El postureo moral
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El nuevo ministro de Cultura debería centrarse en la gestión y dejarse de florituras discursivasLa cultura frente a la censura y el miedo, la pluralidad lingüística como bandera y los valores culturales como antídoto contra la barbarie. Bueno, el discurso político del nuevo titular de Cultura, Ernest Urtasun -que es de Sumar para más señas, progresista, catalanista, ecologista y ... muchos otros adjetivos también terminados en 'ista'- está muy bien como atrezzo estético para el postureo moral o incluso como soflama entre lo racional y emocional para las audiencias amigas. Todo estupendo, ya lo digo, de no ser porque va a dirigir una materia de amplio espectro, heterogénea, transferida en parte a las comunidades autónomas y con unos temas pendientes que precisan de forma urgente menos florituras discursivas y más gestión, dinero y realidad.
A saber, el nuevo ministro tendrá que afrontar en esta legislatura de compleja geometría variable el final del Estatuto del Artista, las pendientes Ley de Mecenazgo y del Cine, la oficina de los Derechos de Autor y sobre todo las urgencias en el INAEM o en los museos nacionales y la distribución equitativa de un presupuesto que también concede subvenciones a instituciones culturales de las comunidades autónomas, incluso a las gobernadas por el PP. Encima, para más enredo, la gestión del ministro también deberá lidiar con una menor disponibilidad presupuestaria. Véase que de un lado la elaboración de los presupuestos para el año que viene ya acumula por razones electorales un notable retraso y una mayor urgencia, con lo cual el nuevo ministro -sin experiencia en materia cultural- habrá de decidir sobre los dineros casi a ciegas.
Además, es seguro que los imponderables de la consolidación presupuestaria obligarán a un ajuste del gasto que también llegará a la Cultura, puesto que el compromiso con Bruselas para el 2024 supone un recorte global de 11.000 millones de euros para reducir el déficit. De modo y manera que sería conveniente dejar para otro momento las arengas enardecidas y el postureo moral, creo yo, porque como siempre una cosa es predicar y otra dar trigo.
Televisión
Diluir la frontera entre ficción y realidad siempre tiene su atractivo en el cine y en la televisión. Mucho más cuando la ficción cinematográfica reinterpreta la historia, convirtiéndola en un producto audiovisual consumible y hasta placentero, donde el rigor del relato y la veracidad histórica son lo que menos importa. Viene otra vez esto a cuento del estreno de la nueva temporada de 'The Crown', una magnífica serie pero también un insulto a la historia que a veces se nutre tanto del discurso 'soap' de la prensa rosa o de la sensacionalista, como también de una memoria colectiva que prefiere las versiones más cómodamente fantasiosas. Naturalmente, el drama final de Diana Spencer y su 'desencajamiento' de los Windsor es materia siempre tan imaginativa como aprovechable para el espectáculo. 'The Crown' es solo eso, en fin, una buena serie de ficción pero no un relato histórico.
Arte
Francamente divierte mucho ese tesón por saber quién es y cómo se llama realmente el popular artista del arte urbano y el grafiti que se ha consagrado con su anonimato bajo el nombre de Banksy. Un activista, un provocador, un anticapitalista o incluso un burlón de identidad secreta, sobre el que todos los meses se escriben informaciones con variopintas teorías, unas muy delirantes y otras no tanto. Se ha dicho que Banksy es en realidad un colectivo y no un artista individual, que es un profesor que enseña arte o incluso que podría ser Robert Del Naja, el líder de la banda Massive Attack!. Estas semanas los sesudos sabuesos periodísticos de la BBC también plantean la teoría de que el artista anónimo podría llamarse Robbie Banks, algo que se desvelará pronto porque Banksy tiene que comparecer en juicio por una demanda contra una empresa de tarjetas de felicitación inspiradas en sus plantillas. Y así seguimos desde finales de los 90, entretenidos a cuenta del imposible desenmascaramiento de Banksy, como en un juego del ratón y el gato, todo ello muy surrealista y muy pop.
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