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Política cultural ·
Los poderes públicos vascos son ajenos a la importancia del patrimonio bibliográficoBien vale la semana del libro, la de Sant Jordi y la de la entrega del Premio Cervantes para llamar la atención sobre la importancia del patrimonio bibliográfico, es decir, la de algunas valiosas obras literarias, históricas, científicas o artísticas que se integran en las ... bibliotecas y colecciones públicas y privadas. Sin ir más lejos, la semana pasada este periódico dio cuenta de la biblioteca privada Arriola Lerchundi, un conjunto de más de 20.000 libros, incluidos 140 incunables, muchas primeras ediciones y más de 15.000 documentos manuscritos.
Una fabulosa colección, en definitiva, cuyo futuro debería 'atarse', al menos parcialmente, a su permanencia en el País Vasco y a su consiguiente titularidad pública. Porque esta colección es sin duda un valioso tesoro cultural, un medio fundamental para entender la historia y hasta un reflejo notable de nuestra memoria y nuestra identidad.
En los últimos años, el Ministerio de Cultura ha redoblado su esfuerzo en la adquisición de patrimonio documental y bibliográfico privado, desde la compra del Archivo de los Condes de Güemes y Revilla-Gigedo (6,3 millones de euros), a otros menores como los de Lafuente, Fernando Fernán Gómez o Luis García Berlanga.
Obviamente, este importante esfuerzo estatal -complementado con compras de libros valiosos y documentos para instituciones públicas- no tiene parangón en el ámbito de las instituciones públicas vascas, totalmente ajenas en esta materia a todo lo que no sean acuerdos de depósito. Incluso, el deficiente esquema fiscal vasco para el mecenazgo tampoco propicia la colaboración o la participación en este ámbito de las universidades, las fundaciones y las empresas.
Más aún, la simple comparativa de lo que debería ser una apuesta por el patrimonio bibliográfico vasco con ciertas partidas de los presupuestos del Gobierno vasco y de las Diputaciones causa sonrojo.
¿De verdad que el futuro de una buena parte de esta biblioteca no le interesa a los poderes públicos vascos? ¿Se nos irá esta colección como se nos fue en los años 90 el legado de Juan Larrea?
Inclusión racial
El frenesí en torno al buenismo de la ideología lingüística también tiene parada y fonda en la descolonización de los museos, prioridad urgentísima señalada por el ministro Urtasun. Véase que el pasado lunes el director del Museo de América explicó orgulloso al ministro en visita a pie de obra el cambio de 200 cartelas para eliminar anomalías y lograr una mejor inclusión racial. De modo y manera que las nuevas cartelas ya no aludirán a palabras como «indio» o «mulato», sino a «pueblos indígenas» cuando no sea posible mencionar los apellidos de los retratados.
Pues sí, hay que entender la necesaria adaptación del lenguaje desde la perspectiva de la inclusión racial o incluso desde la queja de quien considera que en la ideología lingüística prevalece la construcción etnocentrista de la raza. «Pué ser», como en la zarzuela, pero déjenme decirles que donde más se emplean las palabras «indios» y «mulatos» es precisamente en la gran literatura indigenista, una tendencia literaria que revaloriza la cultura, la vida y la problemática del indio latinoamericano.
Rock
El negocio de los derechos y los catálogos completos de canciones vendidos por las estrellas del rock sigue dinámico, pero también con muchas zozobras. Véase el caso del fondo Hipgnosis, cuya frenética actividad le permitió hacerse con los catálogos de Beyoncé, Neil Young, Blondie, Red Hot Chili Peppers y Shakira, unas inversiones millonarias que propiciaron un alto endeudamiento, una caída en la cotización del fondo y el descontento de sus accionistas. Hipgnosis no ha tenido más remedio que plantear la venta de algunos activos musicales o incluso del propio fondo. Esta última posibilidad es la más factible, dadas las ofertas de otros fondos, que valoran Hipgnosis y sus catálogos en torno a los 1.100 millones de dólares. Un negocio dinámico, sí, pero también una inversión con mucho riesgo.
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