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De esta campaña electoral recién finiquitada el Guggenheim Urdaibai ha vuelto a salir incierto como un sistema solar situado en algún lugar de la Vía Láctea, como una nebulosa perdida, de la que únicamente se sabe su nombre pero no su estado, ya sea sólido ... o gaseoso. No lo saben sus responsables, obligados ahora por militancia a suscribir el discurso dilatorio y electoral de lo mucho que hay que hacer, de los plazos urbanísticos a cumplir, de la adquisición pendiente del astillero de Murueta o de la descontaminación de los suelos y los acuíferos, aunque tengan en sus cajones las ideas, los plazos reales, los planos arquitectónicos, los cálculos de viabilidad y hasta el esquema financiero apoyado por los escaños de la Carrera de San Jerónimo.
Mucho menos lo sabe en Venecia la nueva CEO de la Fundación Guggenheim, Mariët Westermann, paracaidista a plazo de junio en este embrollo monumental, por mucho que el lehendakari saliente y su consejero de Cultura aludieran el pasado mes de enero al cambio de gestores en Nueva York, como razón de dudosísimo peso para mantener en estado vaporoso la decisión final sobre un proyecto enunciado y suscrito por todos los anteriores desde 2009.
Pero entonces, ¿cuándo habrá fumata blanca o negra en este cónclave de ida y vuelta? Pues eso es algo tan incierto como el resultado de las elecciones de mañana, como la conformación de un Gobierno vasco que lo respalde presupuestariamente, como el devenir de las conveniencias en la 'sanchosfera' o como el descubrimiento de los misterios de la astrofísica, todo lo cual sigue haciendo que por ahora no sepamos si el estado actual del Guggenheim Urdaibai es sólido o gaseoso.
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