad al abrigo de miradas y de reproches, ya fuera en las condenas al foxtrot de parejas del mismo sexo en la Inglaterra post-victoriana, en la Francia republicana o en la represión intolerante e inhumana de esa España de la Ley de vagos y maleantes, por lo menos tan ineficaz como para colársele desde la década de los 60 algunos garitos del claroscuro carnal en el Madrid de las bases norteamericanas, en el Torremolinos posterior al desarrollismo, en el Bilbao más insospechado o después en la maravillosa Ibiza de las costumbres laxas, con El Ánfora que más tarde se cerró por incompatibilidad con la estética de la familia Loro Piano.

Curiosa y feliz paradoja, en fin, que la normalización urbana del sexo, la liberación LGTBI o el 'Carpe Diem' post-pandémico no hayan acabado con los 'dark rooms', ahora de nuevo espacios libres y deseados para el encuentro azaroso o la erótica binomial.