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Los petrodólares marcan en estos tiempos el paso de las grandes inversiones culturales. Quizás se trate de desplazar al Golfo Pérsico el centro de un ... poder global blando, en teoría el de la cultura, en contraste con ese otro poder duro de la geopolítica y la fuerza militar.
Vistas las cosas así, no suenan mal las inversiones multimillonarias en eventos, museos y galerías en Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, sobre todo porque Occidente tampoco puede ahora monopolizar las esferas del conocimiento cultural o incluso porque ello podría servir de alguna manera para cauterizar los conflictos y las heridas o las visiones diferentes entre el Islam y Occidente.
Ahora bien, la pregunta que suscita toda esa ingente cantidad de dinero invertido no es otra que la de su filosofía y la de su resultado final. Es decir, ¿se trata de secularizar el Islam con la influencia de la cultura occidental? ¿Se pueden conciliar con dinero ilimitado y a base de celebraciones culturales, museos y obras de arte dos diferentes visiones del mundo que encima tienen valores encontrados? Y, además, ¿quién sería el beneficiario final de todo este esfuerzo inversor y qué tipo de arte y cultura se puede exportar y exhibir en esos nuevos espacios del Golfo Pérsico?
Bueno, la respuesta a todo esto no es fácil ni simple. La secularidad extrínseca de la cultura occidental tiene una difícil compatibilidad con la visión de lo sagrado en el Islam, una piedra angular de su organización social y algo que limita y condiciona un objetivo final de modernidad y democratización.
Encima, si tenemos en cuenta que en la mayoría de esas sociedades el nivel cultural no es alto y que en algunas el porcentaje de nacionales es minoritario -por ejemplo, en Qatar los extranjeros son el 89% de la población-, pues entonces se corre el riesgo de estar creando un gran parque temático, exclusivamente para turistas acaudalados.
Por eso, el reto no es otro que el de hacer compatible la modernidad occidental con el respeto a los valores culturales y religiosos de esas sociedades. ¿Es esto posible?
Biopics
El año sigue llegando con un ramillete de biopics debajo del brazo. Un director de orquesta, un modista, un cantante… Pues sí, esta moda es imparable, popular, rentable y hasta prestigiosa para los actores y actrices que se meten en la piel de muchos personajes. Lo último es el biopic sobre Bob Dylan, en el que Timothée Chalamet interpretará al gran icono de la cultura musical. Chalamet es un actor de gran talento y con un notable poder de atracción entre las nuevas audiencias, algo que explica su metamorfosis artística de Willy Wonka o de su papel en 'Dune' al Dylan más joven, el que llegó a Nueva York con 19 años y con solo dos dólares en el bolsillo. El éxito parece garantizado, aunque el problema es el de siempre: ¿qué quedará dentro de veinte años en la memoria colectiva, la verdad histórica y biográfica de Dylan o la imagen y la narración de una película?
RTVE
La semana de Pasión en RTVE ha vuelto a demostrarnos el agotamiento del modelo de gobierno y de gestión en nuestro servicio público de radio y televisión. El gobierno Sánchez quiere que se fiche a Broncano, la presidenta del ente público destituye al director de Contenidos, luego el Consejo le destituye a ella y más tarde se nombra a una militante socialista como presidenta interina, hasta que se produzca un imposible consenso político que renueve ese órgano y su presidencia.
Todo muy surrealista, sí, aunque lo abracadabrante es que el gobierno de lo que debería ser un servicio público profesional e independiente se reparta por cuotas entre los partidos políticos, que su estructura y dimensión sea un disparate -una plantilla media de 6.500 personas y un presupuesto de gastos de explotación cercano a los 1.200 millones de euros-, que la politización y el encono sindical lo dominen todo en el ente o que el gobierno de turno quiera controlar hasta el fichaje de un cómico. ¿Queremos realmente un servicio público de radio y televisión? Por supuesto, pero no de esta forma.
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