No digan que la ola incesante del #MeToo desborda la realidad y exagera los casos de acoso sexual, porque la verdad es que el último cabrilleo sobre el tema lo impulsa solamente la aparición de nuevos desmanes tan veraces como repugnantes. En definitiva, la ola ... viene ahora de una marea que afecta en estos días a la industria de la música, en concreto al parnaso de las estrellas epigrafiadas bajo la leyenda del sexo, las drogas y el rock and roll.

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Esta quincena ha sido Diddy o Puff Daddy, el poderoso rapero detenido y acusado de abusar y explotar sexualmente a mujeres, al igual que antes lo fueron también Marilyn Manson, otro conocido rapero como Russell Simmons, el DJ Diplo y otros más. Algo huele a podrido, por lo tanto, en ese Olimpo de la música y la fama, de donde ya surgen demasiados casos y víctimas de violencia sexual. Quizás tenga que ver en ello la neblina permisiva generada en esta posmodernidad en torno a la buena fama del desenfreno, lo mismo que el dinero y el poder, el cliché aceptado del rockero recalcitrante o la divinización del músico intocable. Tal vez sea esto último, incluso, lo que explica que la música de Puff Daddy haya aumentado sus descargas un 18% en las plataformas, justo la semana de su arresto.

Es decir, la fama y el éxito del mismo acusado de abusar y explotar sexualmente a mujeres no han mermado por su inculpación, sino que se han incrementado al alimentarse de la notoriedad y de la curiosidad social. No digamos, pues, que la ola incesante del #MeToo desborda y exagera, sino que el movimiento por lo menos sirve tanto para denunciar casos sobre los que pesaba el silencio y el miedo, como para concienciar y presionar a la industria y a las celebridades sobre su actitud y su papel en este tema.

Por supuesto que el #MeToo es permeable a posturas y discursos radicales, a manipulaciones y tergiversaciones. Pues sí, pero como el acoso es en última instancia una cuestión de poder, de miedo y de silencio, al menos con el #MeToo se acaba con un silencio que permitía al depredador seguir depredando.

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Política cultural

Conveniencia política

Claro que Barcelona merece una atención presupuestaria especial del Gobierno Sánchez para sus instituciones culturales, lo mismo que ameritan otras ciudades españolas, todo ello junto a las subvenciones ordinarias de las cuentas públicas del Estado. Pero, hete aquí que la conveniencia política y ese invento de la capitalidad cultural de Barcelona que firmaron en 2020 Pedro Sánchez y Ada Colau siguen generando una manifiesta inequidad. Véase, si no, que con unos presupuestos de 2024 prorrogados el acuerdo de marras justifica por real decreto la concesión de otros 20 millones de euros extras a una amplia panoplia de instituciones culturales por parte del Ministerio de Cultura. Y como la imaginación y la narrativa lo aguantan todo, en el texto del decreto se justifica este aguinaldo extra diciendo «que la puesta en valor de la actividad cultural en Barcelona tiene un impacto en todo el territorio del Estado y una proyección y una relevancia internacional». Cierto, pero eso mismo se podría decir si los 20 millones se hubiesen dado a Madrid, Bilbao, Málaga o Valencia. ¿O no?

Mercado del arte

No solo pesimismo

Que no, que no, que en el mercado del arte no todo son ventas y precios a la baja. Miren lo acontecido esta semana en la subasta londinense de Christie's, en la que un desnudo de Lucian Freud superó su estimación inicial y se remató en 16,6 millones de euros o en la que se vendieron al alza piezas de Jeff Koons -una de sus esculturas inflables por 9,1 millones- o de David Hockney -un paisaje por 5,5 millones-. Pero que Christie's haya vendido el 89% de los lotes o que los mismos hayan conseguido el 96% de sus estimaciones iniciales no significa, ni mucho menos, que no subsistan los problemas del mercado. Porque una cosa son los buenos remates de los artistas mejor cotizados y otra bien distinta la dura realidad del mercado, de las galerías y de la mayoría de los artistas.

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