El escultor vasco Jesús Jáuregui, premio Firenze con una celosía para un hotel

La construcción, de 12 metros de alto, y un perímetro de 36, está fabricada en acero corten y, según su autor, aísla el interior del calor y establece un diálogo coherente con el desértico entorno. «Se trata de una gráfica escultórica de nervaduras tensas como protagonista principal», indica, y señala tanto la sobriedad como su rica lectura formal. «Es un elemento que proporciona fuerza e ilumina el conjunto como si se tratara de una gran lámpara».

La intrincada relación de formas de la escultura está diseñada a mano por el autor. «Hubo que sopesar cada ángulo, línea, dirección y hueco. La labor fue semejante a la del dibujo sobre un mural de grandes dimensiones», apunta, y reconoce su intención de trabajar a contracorriente, porque lo más sencillo hubiera sido recurrir al 'software' y utilizar un desarrollo numérico. «Pero el resultado manifestaría limitaciones, sería una expresión esperada. Opté por crear una escultura analógica, sopesar cada vacio y cada lleno, para así conseguir otro carácter, más humanizado».

El recurso estético se amplió a otras partes del hotel para convertirlo en un elemento distintivo. «Remite a un lenguaje muy nuestro, en el que se nota la huella oteiziana», señala este artista que ha desarrollado buena parte de su trayectoria en América. Pintor, grabador y especialista en escultura urbana, ha trabajado con varios arquitectos mexicanos en proyectos de envergadura.

El bum hotelero experimentado por la capital vizcaína no ha atraído proyectos similares. «Veo muy difícil que se produzca esa colaboración», lamenta, y señala que la práctica habitual es la convivencia de arquitectos y escultores en un espacio, pero sin compartir la misma formulación. «La situación es muy diferente al otro lado del Atlántico porque allí hay ganas de sumar, mientras que aquí, si se busca un efecto más plástico, lo hacen ellos y tan sólo permiten que se coloque una escultura en el patio».