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A Saturnino García hay que ir a buscarle al hotel Prado Real en Soto del Real, a casi una hora de Madrid. No es que cite en este tres estrellas para las entrevistas, sino que vive allí desde hace más de diez años. El actor ... muestra orgulloso un óleo colgado en el bar en el que aparece echando la partida. Y uno de los salones hasta le sirve de local de ensayo cuando prepara un papel.
Saturnino nació hace 88 años en Bariones de la Vega, en la frontera de León con Zamora. Trabajó la tierra como sus ancestros y a los 17 emigró a Barakaldo, donde su padre levantó una casa con sus propias manos. Fue obrero metalúrgico hasta que en 1970, a los 35 años, se hizo profesional de la actuación. El primero de sus 126 papeles, revela la web IMDB, es de tabernero en 'Curro Jiménez'. También salía en 'El viaje a ninguna parte', retrato del mundillo de los cómicos de la legua, que nuestro hombre conoce tan bien.
Los directores vascos que pusieron patas arriba el cine español en los 90 le reclutaron para títulos como 'Mirindas asesinas' y 'Acción mutante', de Álex de la Iglesia, 'Todo por la pasta', de Enrique Urbizu, y 'Salto al vacío', de Daniel Calparsoro. La vida de Saturnino García cambió para siempre el 20 de enero de 1995, cuando recibió, a los 60 años, el Goya a actor revelación por 'Justino, un asesino de la tercera edad', farsa negrísima sobre un puntillero que se resiste al retiro y emprende una carrera criminal.
Desde entonces, ha trabajado en cine y televisión en papelitos donde brilla su profunda y preciosa voz. Tan pronto rueda un corto como aparece en 'Cuéntame' y 'Élite'. Los protagonistas le han llegado de octogenario. Tiene cuatro películas pendientes de estreno, entre ellas 'Tierra de nuestras madres', de Liz Lobato, una comedia amarga sobre la España vaciada, en la que encarna a una anciana que sobrevive junto a un lago de sal. Un papel de mujer sin un gramo de parodia, que le reportó el premio de interpretación en la sección Zonazine del último Festival de Málaga.
«Si pinchas en internet, Bariones de la Vega se ve muy bien, aunque no es Ayuntamiento. Cabe en una fotito», ilustra Saturnino, que sonríe al recordar la Vega del Esla, que baja de las montañas de León. «Ya no me queda nada allí, salvo los viejos vecinos de mi época que me acogen cuando aparezco y pernocto. Siempre me acerco cuando voy a Benavente o León con mis teatros y mis monólogos».
Saturnino habla con términos cultos y de otra época, en un tono de rapsoda que declama. «Mi primer oficio y el que más impregnado tengo en mis entendederas es la labranza», asegura. «Entonces no había máquinas para trabajar la tierra, puedo dar todas las lecciones de cómo se cultivan las viñas y patatas. Hoy podría hacerme granjero». Su familia no tenía propiedades, cultivaba tierras comunales. «Mi padre se dedicó también al estraperlo de cereales y legumbres, compraba trigo y lo vendía a cambio de alubias».
En Bariones, 150 habitantes, solo había un maestro para todos los cursos que llevaba cuarenta años enseñando y se murió cuando Saturnino tenía 13 años. «Fue un maestro muy empleado con el alma y la vida, se ocupó de alfabetizarme y no lo olvido», apunta el actor, que no recuerda aquel tiempo como una vida dura. «Eso lo dicen los resentidos. Era una vida preciosa y dulce de recordar, sencilla y rural. El oficio de agricultor es el mejor que hay, el más poético. Solo le gana el de actor, que no merece ni que le paguen a uno».
Con frecuencia aparecían cómicos por el pueblo que representaban obras como el Don Juan Tenorio. El «saloncito» donde bailaban los mozos también fue arraigando en Saturnino la semilla de dedicarse a la interpretación. «Aquellas personas vivían más poesía que ahora», zanja. Hasta los 17 años no pisó un teatro ni un cine, ya en Barakaldo. «La primera película que vi fue 'Cerco de fuego', con Errol Flynn. Solo recuerdo un fuego en una montaña...».
Aquel emigrante empleado de peón en un taller metalúrgico de Burceña que fabricaba ventiladores y arcas Gruber pasaba el día entre torneros y fresadores y las noches con los bohemios del grupo de teatro Akelarre, que dirigía Luis Iturri. «Un día les falta un actor y me presento. Después ideo un espectáculo unipersonal en el que hago un número de mimo, de payaso y poesía». Lleva «el teatrito» a los colegios y vive un Bilbao que bullía de agitación política y cultural. «Se cantaba en las tabernas y en el trabajo. Fíjate, yo lo recuerdo como un Bilbao muy liberal».
'Justino, un asesino de la tercera edad' cambió su vida «sin notarlo». «Dejé para siempre los teatrillos que hacía por los pueblos. ¡Ya era Premio Goya, hombre!». La estatuilla y los galardones que ha recibido los ha repartido entre la familia, en Bilbao y Menorca. «Yo vivo solo». Nunca ha parado de trabajar, aunque hay años en los que solo aparecen un par de cortos y algún capítulo de una serie. «A veces, un actor sufre la crisis porque dejan de ser protagonistas, pero yo siempre he estado en un nivel de medio para abajo. Es curioso, porque ahora es cuando me tocan los protagonistas», se felicita.
La Biznaga del Festival de Málaga por hacer de señora mayor en 'Tierra de nuestras madres' tampoco se le ha subido a la cabeza. «Ha sido igual que hacer de hombre. Mi concepto de actuación es asumir el papel de una anciana con un hijo tarado, meterte dentro y ser Saturnino que hace de señora. No hay que ser engreído, el actor no tiene que inventar nada sino acoplarse al guion y al sentido de la película. En ese sentido me sale bien».
Saturnino García nunca se ha casado ni ha tenido hijos. «Siempre he estado rodando. Bueno, esa no es la razón. Estaba esperando», se sincera. «Soy un hombre sexualmente normal, he tenido mis rollitos, pero nunca he vivido en pareja. He idealizado el amor, el matrimonio y la familia; me he quedado soltero esperando la ocasión que no ha llegado». Mientras posa disciplinado para las fotos, el actor recita el 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías' de Lorca, que le traerá en pocos días a Bilbao, y sonríe cuando le mencionas el término jubilación.
«La jubilación es el mejor invento para aquellos que están cuarenta años cotizando a la Seguridad Social, desde los 18 años a los 65. Pero para un oficio como el de actor no tiene sentido, ni las vacaciones. Un actor no trabaja 365 días al año, puedes hacer cuatro películas monumentales de protagonista y no habrás trabajado cien días. Yo me jubilaré cuando entregue la cuchara, que es un término muy castizo de Bilbao, una ciudad de humor fino que amo».
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