El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Sé bella y cállate». No, seguro que Serge Gainsbourg no era un feminista al uso, sino más bien un ambiguo misógino de libro con todas las mujeres que le inspiraron. Pues sí, pero al menos acéptese esa sorprendente paradoja en su relación con Jane Birkin, ... sublime mujer de biografía artística y humana encadenada a su amante, aunque también y paradójicamente tan libre en su vida privada y en su semiología estética como igualmente impudorosa en su cosificación de mujer-objeto sin ataduras, casi como una perfecta y sensual representación andante y empoderada del segundo sexo que mucho antes había proclamado Simone de Beauvoir, sí, en aquel feminismo fundacional de cuño y raíz existencialista.

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De modo y manera que Birkin llegó a París desde el 'swinging' London de los años 60, del 'hip' visual y liberado que hizo Antonioni con un cuento de Cortázar, para convertir la estética de una emancipada Lolita de Nabokov en icono intergeneracional y sensual, lo mismo que Françoise Hardy pero mucho más impúdica que ella, sobre todo en su impagable virtud de terminar convirtiéndose en la inglesa más liberada de las francesas. Todo ello, naturalmente, en comandita necesaria y pasional con Serge Gainsbourg, que cambió la voz grave de Bardot por la voluptuosidad con ligero acento inglés de Jane Birkin, un éxito tan escandaloso como fotogénico o tan estimulantemente erótico como comercial.

Gainsbourg no era feminista sino misógino, por mucho que el peregrinaje al 46 de la rue de Lille lo siga celebrando hoy por su inconformismo y sus facciones complicadas como icono seductor del anti-galanismo. En cambio, como una musa maleable por decisión propia, Birkin fue en su autonomía pasional por Gainsbourg tan sensual como feminista o tan erótica como libre.

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