Sin duda que Meryl Streep es una de las mejores actrices de su generación -la de finales de los 40 y los 50-, excelente en las distintas escenas interpretativas -cine, teatro y televisión-, versátil en una pluralidad de registros actorales y vocales, meticulosa y perfeccionista ... en la creación de sus personajes, con gestualidades y movimientos siempre al servicio de la disciplina interpretativa, poseedora de una larga carrera reconocida con múltiples premios, activista y comprometida con las causas sociales, etc…
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Pero, ¿es acaso Streep la mejor representación viva del cine de las últimas siete décadas? Pues la respuesta no es sencilla, sobre todo porque todavía siguen en activo algunas luminarias masculinas del séptimo arte -Al Pacino, Brian de Palma, etc…- y también algunas femeninas. Otra cosa es que en este caso la reivindicación contemporánea de las políticas de género y la atención del presente al activismo social refuercen de forma armónica los méritos de Meryl Streep y la vinculen con un Premio Princesa de Asturias de las Artes, que lleva décadas primando a la hora de decidir sus nominados los retos del presente y su repercusión internacional.
Nada que objetar a ello, ni tampoco en este caso a la elección de Meryl Streep, de no ser porque no solo todo lo anterior convierte en irregular y zigzagueante la nómina de reconocidos con este premio, sino también porque bajo su amplísimo epígrafe, el de las Artes, todavía existen muchos escritores, músicos, arquitectos, cineastas y demás que acreditan similares merecimientos.
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